domingo, 20 de febrero de 2011

LA LÓGICA NEOLIBERAL EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR

En las últimas décadas las Universidades están pasando por un proceso de expansión física que ha contribuido a que la educación universitaria haya dejado de ser un privilegio de una pequeña minoría. No se puede negar que expandir la educación superior es un objetivo noble, pero la realidad de la Universidad es muy diferente de lo que proclaman los estamentos oficiales sobre la igualdad de oportunidades y la justicia social.

Las universidades están orientándose por prioridades conformadas por las necesidades de los grandes negocios. Están reconstruyéndose para ofrecer a las corporaciones la investigación académica y los trabajadores cualificados que necesitan para ser rentables. Esto conlleva que estén pasando de ser instituciones eruditas a convertirse en centros de lucro.

En todo el mundo se está presionando a las universidades (sin que éstas opongan mucha resistencia) para que hagan esta transformación. Dicho cambio es parte de un proceso económico-político de dominación mucho más amplio conocido como Neoliberalismo, el cual intenta sujetar todos los aspectos de la vida social a la lógica del mercado, y hacer de todo una mercancía que se pueda poseer privadamente y vender y comprar. Con este proceso en marcha a los académicos y otros miembros del personal universitario se les niega cada vez más la oportunidad de buscar el conocimiento per se, y la oportunidad de entender las necesidades educativas y de otro tipo de los estudiantes, que también son víctimas (de hecho, las principales víctimas) de la subordinación de las universidades a las prioridades del mercado.

Muchos gurús del neoliberalismo mantienen que una de las fuerzas principales que gobierna la economía mundial es el capitalismo del conocimiento: tendencia a generar nuevas ideas y convertirlas en productos y servicios que los consumidores desean. Esto viene a ser una versión moderna de lo que a finales del s.XV hicieron los “descubridores” de América con los nativos americanos, tratando de cambiarnos cosas inútiles y sin sentido por nuestra aquiescencia con el orden establecido.

La actual era del capitalismo global es una era de intensa competición internacional. Cada una de las empresas está sometida a presión constante para reducir los costes elevando la productividad de sus trabajadores, ellos suele depender de la inversión en técnicas más avanzadas. El neoliberalismo en la Educación Superior significa que esta lógica de la competición se interioriza profundamente en la manera de funcionar de las universidades. Esto sirve para asegurar que enseñan a un número creciente de estudiantes y que llevan a cabo investigaciones cada vez más vitales con el menor costo posible.
A causa de esta eterna competición y, sobre todo, de la codicia desmedida, las grandes corporaciones han reducido costos para aumentar sus beneficios. Esta reducción ha supuesto el cierre de muchos de sus laboratorios de investigación (en realidad y como todos sabemos, esto es un efecto menor de lo que esta reducción de costos ha supuesto pero es este efecto el que nos interesa en esta entrada), paralelamente han instado al Estado a que se encargue de este trabajo a través de las Universidades. Obviamente, en un sistema en que la interconexión existente entre las corporaciones y los Estados es gigantesca no se puede esperar otra cosa que no sea el acatamiento por parte de los gobiernos de las órdenes de las grandes empresas como ya ha sucedido en multitud de ocasiones a lo largo de la historia (por ejemplo, durante el s.XX el Estado asumió la labor de asegurar que la fuerza de trabajo y su descendencia tuviera buena salud y educación siendo a partir de ese momento mucho más eficientes y totalmente serviles).

Todo este afán investigador volcado en las Universidades ha dado como resultado que la enseñanza se convierta en algo muy secundario contribuyendo el hecho de que cada vez más son los propios alumnos de doctorado (los peones de la investigación) los que se encargan de dar las muchas de las clases para poder, así, pagar sus propios estudios. Además día a día los licenciados o graduados presentan un menor espíritu crítico o una carencia total de él. También se ha perdido todo viso democrático en estos centros, puesto que la lógica de la competición es totalmente contraria a ello, siendo el modelo de gestión de negocios el marco de referencia en la vida académica.

Así, otra gran contribución de la lógica neoliberal en las Universidades ha sido la creación de toda una masa de mano de obra barata y precaria. Cada vez más los estudiantes se ven forzados a endeudarse para poder formarse (lo de formarse es un decir) circunstancia ésta que les lleva a trabajar en aquello que sea necesario y con las condiciones que sean para poder devolver los préstamos (muchos de los cuales son llamados becas con toda la cara del mundo).
En definitiva, las Universidades han perdido todo el sentido que se les suponía en la formación de personas intelectualmente preparadas para reflexionar críticamente sobre la sociedad y poder, así, contribuir con su labor a una mejora que repercutiera en toda esa sociedad. Por el contrario, se han convertido en centros de adoctrinamiento en los que se premia el individualismo y la competitividad. Unos centros en los que se realiza el trabajo oscuro en el que se cimenta el sistema capitalista y de consumo y en los que de manera fundamental se ayuda a reproducir una clase dominante.
Es por esto que es imprescindible reconstruir el modelo de enseñanza superior (en realidad todo el sistema educativo debería ser reconstruido) para que realmente sean las Universidades los centros en los que las personas se formen de manera plena y crítica y no sólo como peones con aspiraciones dentro del sistema.

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viernes, 11 de febrero de 2011

¿DEMOCRACIA?

Asistimos en los últimos tiempos a lo que los medios masivos de comunicación llaman “revoluciones democráticas” en una gran parte del Norte de África y Medio Oriente. Pero, ¿a qué democracia se refieren?

Si partimos de la definición clásica basada en la etimología podemos ver que se refiere a un sistema de gestión social en el que el poder es ostentado directamente por el pueblo. Ciñéndonos a esto podemos ver rápidamente que la democracia como tal no existe en ningún país del mundo.
Desde hace siglos los grandes prohombres de cada época (aristócratas, reyes, banqueros, grandes magnates, especuladores,...) se han encargado de monopolizar el poder en detrimento del pueblo, para ello, se han ido sucediendo varios tipos de sistemas que van desde los gobiernos absolutistas y dictatoriales hasta las actuales variantes “democráticas”.

Tomando como referencia a España como supuesto modelo de transición democrática hacia una sociedad libre (al menos eso se dice tanto desde los medios informativos como desde los medios académicos) vemos, en primera instancia, que el soporte de la democracia es la Constitución. En nuestro caso, como en la mayoría, lo que se nos vendió como la gran esperanza para un pueblo libre no fue más que un conjunto de reglas que perpetuaron la situación preexistente. En ningún momento se contó con el pueblo (y eso que la propia Constitución recoge que el gobierno recae en los ciudadanos) para confeccionar el instrumento que regiría sus vidas, si no que fueron un puñado de tecnócratas quienes lo hicieron para así poder presentarla al gran público en un referéndum y dejar por primera y única vez que la ciudadanía expresará su opinión, eso sí, limitando mucho las opciones. El texto que se aprobó en ese referéndum explicita que el pueblo sólo puede ejercer su derecho al poder para ratificar la propia Constitución y los Estatutos de Autonomía con lo que todas las oportunidades que teníamos ya se esfumaron y nunca más podremos expresar nuestra voluntad de autogestionarnos como seres libres.

Este sistema democrático se basa en una supuesta separación de poderes: ejecutivo (gobierno), legislativo (parlamento) y judicial. Se garantiza de esta manera la imparcialidad y la imposibilidad de que se establezca una elite que rija el destino de los ciudadanos, sin embargo, esto es exactamente lo que ocurre. Los gobiernos que se han ido sucediendo (sin salir jamás del esquema bipartidista oficial) han dictado las leyes a su antojo sin contar nunca con la opinión soberana del pueblo. Además son estos mismos partidos los que nombran a los miembros del Tribunal Constitucional (máximo órgano garantista de la Constitución) con lo que se aseguran la perpetuación en el tiempo del orden establecido. Y todo esto lo hacen amparándose en el poder que el pueblo les ha otorgado al elegirlos como sus representantes en unas elecciones libres.
Es aquí donde se plantean dos cuestiones fundamentales para entender lo que llamamos democracia:

1- Democracia representativa: supuestamente se escogió esta variante del sistema bajo el pretexto de que una gran población hacía inviable la democracia directa (única democracia verdadera). A priori, el sistema no parece malo si nuestros representantes cumplieran con su cometido, es decir, transmitir la voz y la elección del pueblo. En lugar de eso, sólo representan a sus partidos políticos que a su vez se subordinan al aparato del Estado del que dependen en gran medida. En la práctica, la gran mayoría de decisiones que toman nuestros representantes dejan bien a las claras los intereses que realmente defienden. Para muestra un botón:
En los últimos tiempos en los que nos hacen vivir una crisis económica que está dejando a cientos de miles de españoles en una situación más que angustiosa hemos tenido pruebas irrefutables acerca de la naturaleza de nuestra democracia. Si realmente esto es el gobierno del pueblo, quien puede tragarse que la decisión soberana de los ciudadanos sea dar todo su dinero y más a la banca privada y recortar todos los servicios públicos, además de renunciar a sus derechos laborales y sociales, para contentar al sistema financiero internacional. Como si nos importaran algo esos delincuentes económicos, como si fuéramos sus esclavos, como si en lugar de en una democracia viviéramos bajo una dictadura capitalista.
Precisamente, uno de los criterios que oficialmente distingue a un gobierno democrático es su capacidad de actuar de manera autónoma e independiente, es decir, sin injerencias ni restricciones externas. Sobran los comentarios, sólo hay que repasar todas las decisiones tomadas por nuestro gobierno en los últimos tiempos. Todas estas decisiones y muchísimas más dejan bien a las claras que la democracia es representativa de los grandes grupos de poder pero no de las personas.
Los programas políticos de los diferentes partidos son papel mojado pues, en cuanto tocan posiciones de poder, todas las promesas quedan olvidadas e independientemente del posicionamiento ideológico del partido, llevan a cabo políticas encaminadas a mantener el status quo. Los idearios o programas políticos son otra de las pruebas que denotan lo democrático que es este sistema. Si la ciudadanía ostentara el poder verdadero, los partidos no necesitarían elaborar programas puesto que les bastaría con recoger las ideas y peticiones del pueblo, sin embargo, son ellos los que imponen las ideas y las preocupaciones que todos debemos tener.

2- Elecciones libres: este eufemismo se repite allá donde se establecen estas falsas democracias, ni el término elecciones ni el término libres se ajusta a la realidad.
Para que pudieran considerarse unas verdaderas elecciones, debería haber una verdadera variedad de elección. Desgraciadamente, este sistema sólo permite que los partidos políticos afines a él resulten accesibles al gran público ya que para ello invierten gran cantidad de dinero que el propio Estado les facilita (así cualquiera se asegura la fidelidad) al igual que las grandes corporaciones a través de sus donaciones. Si a pesar de eso llegan a aparecer partidos que no son bien recibidos se encargan de redactar leyes a la carta para impedir el acceso de estos a la esfera pública. En España tenemos la Ley de partidos creada para evitar que sea oída la voz del independentismo vasco basándose en su apoyo a la violencia terrorista (esto no estaría nada mal si se ilegalizaran a los dos grandes partidos del Estado por su reiterado apoyo al terrorismo militar ejercido en lugares como Irak y Afganistán).
Todo esto hace que realmente las elecciones sean entre opciones que en el fondo y cada vez más en la forma vengan a ser lo mismo (quién no ha oído alguna vez a alguno de nuestros mayores diciendo aquello de que da igual quien gane porque todos son iguales).
Pero, sobre todo, lo que realmente chirría es lo de “libres”. Para el Estado corporativista que está detrás de las democracias lo de libres se circunscribe a que puedes decidir entre ir a votar o no ir o, puedes ir y escoger libremente la papeleta que quieres entregar de entre las el Estado te proporciona. Pero ni mucho menos esto puede considerarse libertad. Primero el propio Estado (en contra de sus intereses por supuesto) debería facilitar que todos sus ciudadanos pudieran alcanzar esa ansiada libertad. El primer paso debería ser el cambio radical en el sistema educativo cuyo único objetivo a día de hoy es crear fieles sirvientes del consumo y el capital obviando cada vez más todo aquello que suponga la creación de un espíritu crítico (condición indispensable para ser libre a la hora de realizar una elección), otro paso indispensable sería desarticular todo el aparato propagandístico que suponen los medios de comunicación masiva que no son otra cosa que el vehículo que los poderes dominantes utilizan para imponer sus opiniones y modelos de convivencia.
Una vez dados estos pasos que no son pequeños estaríamos en el verdadero camino de considerarnos con la suficiente libertad de elección.

Es por todo esto que todos aquellos que se encuentran inmersos en la lucha por la libertad deben estar muy pendientes de no dejarse seducir por los cantos de sirena que ofrecen una convivencia democrática porque esto es sólo más de lo mismo, cambiar la estética pero mantener el fondo de la cuestión. No se lucha por obtener la democracia al estilo occidental sino que la lucha debe ir más allá, debe ser por conseguir la libertad como pueblo y esto sólo es posible mediante la autogestión de los problemas que sacuden a la ciudadanía y de los recursos de los territorios que habitan.




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