martes, 18 de octubre de 2011

LA CRISIS SILENCIADA

Llevamos mucho tiempo hablando machaconamente sobre la crisis financiera que asola al mundo (sobre todo al mundo occidental no nos engañemos) y lo terriblemente mal que lo estamos pasando y lo peor que lo vamos a pasar.

Pero existe una crisis silenciada, mucho más terrible y con consecuencias infinitamente peores de la que apenas se habla sino es para hacer demostraciones de caridad: el hambre que día tras día mata a miles de seres humanos.

Organismos internacionales como la FAO se esfuerzan en hacernos creer que el hambre se debe a las malas cosechas, al incremento de la demanda de alimentos por parte de países emergentes y a la falta de recursos de muchos países. Por ello, constantemente, lanzan campañas de márketing reclamando la “solidaridad” de las gentes de buen vivir para que aporten (aportemos) nuestro granito de arena. Sin que sirva de precedente, he decidido hacer caso a esta organización dependiente de la ONU y voy a hacer mi aportación:

En primer lugar, quiero dejar las cosas claras. Existen seres humanos que mueren de hambre porque otros seres humanos así lo han decido y porque el resto lo permitimos y (queriendo o no) lo favorecemos.

La cuestión del hambre siempre ha sido política. La gente muere a causa de decisiones políticas. ¿Acaso alguien piensa que algún pueblo en la historia de la humanidad se asentó en un territorio que no garantizara su subsistencia? Por favor, no subestimemos a nadie. Las causas del hambre vienen de lejos pero quiero centrarme en la actualidad y ver como está el tema a día de hoy.

El primer factor a tener en cuenta son las políticas alimentarias llevadas a cabo por los llamados países del primer mundo. Estas políticas han convertido el derecho inalienable a alimentarse en un negocio. Los tratados de libre comercio y los acuerdos bilaterales que los países más ricos han impuesto por todo el planeta han destruido la soberanía alimentaria de todos ellos. Por ejemplo, desde la firma del NAFTA, México ha pasado de exportar maíz a tener que importar una gran parte del maíz que consume llegando a producirse, en 2007, la tristemente famosa crisis de las tortas mexicanas debido al encarecimiento del precio de dicho alimento.
Los países ricos subvencionan su agricultura hasta la saciedad mientras impiden que los demás hagan lo mismo (en nombre de la liberalización de los mercados). Una vez hecho esto, les es muy fácil desembarcar en los mercados nacionales de estos países y reventar los precios haciendo que sus productos sean los consumidos y produciendo un efecto devastador: condenar a los millones de campesinos locales a tener que abandonar su modo de subsistencia y por tanto, a la muerte.
Por otro lado, estas políticas también han permitido que unas pocas transnacionales controlen el mercado de las semillas (en este tema no entraremos mucho pero para quien tenga interés, hay multitud de información sobre compañías como Monsanto) y, por tanto, controlen la producción de alimentos en el mundo.
A todo esto, hay que añadir las políticas coloniales e imperialistas que se han impuesto a la mayoría de países para que se especialicen en un sólo cultivo, de tal manera que la diversidad que garantizaba su soberanía alimentaria se ha ido al garete.

Otro apunte. En 1999 Goldman Sachs (¡cómo no!) llegó a un acuerdo con Bill Clinton (entonces presidente de los USA) para desregular el mercado alimentario. A partir de ese momento, el negocio sobre los alimentos no ha hecho más que crecer y la especulación sobre los precios a través de los “futuros” ha provocado más hambruna y muerte que cualquier catástrofe natural a lo largo de la historia. Especialmente, desde la caída del sector inmobiliario, la especulación sobre los precios de los alimentos (con sede, sobre todo, en la bolsa de Chicago) se ha incrementado enormemente. Sólo en el periodo comprendido entre 2003 y 2008 había aumentado la especulación en un 1900%, pasando de un valor de 13 billones de dólares a 260 billones de dólares.

Otro factor muy importante es la acumulación de tierras. Tanto países como fondos de inversión se han dedicado a comprar terrenos fértiles alrededor del mundo bajo el pretexto de garantizar su propia soberanía alimentaria (mostrando un desprecio absoluto por la de los países donde compraban los terrenos, mayoritariamente situados en África, Asia y América Latina). Sin embargo, estas tierras en una gran parte se dedican a monocultivos destinados a la producción de biocombustibles y que, por tanto, no son para consumo humano y es que la lógica de este sistema nos dice que es mejor alimentar a las máquinas que a los seres humanos. Un ejemplo de esta locura lo proporciona un estudio de la Africa Biodiversity Network que dice que un tercio de la selva de Mabira, reserva natural en Uganda (país que sufre la crisis alimentaria como pocos) se convertirá en una plantación de caña de azúcar para la producción de Etanol. Esta producción de biocombustibles tiene otra consecuencia: la subida desaforada de los precios de los alimentos, lo que condena a más personas a la muerte por no poder pagar por la comida que no le dejan producir.

Obviamente, esta crisis silenciada forma parte del gran problema de la humanidad que se llama capitalismo cuyo gran axioma es el beneficio por encima de todo y de todas las personas del mundo.


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