jueves, 28 de abril de 2011

LOS MÉTODOS DE REPSOL EN EL AMAZONAS

Muchas veces hablamos de las grandes corporaciones que hacen y deshacen a su antojo cuanto sucede en el mundo y nos parece que hablamos de entidades lejanas que nada tienen que ver con nosotros, que eso es cosa de norteamericanos y unos pocos más. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
En nuestro país existen varias de esas megacorporaciones (más de las que pudiéramos imaginar) que actúan y se comportan exactamente igual que el resto pero parece que, al ser españolas, no estamos tan dispuestos a hablar sobre ellas y sus manejos.

Hoy queremos hablar de una de esas transnacionales patrias: Repsol. El motivo: la reciente aparición de un informe presentando por la organización Survival sobre la labor de Repsol en la Amazonía peruana.
Este informe relata la política que está llevando a cabo en la concesión del Lote 39 situado al norte del Perú y colindando con Ecuador en plena selva amazónica. Repsol tiene la concesión de los derechos de explotación desde el año 2001, como resultado de años de políticas ultracapitalistas de los sucesivos gobiernos peruanos que decidieron regalar su riqueza natural a las grandes corporaciones, condenando a la mayoría de su pueblo a la pobreza y a la necesidad de emigrar en busca de una mejor vida.
La cuestión es que Repsol pretende extraer petróleo (cuántas barbaridades se cometen en nombre del petróleo) de dicha zona selvática sin tener en cuenta el derecho de nadie.

Antes de centrarnos en el informe, es imprescindible recordar el enorme daño ecológico que una empresa de estas características tiene en la Amazonía (cada día más diezmada y castigada por la voracidad insaciable del hombre) puesto que se tiene que deforestar una gran zona, excavar y remover ingentes cantidades de tierra, construir carreteras e infraestructuras, además del consabido oleoducto para transportar el crudo.
Sólo estas cuestiones son motivo de denuncia y suficiente razón para paralizar todo el proyecto pero, además, en este caso la gran cuestión nos la desvela el informe citado anteriormente.
Resulta que en el Lote 39 y en toda esa zona del Amazonas habitan algunas de las tribus de indígenas no contactados que todavía (¡afortunadamente!) habitan este mundo tan uniforme y deshumanizado.
Numerosos antropólogos y diferentes organizaciones (entre las que podemos hablar de ORPIO, AIDESEP e INDEPA a nivel nacional y The Field Museum o Amazon Watch a nivel internacional) han aportado pruebas y declaraciones juradas acerca de la existencia de estos pueblos que viven en voluntario aislamiento. El propio gobierno del vecino Ecuador reconoce la existencia de estos pueblos y en 2007 lanzó una iniciativa para la protección de los indígenas conocida como Iniciativa Yasuní-ITT.

Obviamente nada de esto ha detenido a Repsol hasta ahora, a pesar de que la propia compañía reconoció la existencia de estos pueblos en 2003 en una reunión celebrada en un pueblo de la región con los habitantes de la zona (oficialmente lo niegan).

No hace falta ser científico para saber el impacto que tendrá, sobre estos pueblos, el contacto con los trabajadores de la compañía petrolera. Todos recordamos las historias de los conquistadores españoles transmitiendo todo tipo de enfermedades que para la población indígena son mortales de necesidad puesto que su organismo jamás ha estado expuesto a ellas. A pesar de la mortandad que supondrá el seguir adelante con este plan de explotación (por no hablar del irreparable daño que se está infringiendo a una de las zonas más ricas en biodiversidad del planeta), Repsol no se va a detener como ya ha dejado claro en anteriores ocasiones.

Por si todo esto fuera poco, el informe resalta algunas de las violaciones a los convenios y tratados internacionales que el gobierno peruano ratificó en su día:

- Violación de los derechos de los pueblos indígenas no contactados recogidos en el derecho internacional. Derechos que se describen en el Convenio 169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) donde se afirma la obligatoriedad de la consulta a los pueblos indígenas en relación con las medidas que les afecten.

- Violación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.

En respuesta a todas estas violaciones de acuerdos internacionales y al movimiento de protesta generado por todo el mundo, Repsol no sólo está dispuesto a continuar con su operación, sino que ya ha planificado la apertura de 454 kilómetros de líneas sísmicas (son, por así decirlo, los caminos que se abren para identificar los yacimientos de crudo) y a construir 150 helipuertos dentro de la zona de explotación.

A pesar de todo esto, como viene siendo habitual en estas grandes corporaciones, Repsol presume de ser una empresa con un modelo de responsabilidad social (dudo que sepan lo que significa esta expresión) que ellos mismos califican de ejemplar. Si lo supieran, detendrían inmediatamente este proyecto y muchos otros de similares características que tienen distribuidos por todo el mundo, especialmente en América Latina. En este caso, el trabajo de la compañía amenaza con aniquilar por completo a los pueblos indígenas no contactados, puesto que dependen totalmente de la selva para alimentarse, cobijarse y desarrollar su cultura.

Claro está que, para que estos crímenes contra el planeta y sus habitantes dejen de perpetrarse, deberíamos vivir en un mundo en que el bienestar de los seres vivos (los humanos y todos los demás) fuera el valor más sagrado. Como todos sabemos, ese no es nuestro mundo en el que los valores más sagrados son el poder y la riqueza.

Para los que queráis conocer más sobre las andanzas de esta compañía socialmente responsable y modelo de sostenibilidad medioambiental os dejo dos enlaces de especial interés.






domingo, 24 de abril de 2011

COMPETITIVIDAD: Pilar del capitalismo y azote de la humanidad

De nuevo el incesante goteo de noticias y las consiguientes diatribas lanzadas desde las atalayas del poder, situadas en los medios de comunicación, ponen en primera plana un concepto considerado como fundamental por los teóricos del capital: la competitividad.
Todos los poderes fácticos del sistema dominante coinciden en cargar las tintas sobre la imperiosa necesidad de aumentar la competitividad de las empresas para salir de la crisis (o estafa a escala mundial, llámalo como quieras) y poder mantener, así, el nivel de riqueza de los grandes empresarios. Según sus teorías (las cuales nos han llevado a donde estamos ahora) esto también nos beneficia al resto de la humanidad, puesto que abre una vía para la creación de empleo y el reparto de la riqueza (lamentablemente hay millones de personas que se lo creen). La lógica capitalista indica que sólo el más fuerte puede prevalecer, por esto es tan importante el concepto al que nos referimos, ya que no es otra cosa que la capacidad de enfrentarse a otros por la consecución de un mismo objetivo, es decir, se trata de pasar por encima del resto de competidores y conseguir que todo el mundo elija tu producto independientemente de la necesidad que tengan de ello.

Si bien la competitividad es algo a lo que normalmente nos referimos dentro del ámbito de la economía, es innegable que el concepto, desgraciadamente, ha traspasado fronteras y ya es importantísimo en cualquier ámbito de la vida actual.
Los rectores del sistema dominante han extendido este concepto a través de multitud de canales tales como: la enseñanza obligatoria, la televisión, el deporte, los modelos juveniles que ensalzan, etc... hasta que ha quedado instalado en el código genético de la sociedad vigente.

Pretenden convencernos de que ser competitivos es algo maravilloso y nada peligroso. Nos enseñan que la competición hace que el resultado final sea mejor cuando lo único que se consigue es aprender el mayor número posible de tácticas para entorpecer la existencia de los llamados rivales.
Así, a modo de ejemplo, nos enseñan lo competitivas que son las grandes multinacionales que año tras año obtienen maravillosos beneficios gracias al afán competitivo de sus trabajadores. Sin embargo, olvidan los pequeños detalles sin importancia (según ellos, claro está): los salarios de miseria que cobran el 95% de los empleados, muchos de los cuales ni siquiera conocen lo que son los derechos del trabajador (por no hablar de los que directamente trabajan en régimen de semiesclavitud); el aniquilamiento del planeta, tanto de sus recursos como de las personas que lo habitan, en nombre de una competitividad que exige pasar por encima de cualquier ley; el nivel de pobreza que dejan estas multinacionales cuando deciden que ya no les sirve una de sus factorías porque han encontrado un sitio donde les es más rentable instalarse; y así hasta el infinito. De esta forma se las gasta la tan necesaria y alabada competitividad.

La competición se ha instaurado en nuestras vidas de forma antinatural.
Lo que antes era colaboración entre iguales para, por ejemplo, tener una buena cosecha que asegurara la manutención del pueblo, ahora es competencia y resquemor por que los otros puedan tener mejores resultados. Hemos pasado de la solidaridad entre vecinos a la desconfianza y el deseo de que ellos se lleven todo lo malo. En las escuelas ya no se oyen palabras como honradez o solidaridad, en su lugar atronan atroces conceptos como competencias y procedimientos. Los modelos sociales a seguir ya no son aquellos basados en el apoyo mutuo y la hermandad, en la actualidad son los basados en el egoísmo y la famosa competitividad: en ser mejor que los demás y, por tanto, en que los demás son el enemigo.
La competitividad destroza sociedades enteras al poner por encima de todo el valor supremo de la victoria sobre los otros, generando odios irracionales y malsanas existencias que sólo conducen a la alineación de los seres humanos y la destrucción de todo lo que nos rodea.


No quiero un mundo competitivo, no lo necesitamos. Hay mundo para todos si sabemos entender que formamos parte de un todo y que todos debemos ir en la dirección que nos permita ser libres sin necesidad para ello de competir entre nosotros.


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miércoles, 13 de abril de 2011

PUNTOS DE ENCUENTRO

Cualquiera que hoy en día se posicione en contra de la manera criminal en que nuestro mundo es dirigido, puede observar multitud de posiciones ideológicas empeñadas en desacreditarse mutuamente, defendiendo cada una de ellas su supremacía moral con respecto a las otras. Esta circunstancia lejos de producir un intercambio de ideas y estrategias, consigue el efecto totalmente contrario: fortalecer de manera alarmante la corriente ideológica predominante.

Así, vemos constantes descalificaciones entre diferentes movimientos que, si por un momento dejaran de lado estas disputas teóricas, caerían en la cuenta de que tienen mucho más en común de lo que se imaginan.

Independientemente de la posición de partida que cada uno de nosotros puede tener y de la idea de sociedad a la que aspiramos, seguramente, podemos establecer unos puntos básicos en los que todos consigamos ponernos de acuerdo e iniciar a partir de ahí una respuesta organizada a la dictadura del capital en la que estamos inmersos.


Desde aquí, sin otra pretensión que la de expresar unas conclusiones sacadas de la conversación con personas de diversas ideologías opuestas al sistema predominante, queremos reflejar algunos de los puntos en los que nos hallamos en total sintonía.


En primer lugar, es necesario que todos y todas nos pongamos en marcha para hacernos sentir dentro de la sociedad. No es posible que todos nos quejemos de lo mal que van las cosas pero no hagamos nada para revertir la situación. Tenemos claro que la “democracia representativa” actual es un sistema para nada democrático y, por tanto, hemos de guiar nuestros esfuerzos para lograr una democracia participativa, es decir, que nuestras voces sean siempre escuchadas y tenidas en cuenta con el mismo valor que cualquier otra voz (que no sólo lo sean cada cuatro años para que los políticos puedan formular falsas promesas que no piensan cumplir).

Esta lucha no va a ser fácil porque hay enormes intereses en juego que no están dispuestos a quedarse quietos y no dudaran en usar todo el potencial que tienen a su disposición (medios de comunicación, represión,...) para evitar que los verdaderos dueños del poder (nosotros, las personas) nos hagamos con él.


Una vez asumido este reto, es el momento de poner esos puntos de unión de manifiesto.


Algo en lo que rápidamente todos nos ponemos de acuerdo es en la urgente necesidad de acabar con la usura y la especulación (cada uno lo llama como quiere: economía financiera, banca privada, sociedad del crédito,...) que permite una distribución de la riqueza hacia arriba y que provoca la muerte de millones de seres humanos cada año a través del hambre, la pobreza y las guerras. En este punto, encontramos imprescindible la supresión de las entidades internacionales que patrocinan este tipo de prácticas y fomentan deliberadamente la desigualdad: debemos acabar con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. Estas Instituciones son instrumentos al servicio del capital cuya única finalidad es someter a los pueblos y explotarlos sin límite.

No se puede permitir que la alimentación, la salud, la educación, la verdadera cultura y otras cuestiones vitales, estén en manos de unos pocos especuladores que sólo buscan el beneficio personal y no tienen reparos en condenar a muerte a millones de personas (muertes mayoritariamente evitables) por un puñado de dinero.

Siguiendo en esta línea, otro paso en que la mayoría coincidimos es en acabar con el sometimiento a la banca privada en el que estamos inmersos. La total falta de escrúpulos de estas entidades y su absoluto poder de influencia sobre la casta política las ha convertido en las auténticas organizaciones de poder, sólo hay que ver lo rápido que hemos acudido todos para darles todo lo que necesiten y a cambio nos han pagado con desahucios y embargos. Por no hablar de las inversiones que hacen en nuestro nombre en negocios fraudulentos o en negocios que directamente engendran muerte y destrucción.

Sé que en este punto hay división de opiniones y una amplia gama de opciones que van desde la abolición del dinero hasta la implementación de tasas y aranceles que graven las operaciones financieras, pasando por la creación de una verdadera banca pública. Lo importante, en mi opinión es poner freno a la desmesura del sistema actual y en eso hay que centrarse, tiempo habrá para decidir cual es la opción que nos beneficia más como seres humanos viviendo en sociedad.


Otra cuestión en la que existe un gran acuerdo es en la imprescindible desmilitarización mundial. Hemos llegado a un nivel en que cualquier disputa se dirime con la ley del más fuerte (que a día de hoy todos sabemos quién es) y en el que el nivel de destrucción es tan alto que no haría falta mucho tiempo para cargarnos el planeta entero a base de bombas y mísiles.

La mayoría de Estados poseen un organismo llamado Ministerio de Defensa cuya finalidad es la ofensa. La ofensa contra los propios ciudadanos del país y contra todos aquellos que sean señalados como enemigos por el poder dominante. La industria de la guerra es uno de los motores más poderosos de la economía actual, hasta tal punto que todas las guerras son alentadas por la misma industria que no distingue entre bandos y aprovisiona por igual a aquel que tenga dinero para pagar. El gasto militar es tan alto y los incentivos económicos tan poderosos que la mayoría de científicos se dedican a este campo de una u otra manera creando un sinfín de artilugios de destrucción que rápidamente son puestos en circulación para probar sus efectos en cualquier parte del planeta. Así, lamentablemente, se puede ver que la mayor expresión intelectual y tecnológica de la especie humana ha quedado reservada para la industria de la muerte. Es evidente que en un mundo de estas características estamos condenados a la destrucción pudiendo dedicar todo ese esfuerzo y sacrificio a la mejora de las condiciones de vida de todos los seres humanos.

Por tanto, se hace indispensable el fin de esta carrera hacia la hecatombe y para ello, el primer paso, debe ser desmantelar el mayor y más impune de los ejércitos: la OTAN. Esta organización tan sólo tiene una misión y no es otra que imponer la visión del mundo que tienen las elites dominantes, encima tienen la desfachatez de ampararse en causas humanitarias para bombardear a seres humanos.

En el caso de España el ejército sólo sirve para poder ejecutar golpes de Estado a conveniencia del poder y para ponerlo a disposición de los Estados Unidos (además de recuperar islotes perdidos como el de Perejil, de vital importancia para la vida de los españoles).


Siguiendo con los puntos de encuentro, también podemos nombrar el terrible drama de la situación del planeta. Independientemente de que seamos devotos fervientes de las tesis del cambio climático o no, resulta innegable que nos encontramos en una situación en que la relación entre el planeta y los que habitamos en él es insostenible. Es imprescindible cambiar el estilo de vida de los países ricos y de los que quieren vivir como dichos países (de nuevo aquí encontramos posturas divergentes pero con un denominador común: el respeto por la naturaleza y la creencia de que así no podemos seguir). Hay que luchar por un estilo de vida más acorde con lo que somos (seres dotados de una supuesta inteligencia) y convertirnos en garantes de la supervivencia del ecosistema global en lugar de ser lo que somos ahora: sus verdugos. Debemos abogar por que todo el esfuerzo que se invierte en construir artefactos para matar y atemorizar, se invierta en encontrar modos de vida y de producción más acordes con la finitud del planeta en el que habitamos.


También es imprescindible dejar claro el rotundo acuerdo existente en la creencia firme de la igualdad de todos los seres humanos y en reconocer que todos tenemos el derecho a vivir con dignidad e incluso el derecho a equivocarnos las veces que haga falta. No es posible seguir viviendo en un mundo en que es aceptada la noción de ciudadanos de primera, segunda e infinitas clases. Todos somos iguales y todos tenemos el derecho intrínseco a decidir por nosotros mismos.


Esto son tan sólo algunos puntos de encuentro entre todos aquellos que día a día nos afirmamos en la posición contraria al sistema dominante actual. Estoy seguro de que entre todos podríamos encontrar infinitud de otras cuestiones por las que luchar juntos. Cada cual puede aportar su granito en el ámbito que decida pero, es imprescindible empezar ya.

A cada minuto somos más los que tenemos la certeza de la inviabilidad de una civilización con las condiciones actuales, debemos ser consecuentes y empezar a actuar.


La decisión es de cada uno de nosotros.

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domingo, 3 de abril de 2011

EL MIEDO ES NUESTRO ENEMIGO

Desde siempre el miedo ha sido uno de los grandes motores de la sociedad. Nos ha servido para estar preparados cuando una situación era percibida como potencialmente peligrosa para nosotros y poder así afrontarla o rodearla, siempre para nuestro propio beneficio.

Esto ha convertido al miedo en un pilar de la evolución de la humanidad y eso es algo que las elites dominantes no han pasado por alto. A lo largo de la historia los miedos colectivos e individuales se han ido explotando con el único propósito de beneficiar a los poderosos y, por encima de todos ellos, al Estado.

La creencia en la existencia de un Estado poderoso se basa en la necesidad de protección, en la fe en que sólo una entidad superior puede cuidar de nosotros y mantener nuestro mundo en su sitio. Es así como el poder identifica o inventa los peligros (viene a ser lo mismo una que otra) de manera que el diseño ideológico de estos permite administrar los remedios y dirigir las conciencias.

Las maniobras de invención suelen ser de dos tipos: una en forma de culpable exterior (terrorismo, fundamentalismo, catástrofes climáticas,...) otra, en forma de desviación personal o interna (pérdida de empleo, precariedad y aislamiento social, imposibilidad de devolver las deudas contraídas para saciar un impulso consumista aprendido, ...) En cualquier caso, consiguen que la tensión permanente a la que nos someten logre despersonalizarnos de tal manera que este tipo de situación vital arrincona el libre criterio personal y limita el ejercicio público de derechos “justificadamente”.


Todos estos miedos que nos van creando a través de una inmensa tela de araña que conforma la maquinaria del Estado (medios de comunicación, policía, ejército, partidos políticos, sindicatos,...) nos exigen grandes sacrificios a nivel personal así como una competitividad salvaje, un adoctrinamiento de las conciencias, un rearme de los arsenales y, sobre todo, una sumisión total. Al trenzar este cúmulo de temores consiguen configurar una herramienta para el chantaje individual y colectivo, previa degradación de la política en beneficio del mercado y de la supuesta seguridad.


Así pues, el Estado comprende perfectamente que el miedo es un factor vital. Él mismo lo tiene, su mayor temor es la revolución de las personas y sabe que dicha revolución será inevitable en el momento en que a todos nos dé por pensar y reflexionar acerca del mundo que nos rodea y su funcionamiento. La conclusión lógica de todo esto es que el propio Estado patrocina y fomenta el mayor de los miedos que puede sufrir el ser humano: el miedo a pensar.

En los países económicamente avanzados, hace ya mucho tiempo que el Estado entendió que la mejor manera de infundir el miedo a pensar era crear una corriente ideológica tan intensa que cualquiera que se viera tentado a utilizar su capacidad de libre pensamiento quedara automáticamente denigrado a la categoría de marginal o mucho peor, de terrorista intelectual. Junto a esta corriente ideológica predominante, se encargó de instaurar una serie de mejoras en las condiciones de vida de sus ciudadanos con el propósito de crear una falsa apariencia de estar viviendo en el mejor de los mundos posibles. Así es como de manera automática se instaura el miedo de la población a perder lo obtenido lo cual lleva a aceptar de buen grado tantos sacrificios como sean necesarios para mantener esta falsa visión de la vida. Al mismo tiempo, esto crea el miedo al otro, a cualquier otro que quiera apoderarse de lo que, por derecho, nos pertenece, creando así sentimientos globales de xenofobia que, bien explotados, constituyen una pilar fundamental de los Estados y una excusa perfecta para el rearme y los estados de excepción en los que vivimos permanentemente.

Para perfeccionar este modelo y alejar toda tentación de ejercitar la libre conciencia, el Estado nos ha bombardeado (y continua haciéndolo más que nunca) con una infinitud de banalidades, con la esperanza (muy bien fundada) de mantener nuestro pobre intelecto ocupado. Así es como, en cuestión de muy poco tiempo, hemos pasado de preocuparnos por cómo mejorar nuestras vidas de una manera activa, a ceder todo el protagonismo al aparato estatal, quedando relegados a simples niños de teta esperando a que el Estado nos facilite nuestras vidas.

Por otro lado, en los países menos avanzados económicamente, el Estado (que no es más que una extensión de las antiguas metrópolis en la mayoría de los casos) no se anda con tanta sutileza psicológica e infunde el miedo a pensar con el método más antiguo: la violencia indiscriminada con el saldo de millones de muertos al año a causa de guerras, enfermedades y la imposibilidad de acceder a una alimentación suficiente.


La esperanza de construir un mundo mejor, o por lo menos de acabar con el que tenemos en menos de un periquete, pasa por superar ese miedo a pensar porque el pensamiento cuando es verdaderamente libre adquiere unos tintes revolucionarios y subversivos que son los que necesitamos para revertir el actual estado de las cosas. La libre conciencia es despiadada con los privilegios y las instituciones establecidas porque sabe que no son justas, es terrible con las costumbres establecidas porque comprende que son relaciones de servidumbre impropias del ser humano, es indiferente a la autoridad porque entiende que es totalmente arbitraria y carente de fundamento humano (únicamente concebida bajo criterios económicos). Por eso hay que derrotar el miedo que es el único impedimento para el avance del ser humano hacia un nivel superior de sociedad.


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