lunes, 29 de octubre de 2012

REFLEXIÓN Y ACCIÓN

El tiempo sigue pasando y lo que parecía una situación insostenible hace ya un par de años, se ha convertido en algo crónico. La teoría de la implosión del sistema, va dejando paso a la realidad de una simple vuelta de tuerca más y a la sensación de que todavía quedan muchas vueltas más habida cuenta de la respuesta popular que se produce.
Este panorama nos deja la extraña sensación de trabajar a paso cambiado, es decir, parece que las respuestas a los furibundos ataques del sistema son sencillamente eso: respuestas y, por tanto, siempre producidas por detrás en el tiempo y con mínimas posibilidades de éxito. Las respuestas son necesarias, imprescindibles pero no son suficientes si el verdadero objetivo es acabar con este sistema criminal llamado capitalismo que nos condena a la esclavitud y a la muerte. Necesitamos alternativas, otras formas de vivir y convivir con el resto de seres humanos y con el planeta.
Es imprescindible que todas las personas reflexionemos acerca de aquello que queremos para nuestras vidas y sobre todo aquello que consideramos injusto en nuestra manera actual de convivir. Para ello, debemos tener el arrojo de liberar nuestras mentes de todos aquellos dogmas inculcados y acceder a la información con un criticismo suficiente como para ser capaces de aceptar e integrar o rechazar aspectos y matices que consideremos válidos provengan de donde provengan.
Estas barreras mentales impuestas provienen en su mayoría de un sistema que siempre ha tenido claro qué valores inculcar y promover y cómo hacerlo. La enajenación a la que se somete a cualquier ser humano (especialmente si desarrolla su existencia en los mal llamados países democráticos) desde la infancia es constante. Sistemas educativos diseñados para crear autómatas sin capacidad de raciocinio; perfectamente dispuestos a acatar todo aquello que le está reservado en la vida; modelos sociales vacíos de contenido moral a los que admirar con la secreta esperanza de convertirse en uno de ellos; referentes culturales prefabricados con el único propósito de hacer olvidar la verdadera cultura: la cultura popular; un inmenso sector dedicado exclusivamente a entretener al personal cumpliendo de manera tan eficaz su objetivo que ha acabado por convertirse en el analgésico más potente jamás utilizado por el ser humano. Todo esto se refleja en todas las personas y sus acciones e, incluso, en aquellas que tienen y mantienen una trayectoria de contestación al sistema, y es necesario partir de este reconocimiento para, a partir de ahí, empezar a construir. Este efecto perverso del funcionamiento del sistema también tiene su influencia, de manera más dolorosa si cabe, entre aquellas personas que se posicionan en posturas llamadas antisistema. Así nos encontramos enrocados en nuestros propios dogmas y maneras de lucha sin ser capaces de reconocer lo positivo que puedan tener otras formas de hacer y pensar, dándose una situación de “o conmigo o contra mí” que inevitablemente nos encierra y nos limita dando nuevamente la ventaja al sistema.
En un sistema cuya mejor arma de desactivación es el individualismo llevado al extremo, la respuesta natural debe ser lo colectivo. El uso de nuestras capacidades para recuperar lo que por derecho es nuestro, el espacio público donde hablar, debatir y decidir por nosotros mismos es un primer paso, un buen primer paso, pero sólo eso.
El gran paso consiste en llevar adelante esas decisiones. Por ello, romper el egoísmo inducido en el que vivimos es imprescindible. Sin el compromiso y el sacrificio, sin la capacidad de creer y pensar en el otro, sin el esfuerzo que supone la formación personal para poder actuar con conciencia, es imposible siquiera hacerle un rasguño al sistema, y estoy convencido de que para llevar adelante nuestras decisiones habrá que hacerle mucho más que un simple rasguño.
Sin embargo la realidad nos demuestra que ni siquiera ese primer paso es factible sin una verdadera voluntad de ruptura. La inmensa mayoría de planteamientos que se proponen son meras continuaciones de la actual situación (eso sí bajo cualquiera de estas etiqueta de capitalismo amable, capitalismo de Estado, capitalismo verde,...), fundamentados en planteamientos inamovibles basados en conceptos y axiomas transmitidos de generación en generación sin el más mínimo atisbo de evaluación y reelaboración tan necesaria frente a un sistema capitalista en constante evolución.
Es necesario realizar el esfuerzo personal de reflexionar y compartir estas reflexiones acerca de aquellas cuestiones que consideramos imprescindibles en la lucha anticapitalista e iniciar, de esta manera, la creación de un verdadero tejido social de lucha y oposición con ese componente de creación de nuevas maneras de interrelación entre las personas y el medio.
Nuestra pequeña aportación a este debate gira alrededor de un tema capital: Una sociedad de personas libres:
¿Es posible ser libre sin tener acceso a la información y a la decisión sobre todo aquello que nos afecta y rodea?
¿Es posible ser libre sin tener garantizada la subsistencia material?
¿Es posible ser libre en una sociedad con estructuras de control y de poder?
¿Es posible ser libre en un mundo dónde la única manera de obtener riqueza es a través del trabajo?
¿Es posible ser libre sin reconocer nuestro papel secundario dentro del planeta?
¿Es posible ser libre mientras haya un ser humano sometido por otro ser humano?
Estas preguntas y muchas otras que giran alrededor de otros temas considerados como importantes, necesitan nuestras respuestas, las de todo el mundo, y empezar a elaborar ese camino que debemos recorrer entre todas para llegar allí. Como siempre el tiempo apremia y sabemos de sobra que el camino es largo; por tanto, no debemos perder tiempo.

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martes, 16 de octubre de 2012

¿EDUCACIÓN PÚBLICA? SÍ, PERO DE VERDAD

Volvemos a las andadas. Nuevo gobierno y ya tenemos nueva ley educativa (en este caso la LOMCE, Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa). Poco han esperado para lanzarla pero claro es lo que tiene la mayoría absoluta, que ni se molestan en guardar las formas.
Esto no es nada nuevo, cada gobierno ha lanzado su reforma educativa, cada una con sus matices ideológicos (por supuesto jamás poniendo en tela de juicio el orden establecido). Sin embargo, estos matices son los que sirven para encender la mecha del “debate político” y dejar de lado lo importante de la cuestión.
Ahora tocan las reválidas, la eliminación de educación para la ciudadanía, la segregación sexista, la exaltación de la patria… Por supuesto, toca el tema estrella cuando gobierna la cara derechona del sistema: la privatización de la educación y el trato de favor hacia la educación privada (mayoritariamente religiosa).
A todo esto hay que añadir el recorte radical que sufre el presupuesto dedicado a educación y lo que esto conlleva: menos profesorado, más alumnos por aula, no cubrir bajas, el despido de miles de interinos, la reducción de las rutas de transporte, de las becas, del servicio de comedor (la polémica de los tuppers es demencial). Como gran novedad incluye un bufón como ministro de educación.
Vale decir, y que quede claro, que entre la educación pública, tal y como se entiende mayoritariamente, y la educación privada hay que luchar y defender la pública. La cuestión que aquí queremos destacar es que la lucha no debe quedarse ahí.
Percibo un más que comprensible cansancio a mi alrededor por parte de la gente que un día sí y otro también sale a la calle a protestar contra toda la batería de reformas y leyes con las que nos golpea el poder. El sistema ha acelerado su marcha en la parte del globo en la que vivimos (en otras latitudes llevan siglos sufriéndolo) y la reacción se está desarrollando a alta velocidad. Tan rápida va, que ya empieza a desgastarse. Y es que este sistema tiene la gran virtud de haber conseguido encauzar toda la contestación en defender cuestiones y aspectos que son claramente favorables al mantenimiento y al reforzamiento del propio sistema. Nos explicamos:
Llevamos mucho tiempo defendiendo un sistema público de educación frente al modelo privatizador por el que aparentemente apuesta el neoliberalismo. Hemos creado plataformas para ello, hemos tragado salir con los sindicatos pactistas y con otros que claramente trabajan para la patronal, hemos gritado, nos hemos asambleado y hemos hecho mil y una acciones para defender esa educación pública. Sin embargo, no debemos perder de vista que ese sistema de educación pública que defendemos no es más que una engrasada maquinaria de fabricar millones de peones desechables para el sistema y un buen puñado de obreros especializado y mandos intermedios que en un futuro serán los modernos cipayos de nuestra sociedad.
Hay diferentes estrategias para conseguir que defendamos un sistema que no es perjudicial, se mire como se mire. En los últimos años, con la llegada de ese capitalismo salvaje llamado neoliberalismo, ha sido el fantasma de la privatización del servicio. Esta estrategia ha forjado la idea de que la educación va a ser exclusivamente para ricos (siempre dentro del esquema educación igual a escolarización) y, por tanto, favorece el surgimiento de la protesta popular a favor del sistema educativo público para regocijo del Estado que contempla complacido cómo nos dedicamos como posesos a defender su sistema de adoctrinamiento favorito.
En el tema educativo hemos caído (como en casi todos los ámbitos) en la lucha por el mal menor. Decimos aborrecer el sistema capitalista y la esclavitud y pobreza que genera y, sin embargo, nos dejamos el aliento en ponerle parches una y otra vez, de tal manera que al final sólo conseguimos reformarlo y reforzarlo. Transformando la lucha social en un motor de refinamiento del sistema.
La educación es algo en lo que hemos dado el brazo a torcer desde hace mucho tiempo. Hemos aceptado la ecuación que propone el poder de que educación es igual a escolarización, permitiendo de esta manera que sea el Estado el que decida qué conocimientos, valores y actitudes debe poseer cada persona. Por supuesto, la decisión es totalmente favorable a sus intereses y convierte el sistema educativo en el arma más poderosa de dominación y transmite el mensaje de la necesidad que tenemos las personas de ser enseñadas y aleccionadas en las cosas supuestamente más importantes para nosotras. Todo este mecanismo de dominación lo envuelve el poder con el manto del Estado social, bajo el pretexto del derecho universal a la educación, sin embargo, lo que realmente pretende y consigue es que el pueblo crea que no es posible la educación sin el sistema educativo estatal. Y, así, convierte este derecho en el derecho universal al sometimiento. De esta forma se consigue que las personas nos desentendamos de la responsabilidad de nuestro propio desarrollo y deleguemos en el Estado paternalista. Junto a esta enseñanza, también nos inicia en una sociedad en la que todo (valores, capacidades, necesidades, realidades…) es susceptible de ser producido y medido. Lo que nos lleva irremediablemente a la aceptación de toda clase de clasificaciones jerárquicas, incluso a dar por válida y natural una sociedad estratificada en la que tu posición depende de valores totalmente mesurables. La escuela nos instruye para ocupar el lugar que el poder nos tiene reservado dentro de nuestro sistema social y para saber aceptar que esa posición no depende de cada uno de nosotros; sino que está en función de una serie de parámetros (económicos, étnicos, origen social,…) que la maquinaria estatal se encarga de medir y catalogar.
Por supuesto, como he dicho anteriormente, hay que defender la educación pública. Pero hay que ir más allá en esa defensa. Hay que crear una verdadera educación pública basada en la participación de todos frente al modelo de expertos vigente. Hay que cambiar el paradigma actual en el que es imprescindible la acreditación estatal de cualquier habilidad para poder ejercerla como si el único lugar donde se puede aprender fuera la escuela. Hay que apostar por una gestión colectiva y por un papel protagonista de las personas que desean aprender independientemente de la edad que tengan. Y, sobre todo, hay que dejar que sea cada cual el que decida su camino y a qué ritmo quiere recorrerlo.