miércoles, 27 de febrero de 2013

EL DOGMATISMO ANTICAPITALISTA

En ocasiones anteriores hemos hablado de los diferentes sistemas de dominación y adoctrinamiento que usa el poder y que dan, como uno de los principales resultados, una masa de personas (ciudadanos como les gusta que nos llamemos) acríticas con una nula capacidad para cuestionar los grandes dogmas del sistema capitalista.
Sin embargo, esta vez me gustaría hablar de cómo esos mismos mecanismos (a menor escala pero con resultados más que aceptables) se reproducen en muchos movimientos o colectivos llamados anticapitalistas. No dejando esto de ser una opinión personal basada en la propia experiencia y sin intención de generalizar, no puedo dejar de pensar que esto no es una situación tan excepcional.

Teniendo en cuenta que la crítica a esos mecanismos forma, o debería formar, parte del núcleo de la crítica al capitalismo y a, por extensión, cualquier sistema basado en la dominación; creo sinceramente que es algo sobre lo que deberíamos reflexionar ya que la situación a la que nos enfrentamos todas las personas que creemos en la necesidad de un cambio social requiere de una respuesta profunda donde no podemos olvidar combatir y destruir estos mecanismos que nos llevan una y otra vez a repetir errores pasados.

Así de manera más o menos formalizada nos encontramos con un choque frontal entre las críticas al sistema y la práctica cotidiana de los espacios alternativos.

Uno de los primeros aspectos con los que nos encontramos en este choque son unas estructuras verticalizadas de manera formal que, a menudo, repiten los mecanismos de filtrado y depuración dentro de la estructura que llevan irremediablemente al servilismo y al seguidismo acrítico para poder subir en el escalafón a la caza del poder para imponer la propia visión dentro del colectivo.

Incluso en espacios formalmente horizontales se produce esta verticalización a través de los liderazgos encubiertos que se ejercen (consciente o inconscientemente, pero se ejercen) y que en numerosas ocasiones enmascaran como consensos lo que no son más que los deseos personales de personas carismáticas que participan en esa asamblea. En ambos casos, se ve truncada la aspiración de la participación de todos en la toma de decisiones bien sea por imposibilidad, bien sea por falta de empuje y/o capacidad de argumentar.

Otro aspecto con el que nos encontramos, sobre todo, la gente que hemos decidido no hace mucho dejar de lado las convenciones sociales y adentrarnos en la lucha social es con un cuerpo doctrinario (socialista, libertario,…) prácticamente incuestionable y, por supuesto, de obligada aceptación inmediata so pena de ser tachado de pequeñoburgués o reformista con aspiraciones.

Así pues, nos encontramos con que se nos llena la boca hablando de la necesidad de un pensamiento crítico para construir una alternativa anticapitalista; pero luego es imposible aplicar ese mismo pensamiento para analizar los dogmas revolucionarios. Esto lleva irremediablemente a una lucha de matices que imposibilita la aparición de cualquier alternativa basada en las aportaciones y el desarrollo del pensamiento colectivo.

Otro gran bloque de contradicciones al que nos enfrentamos es todo lo que se refiere a las formas de acción y lucha y las consecuencias que acarrea. Tenemos claro que el poder puede cambiar mil veces de cara para que nada cambie y que tiene una capacidad inaudita para asimilar todos los movimientos de protesta que intuye que mínimamente puede inquietarle. También damos por sentado que en su afán acumulativo de poder y dominación se reinventa a cada paso.

Frente a estas creencias, seguimos repitiendo nuestras respuestas esperando que cambien los resultados no se sabe bien por qué razón. Al final, esta dinámica de repetición y esterilidad en la lucha hace que la propia acción se convierta en el fin; en lugar de ser el medio para conseguirlo. Esta situación nos lleva irremediablemente a acatar los criterios capitalistas de medición del éxito y acabamos alegrándonos si nuestra organización consigue “sacar” cierto número de personas a la calle auto-convenciéndonos de que esto es el principio de la revolución soñada.

Por supuesto, consecuencia directa de todo esto es la aceptación de un concepto tan capitalista como la competitividad a la hora de analizar estos supuestos éxitos de movilización. Nos vanagloriamos de convocar a más gente que no se qué otra organización y, de paso, tratamos como borregos a todas las personas que salen a la calle convencidas de su contribución a la lucha. Así damos un paso al frente y pasamos a considerar a la organización lo primero y más importante y fundamos, extraoficialmente, nuestro propio gueto, cuyo máximo objetivo pasa a ser el convertirse en la organización más anticapitalista de todas (rozando en ocasiones la locura narcisista con el rollo ese de ser los más puros). Al final, esta dinámica nos lleva a la lucha de egos (por no decir gallitos/as) y a olvidar que nosotros solos no vamos a ninguna parte, que el cambio o lo hacemos entre todas las personas o no lo haremos.


Mientras todas estas dinámicas se repiten una y otra vez, el poder se regocija abiertamente de cualquier esfuerzo de contestación. O empezamos a convencer a través del ejemplo o cada uno a su local a dirigir su pequeño corral y fardar de ello con los colegas.

Imprimir

domingo, 3 de febrero de 2013

CORRUPCIÓN


Como veníamos comentando en el post anterior, el sistema ha encontrado la vía de escape oficial con el tema de la corrupción y la necesaria regeneración política y democrática.
Los últimos acontecimientos referidos a la financiación ilegal del PP y a los, ya famosos, papeles de Bárcenas y sus sobres han vuelto a incendiar a la sociedad. Todo el peso mediático se ha centrado en ello y los grandes medios de desinformación llenan páginas y horas sobre ello (a excepción de la radiotelevisión pública fiel a su papel de altavoz oficial del régimen). Siguiendo a rajatabla las órdenes dadas desde sus cúpulas empresariales que dirigen los hilos en función de sus intereses, ya que no hay que olvidar que estos medios forman parte de grandes conglomerados multinacionales.

La idea que se está tratando de transmitir es tan simple como atractiva: el problema es la corrupción política y el deficiente sistema democrático fruto de la transición. Por tanto, la solución a todos nuestros problemas reside en arreglar esto. Así, siguiendo esta línea argumental, nos encontramos con la corrupción política generadora de una crisis de representatividad (de paso aderezado con la corrupción de la casa irreal) y un bipartidismo incapaz de seguir creando ilusiones creíbles para la población son los nuevos mártires a sacrificar en el teatro capitalista.

Seamos sinceros, la corrupción en el PP es intolerable y una muestra más del desprecio absoluto que sienten por aquellos a quien dicen representar pero, desde luego, no es la excepción dentro de la normalidad democrática en la que nos dicen que vivimos. El PP no es más que un botón de muestra, la corrupción es algo inherente al sistema capitalista.

No hay que entrar demasiado en detalle para que cualquiera pueda ver claramente que todo gobierno no es más que un órgano gestor de los intereses de los poderosos. El poder económico se sirve del político y, éste, recoge el fruto por el trabajo bien hecho. Los gobernantes, como buenos empleados, venden su fuerza de trabajo al mejor postor. Eso es todo. Unos lo llaman corrupción; otros funcionamiento normal de las dictaduras parlamentarias. No podemos esperar otra cosa de un sistema en el que todo y todos somos meras mercancías y cuyo único objetivo es el beneficio económico y la dominación. El PP es un granito más de la corrupción dentro de un sistema corrupto hasta la médula.

Un sistema político social que ensalza valores como el éxito, la competitividad, el crecimiento ilimitado, la posesión personal a través del ejercicio de la dominación y el fomento del consumo desmesurado y llevado al límite de lo absurdo lleva, irremediablemente, a la corrupción como vía rápida de conseguir todo esto. Así, el capitalismo, premia la corrupción como método a seguir en cualquier esfera de la vida.

Corrupción en la política cuando se usa el poder para el propio beneficio o el de terceros, corrupción en la esfera laboral cuando se pagan salarios de miseria y se exige la vida del trabajador, corrupción en la educación cuando se fomentan los valores capitalistas a sabiendas de que esto conlleva una sociedad desigual, corrupción en la sanidad cuando se medicaliza a las personas bajo cualquier pretexto y se ignoran los factores sociales y ambientales que nos enferman, corrupción en las relaciones sociales cuando se intenta aparentar lo que no se es a base de posesiones materiales sin sentido, corrupción en la justicia cuando sistemáticamente se criminaliza a la gente que lucha, corrupción en la universidad cuando la intelectualidad justifica y legitima un sistema criminal, corrupción en los servicios sociales al permitir la miseria oficializada en lugar de denunciar la injusticia social, corrupción en los medios de comunicación cuando sirven de altavoz del poder en lugar de avanzadilla de la sociedad, corrupción en los cuerpos policiales y militares que defienden los intereses del poder a sangre y fuego,…

Por eso, el poder pretende centrar toda la rabia y el desengaño de la gente en  la corrupción política, porque así mantiene intactos todos los otros ámbitos de corrupción, que son mucho más importantes para el buen funcionamiento del sistema. Al fin y al cabo un gobierno es lo más fácil de sustituir (incluyendo la jefatura de estado si hace falta). Si el PP no resiste el desgaste, se podría dar un par de situaciones que el sistema contempla: elecciones anticipadas con un más que previsible gobierno PPSOE puesto que no hay alternativa viable en la actualidad; o bien, un gobierno de tecnócratas impuesto por la Troika. La estrategia está servida: como siempre, el sistema se adelanta a los acontecimientos y lo hace antes de que tanta indignación y rabia se autoorganice creando una red de poder popular (cosa en mi opinión todavía poco probable pero, desde luego, para nada imposible). No hay que olvidar que todo el asunto lo destapa El País que es la voz oficial del capitalismo en España y lo secunda El Mundo que, además, aglutina al sector más nacionalista del sistema. Por tanto, parece claro que la elección del momento no parece casual.

Sin embargo, como cada vez que el poder se descubre, abre una ventana a la oportunidad de la respuesta popular y eso es algo que no podemos desaprovechar. Si la chispa que lance definitivamente a la gente a la calle son los sobres y la corrupción del PP, pues que sea. Pero que no se pierda la perspectiva de lo que realmente es el problema: el Capitalismo.

Imprimir