miércoles, 23 de octubre de 2013

NO SOMOS CULPABLES



Largos debates, conversaciones con cierto sabor a resentimiento y desesperanza giran en torno a la falta de reacción social ante la ofensiva desatada por los grandes capitales y los centros de poder político siempre ansiosos por ampliar sus beneficios económicos en primer término, y como objetivo de fondo aumentar la capacidad de dominio sobre el resto de seres que habitan el planeta.

Durante mucho tiempo el sistema social se ha encargado de ir destruyendo el tejido social en el que las personas se apoyaban siempre para tratar de vivir una vida lo más acorde posible a su modo de sentir. Precisamente ahí, en el modo de sentir, es donde ha centrado gran parte de sus esfuerzos el poder.
Muy pronto se dieron cuenta de la importancia de modificar esa manera de sentir que incluía una visión colectiva de la vida, una forma de sentir que incluía al otro, al entorno natural que se consideraba parte inseparable de la propia vida, y que provocaba que la vida fuera vivida en común.
Obviamente, para que un sistema basado en la avaricia, en la imperiosa necesidad de poseer más y más funcione se necesita romper esa idea de lo común. Se necesita atomizar al ser humano y romper los lazos que le conectan con el resto para convertirlo en un autómata perfectamente dispuesto a cumplir con el papel asignado en la función capitalista. Sólo con la desconexión entre iguales es posible desentenderse de los problemas ajenos y desligar los propios de los globales, y de ahí  a no tener ningún problema a pasar por encima de quien sea para seguir adelante (sin saber muy bien hacia donde) hay un paso bien pequeño.
Y así lo ha hecho, como siempre usando esas poderosas maquinarias que utiliza a su antojo como son el sistema educativo, los medios de información y la industria del entretenimiento (el sólo hecho de que exista algo llamado industria del entretenimiento da la medida del éxito obtenido por el sistema en su proceso de desconexión del individuo con su entorno)
Se ha potenciado tanto lo individual que se ha traspasado la línea que separa el necesario desarrollo de la persona con esa zona oscura donde el egoísmo lo puede todo.
Durante muchos años se ha ido potenciando una sibilina manera de modelar la personalidad humana basada en la suprema importancia de la satisfacción de las necesidades personales. En esto, tiene mucho que ver la infiltración de las ciencias psi, especialmente la psicología, en todos los ámbitos del control social mejorándolos y perfeccionándolos hasta límites insospechados. (Este tema da para mucho más y trataré de ampliarlo en otra ocasión).
Junto a la importancia de esa satisfacción, se induce la creencia del mérito personal y, por tanto, la falsa ilusión de que todo lo que nos ocurre en la vida es consecuencia única y exclusivamente de nuestros actos. Es decir, queda eximido de toda responsabilidad el sistema político, económico y social. Todo es fruto del hacer individual independientemente de cualquier condicionante.
Esta excelente estrategia de control social ha desactivado casi cualquier posibilidad (es obvio que el casi no incluye a todas esas personas que si reaccionan y se esfuerzan en construir otra forma de vivir, cada uno a su manera) de reacción social y al pasar de los años ha conseguido dejar una ingente cantidad de personas que no salen de su asombro y estupor ante la actual situación. Una gran masa de gente que no llega a comprender qué salió mal. Siguieron las instrucciones al pie de la letra, se dedicaron en cuerpo y alma a cumplir con lo que el sistema esperaba de ellos y ahora se encuentran en una situación de indefensión absoluta. Y lo qué es peor, absolutamente convencidos de qué ha sido culpa suya.
Personas que han cumplido con su labor de asalariados durante años y ahora se ven como seres inservibles sin saber por qué, jubilados que tras entregar hasta la última gota de sudor han visto como todo lo que con esfuerzo consiguieron juntar para pasar sus últimos años se ha evaporado, varias generaciones convencidas de que estudiar era lo que debían hacer para alcanzar la vida que el sistema les ofrecía y se encuentran con la cruda realidad de ser mano de obra sobrante, y así un largo etcétera de personas y situaciones diversas. Todas ellas con algo en común, un sentimiento de culpa inoculado por el sistema y con una nula capacidad de reacción fuera de los cauces que el propio sistema ofrece.
Es necesario tratar esta cuestión con lógica. Si hemos seguido las normas que nos debían guiar al buen vivir según el sistema y esto no se ha producido sólo hay una posible conclusión lógica: no somos culpables, entonces ¿quién es el culpable? Todos los dedos deben apuntar en la misma dirección: el sistema capitalista. Por tanto, sólo puede haber una salida posible, acabar con él.
 

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jueves, 10 de octubre de 2013

MALDITA GANANCIA



Vivimos en la agitación constante, en un vertiginoso ir y venir sin saber de dónde partimos ni hacia dónde vamos. Continuas convocatorias a todo tipo de actos por parte de innumerables colectivos, plataformas, partidos, asambleas, mareas, sindicatos y coordinadoras siempre con la intención de dejar claro un posicionamiento más o menos contrario a cualquier aspecto de esta realidad social que nos golpea.
Uno tras otro se suceden los discursos, las proclamas, los manifiestos oscilando entre la defensa de lo que se consideran derechos inalienables y la llamada a la revolución contra el poder criminal que nos gobierna.
Finalmente, llega el desánimo y la deserción. El abandono de lo que se ha dado en llamar la lucha y la consiguiente disolución de toda la energía entre esa maraña indescifrable que forman conceptos como ciudadanía y vida cotidiana.
Sin embargo, se insiste una y otra vez en los mismos métodos con la esperanza de obtener resultados diferentes, o tal vez con el objetivo más retorcido de volver a obtener esos mismos resultados, es decir, la nada.


¡Revolución! Es sin duda una de las palabras más usadas de la historia de la humanidad y con tantos significados como seres humanos existen. A pesar de ello, hay una cuestión que inevitablemente hay que plantearse a la vista de los resultados de lo que se han considerado revoluciones a lo largo de la historia y que nos han traído hasta el momento presente.
¿Es posible una verdadera revolución si no va precedida de una evolución en las ideas que dominan nuestra vida y el modelo social impuesto?

En la actualidad vivimos en la sociedad de la ganancia y del interés, en la que todo gira en torno a la posibilidad de obtener un diferencial positivo de cada acción realizada. Esto es algo bastante obvio en la esfera económica puesto que está en la base del propio capitalismo. Este faro que ilumina todo el funcionamiento del sistema económico está íntimamente alimentado con el concepto de propiedad, puesto que para obtener una ganancia, un beneficio hay que poseer algo con lo que poder interactuar.

Posesión y ganancia, dos factores que inevitablemente conducen al tercer pilar: control. Hay que asegurar esa propiedad para obtener la ganancia. El sistema lo sabe y lo ejerce de una manera brutal a través de múltiples mecanismos.

La revolución tan anunciada y deseada pasa por ahí, por combatir ese triunvirato que sostiene todo el entramado. Sin embargo, para llegar a ese punto debe suceder que esas ideas evolucionen a nivel personal, porque ese trío ideológico también rige en nuestro día a día y no sólo en los asuntos económicos. El sistema se ha integrado de tal manera que cada paso que se da en la vida se analiza en función de la posible ganancia que se puede obtener (no sólo económica, también emocional, temporal y en cualquier otro parámetro que se nos ocurra). Así hemos oído en innumerables ocasiones cómo se analiza una relación interpersonal en función de si se ha sacado más de lo que se ha invertido en ella. Obviamente este análisis sólo es posible desde la creencia de la posesión de algo, tangible o no, que estimamos valioso.
Por eso, parece que el tiempo de la revolución no está cercano. Sin embargo, el tiempo de los actos revolucionarios esta aquí. Ahora mismo no hay nada más revolucionario al alcance de nuestras manos que renunciar a regir la vida humana por el criterio de la ganancia. Evolucionar hacia otros criterios personales nos acercará cada vez más hacia ese momento revolucionario que tanto necesita el conjunto de la humanidad. Sólo superando la creencia de que siempre hay que sacar algo de cada acto que se hace podremos plantearnos la construcción de otro mundo en el que el sufrimiento sea tan sólo un lejano recuerdo.
 

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