lunes, 24 de febrero de 2014

REVISANDO PARADIGMAS PERSONALES

En mi no demasiado larga vida de activista he asistido y participado en innumerables e interminables debates acerca de temas recurrentes como la desmovilización social, las alternativas más o menos reales al sistema predominante, las diferentes formas de organización, las múltiples razones para organizar el enésimo frente popular y un largo etcétera que seguro que muchos de vosotros podréis recitar de memoria porque tengo la sensación de que no soy el único que ha pasado por ahí.

Sin embargo, qué pocas veces he asistido, ya no a debates públicos, ni siquiera a pequeñas asambleas en las que se tocara un tema que en mi opinión está en el principio de cualquier cambio que merezca la pena ser llamado revolucionario. Es imprescindible acometer una revolución más íntima, más personal que permita la posibilidad real de, al menos, atisbar una revolución a nivel social. Necesitamos realizar un ejercicio de revisión y sinceridad. Este ejercicio es más exigible, si cabe, en aquellas personas que se autoetiquetan como integrantes de eso que llaman “izquierda revolucionaria” y no tienen la acuciante incertidumbre de tener que buscarse la vida para comer a diario.

Es cierto que hay muchísima gente que siente y vive una realidad en la que las cosas no funcionan bien, una realidad donde cuesta muchísimo esfuerzo y sufrimiento la imprescindible tarea de sobrevivir y eso facilita sobremanera que no haya un esfuerzo de verdadera reflexión y que se tienda a seguir cualquier alternativa que aparece con fuerza en un momento dado. Sin embargo, romper este círculo es vital para acercarnos a un horizonte revolucionario.

Este ejercicio debe servir para revisar los paradigmas sobre los que basamos nuestro pensamiento político sin miedo a descubrir que no estamos de acuerdo con aspectos que, hasta la fecha, podíamos considerar indiscutibles. Debemos ser capaces de romper los moldes en los que circunscribimos nuestro pensamiento si son un impedimento para avanzar y llegar a una comprensión mejor de la realidad que nos ha tocado vivir. Nada es despreciable pero parece obvio que no todo puede explicarse con teorías escritas hace cientos de años ni todo puede basarse en seguir programas descritos a partir de esas teorías. El hecho es que vivimos aquí y ahora y la realidad nos demuestra que repetir esquemas pasados sólo nos conduce a cosechar fracasos y frustraciones conocidas.

La sensación que tengo es que esta revolución íntima se reprime desde el seno de la gran mayoría de colectivos o agrupaciones existentes porque claramente contradicen los objetivos que se plantean cuyo fin, más o menos consciente, no es más que conseguir perdurar en el tiempo y aumentar su campo de influencia, porque son conscientes que si alguna vez alcanzaran los objetivos que dicen perseguir desaparecerían perdiendo así su pequeña/gran parcela de poder e influencia. Obviamente, esto no se hace de una forma descarada; sino más bien con una refinada estrategia que consiste en identificar las luchas a seguir y los logros a conseguir con ellas de tal manera que refuercen la ilusión del avance pero sin producir cambios reales. Esto es posible gracias a la falta de análisis personal de cada uno y a la facilidad que tenemos para dejarnos arrastrar cuando lo contrario exige esfuerzo y compromiso.
Lamentablemente, estas dinámicas no sólo arrastran a la gente que mantiene una militancia más o menos comprometida; sino que también abduce a una gran parte de la gente que siente por vez primera que la injusticia de la sociedad llama a su puerta y que hasta ahora creía lejos de todo eso.

Nos encontramos ante una situación en la que son muchos los que sienten la necesidad de alzar su voz, los que creen llegada la hora de pasar a la acción aunque no sepan bien qué significa eso. Cada día gente que, hasta el momento, había permanecido en silencio se atreve a demostrar su malestar más allá del salón de su casa (si todavía la conservan) o de la barra del bar, y es precisamente aquí donde la labor de la revolución de los paradigmas personales cobra vital importancia, porque de lo contrario seguiremos cosechando multitudes desencantadas y quemadas por el constante desgaste que exige estar siempre dejándonos la piel por metas que otros nos marcan y que en última instancia, si se consiguen, no llevan a nada más que a afianzar la dinámica sistémica que es la causante de la injusticia que nos llevó a movilizarnos.

En la actualidad, seguimos envueltos en luchas y reivindicaciones dirigidas a multitud de objetivos. Son tantas las agresiones a las que nos somete este sistema inmoral y depredador que nos vemos impelidos a responder a todo cuanto nos rodea. Esta actitud, muchas veces alentada por agentes que, teóricamente, se oponen al sistema dominante, sólo conduce al desgaste masivo de las personas que de buena fe dedican su esfuerzo a ello, alentadas por lo que creen grandes victorias que no son más que pequeños parches puestos en una brecha de dimensiones inimaginables. Así nos encontramos con multitud de situaciones cuando menos paradójicas como defender ciegamente el sistema educativo público a pesar de repetir hasta la saciedad el papel crucial que juega a la hora de moldearnos como los siervos perfectos del sistema, o salir a la calle contra la extracción de petróleo en sus diversas variantes y consumir constantemente dicho producto como si apareciera de la nada.

No podemos estar permanentemente yendo a la contra, en la calle protestando por cualquier tema que nos lancen a la cara sin dedicar ni un sólo minuto a reflexionar. No podemos pretender que nada cambie si no empezamos por tratar de entender por nosotros mismos las causas de aquello que nos oprime.

Desconfiad de aquellos líderes mesiánicos que se pasan el día reclamando que la gente salga a la calle sin otro plan que gritar: ¡Abajo el capitalismo!
Sin permitir ni un segundo de reflexión.

Este sistema lleva siglos perfeccionando sus mecanismos de control y dominación. Tiene sus estrategias y un plan perfectamente definido, no podemos luchar contra esto tan sólo con la voluntad de alcanzar un mundo mejor. Como primer paso es imprescindible esa reflexión personal y esa revolución íntima cuya principal condición a tener siempre presente es que no es posible un verdadero cambio sin estar dispuestos a perder todo aquello que creemos poseer, es más, no es posible una verdadera revolución si no estamos preparados para erradicar la posesión de nuestras vidas.

Esa revolución íntima sólo será posible, no me cansaré de repetirlo, poniendo en primer plano en nuestro modo de vida la coherencia personal. Es la única manera de que cada paso adelante se mantenga firme y resista el desgaste cotidiano al que nos vemos sometidos constantemente.

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lunes, 3 de febrero de 2014

EL BUCLE INFINITO

Y pasa la vida… y ya estamos en 2014, unos cuantos años después de que empezara esta nueva fase del capitalismo que los medios de incomunicación dieron en llamar crisis y que cada vez más gente denomina estafa. Lamentablemente, todo sigue igual.
Empezamos el año exactamente igual que siempre.
Los grandes bancos multiplicando exponencialmente sus beneficios mientras siguen condenando a la miseria y la muerte a miles de seres humanos con el apoyo incansable de un Estado que se dedica a regalarles dinero a cambio del incalculable apoyo financiero para los partidos y organizaciones afines.
Las grandes transnacionales en su dinámica de enriquecerse, a costa de exigir el sacrificio humano con condiciones de trabajo cada vez más esclavistas, gracias a una legalidad redactada para eso, y con la amenaza del desempleo más implacable que nunca.
Los poderes públicos sentados en su atalaya, negociando sus intereses y representando la tragicomedia de la democracia para tenernos entretenidos mientras siguen afianzando y ampliando este sistema de humillación y esclavitud en el que somos meros números que oscilamos entre las columnas de los necesarios y los prescindibles. Delegando en los tecnócratas del escalafón alto la gestión de la democracia, es decir, dejando que el sistema judicial y el policial se encarguen de mantener las cosas en su sitio de que nada altere el discurrir de los días.
Mientras tanto, ¿qué hacemos nosotros? Pues seguimos como siempre, cada uno a lo suyo. Eso sí, siempre con un ojo puesto en lo del vecino, no sea que dejemos pasar la oportunidad de joder. Porque si algo está claro es que nosotros no aprendemos. Parece que seamos incapaces de sacar ninguna lección de estrategias, intenciones y acciones del pasado. Repetimos una y otra vez los mismos planteamientos de lucha, de resistencia… esperando que por arte de magia los resultados sean diferentes y parece que seguimos sorprendiéndonos cuando esto no sucede.
Para empezar seguimos planteando nuestra lucha desde la resistencia en lugar de empezar a combinar esto con la existencia. Basta ya de desgastarnos siempre en ir a remolque de las decisiones políticas que sólo nos conduce a acabar luchando por migajas y a festejar como enormes victorias cada vez que se sale a la calle a protestar contra alguna ley injusta sin cuestionarnos nada más allá y dejando esa lucha en el momento en que los objetivos planteados se creen conseguidos. No debemos olvidar que hasta la fecha todos los logros que festejamos no son más que pequeños parches que en nada nos acercan a un cambio de paradigma social (si es que realmente esto es lo que pretendemos con nuestra lucha, cuestión ésta que todavía está por ver y sobre la que hay mucho que hablar).
Seguimos, aunque parezca mentira, ilusionándonos cada vez que se acercan elecciones con la aparición de nuevos proyectos políticos que prometen poner las instituciones al servicio de la ciudadanía. Como si eso fuera posible, como si esas instituciones fueran neutrales y su ejercicio dependiera de la buena voluntad de sus ocupantes. Las instituciones de esta supuesta democracia son las instituciones del poder, creados por los poderosos con la única misión de servir a sus intereses y absolutamente culpables de la inmovilidad de la situación. Estás apariciones periódicas de nuevos intentos de lo que algunos denominan frentes populares son en parte culpables del poco avance del pensamiento crítico en nuestra sociedad; ya que imposibilitan la aparición de nuevas formas de organización popular y la necesaria reflexión crítica de los postulados habituales de lo que denominan izquierda que en el mejor de los casos no pasa de una renovada socialdemocracia.
Las agresiones a las que nos vemos sometidos son constantes, sin embargo, mientras no seamos capaces de autoorganizarnos en un primer lugar para asegurar la subsistencia diaria y en última instancia para hacer una verdadera reflexión crítica sin prejuicios ideológicos de ninguna clase de la realidad que vivimos y de las implicaciones que esto tiene, no saldremos jamás de este bucle de acción-reacción en el que llevamos todas las de perder y que sólo nos depara una caída libre hacia una vida cada vez más lejos de un ideal de dignidad que ni siquiera nos atrevemos a imaginar a día de hoy pero que es imprescindible para garantizar la viabilidad de todo tipo de vida en este planeta.
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