jueves, 18 de diciembre de 2014

LA ESCLAVITUD SE HACE LEY

Todos, debemos ser conscientes de que ya no hay espacio entre nosotros para las tibiezas, para las soluciones parciales, para la vuelta a tiempos mejores. Todo eso ya no es posible.

El capitalismo en su dinámica destructora sigue avanzando, cada vez más acelerado. Las máscaras han caído y ya no necesitan esconderse más, no necesitan colchones de seguridad ni falsas vías de escape.

Pasaron los “días felices” donde lo prioritario era inculcarnos el afán consumista, el apego a sus productos y la ilusión de prosperar en la vida a base de trabajar y ser buenos ciudadanos.

Pasó el tiempo en que nos envolvieron con su bienestar público, su crecimiento económico y sus infinitas posibilidades de ocio dirigido. Sí, seguramente disfrutamos esos días, sin querer saber, sin querer darnos cuenta de que aquello era posible a costa de millones de vidas humanas, a costa de aniquilar la naturaleza, a costa de ser aniquilados nosotros mismos como seres humanos.

Ese tiempo pasó. Ahora que ya somos fieles seguidores de sus democracias, ahora que ya no podemos vivir sin su salario, ni podemos prescindir de sus comodidades, ahora ya no necesitan más zanahorias para guiarnos. Ha llegado el momento en que la verdadera cara del capitalismo se haga visible. Los que creíamos vivir en la zona segura del mundo vemos cómo todo lo que en nuestra concepción sucedía en regiones recónditas está pasando ahora, aquí, en nuestra sociedad.

Millones (sí, millones) de personas sin poder alimentarse tanto como deberían; sin poder disfrutar de algo tan básico como un hogar (desahucios, pobreza energética…); millones de personas sin ningún tipo de ingreso, que malviven de la caridad; cientos de miles de personas sin acceso a la sanidad más básica y un largo etcétera de situaciones suficientes cada una de ellas para avergonzarnos como seres humanos.

Esa es nuestra realidad, la realidad de un país calificado como moderno y desarrollado. La realidad de un país democrático, de un estado de derecho que tiene como norma sagrada garantizar el bienestar de sus habitantes. Pero como dije, eso ya pasó. Y a pesar de sus esfuerzos por hacernos creer que esto es pasajero y a causa de la corrupción generalizada entre los políticos gobernantes, sabemos que no es cierto. También sabemos, aunque nos de miedo aceptarlo, que ahora vivimos en la realidad capitalista y, sabemos, que va a ir a peor. Así es, ahora vemos que no es una crisis, ni una estafa; sino el desarrollo lógico de un mundo liderado por psicópatas.

Tan sólo hay que ver en qué andan los gobernantes para afrontar esta realidad que con tanta crueldad nos golpea y que con tanta urgencia necesita un cambio radical.

Por un lado, tenemos el TTIP (junto a sus hermanos CETA y TISA), todos ellos acuerdos para el libre comercio entre Europa y Estados Unidos de todo lo que es susceptible de ser mercancía, es decir, de todo y todos. Sí así como suena, incluyámonos en esa lista porque eso es lo que somos al fin y al cabo para el modelo capitalista: mercancías. Estos tratados que se están negociando en secreto según dice la prensa aunque raramente habla de ello (como si para el resto de embustes legales hubieran contado con nosotros), nos conducen hacia un nuevo escalón en el sistema de dominación capitalista. Unos tratados que definitivamente ponen bien a las claras dónde residen los actuales dictadores de las normas que rigen las vidas que habitamos el planeta: en las grandes corporaciones. En este tratado se facilitará el rango de máxima ley a la esclavitud laboral, denigrando más todavía, aunque parezca imposible, la condición de asalariado; se otorgará al gran capital el derecho de patentar y por tanto poseer (con todas sus letras: poseer) y lucrarse con ello todo lo que considere, incluidas toda forma de vida y cualquier proceso natural; legalizará cualquier tipo de aberración como el fracking con la excusa de su imprescindible necesidad para asegurar el normal funcionamiento de la población; pondrá a los dueños del sistema en el lugar que les corresponde, situando a las transnacionales por encima de cualquier legislación existente y con el derecho a reclamarle a cualquier país compensaciones económicas si considera que no se ha llevado un trozo del pastel lo suficientemente grande (tribunales de arbitraje le llaman a esto); todo esto y mucho más pasará a formar parte de las reglas del juego con carácter legal.

Por supuesto que nada de esto es nuevo, de hecho es algo que ya vamos viendo en nuestro día a día, sin embargo cuando el Tratado se firme y entre en vigor, la situación degenerará hasta límites inimaginables (si no podemos mirar cómo le ha ido a México desde que firmaron el NAFTA).

Por otro lado, tenemos en el ámbito patrio, la Ley Mordaza (aunque no os creáis que no tiene equivalentes en el resto de países) la plasmación de esa frase tan manida del “brazo armado de la ley”. El único objetivo de esta ley es asegurarse la nula contestación al proceso de explotación y esclavitud por el que transitamos y garantizar la absoluta entrega de la población a la causa capitalista. A través de diferentes mecanismos se trata: Por un lado de inocular miedo a los que empiezan a notar en sus carnes los efectos del sistema y se deciden a salir a la calle a ejercer su derecho a la protesta (si es que eso existe). Esto se hace allá donde el sistema sabe que más daño puede causar: el bolsillo, aplicando multas económicas por actuaciones y actividades que hasta no hace mucho estaban amparadas por la figura de los derechos fundamentales. Por otro lado, para aquellos considerados más peligrosos por el sistema, añaden el terror físico y emocional; dejando claro qué comportamiento no es el adecuado.

Esta ley da plenos poderes e impunidad a la policía para actuar según crea conveniente sin necesidad de que ninguna instancia superior autorice nada. Liquida la poca libertad de expresión que realmente quedaba en este país y garantiza un sistema de espionaje global que alcanza todas las esferas de la vida.

Como decíamos anteriormente, nada nuevo si exceptuamos el marco de legalidad que ofrece a estas prácticas habituales (cualquiera que haya participado en algún movimiento antagonista ya sabe de qué va esto) del sistema represor. El régimen FIES, las torturas denunciadas hasta la saciedad, la dispersión de presos, los ficheros policiales… En definitiva el terrorismo de Estado ha estado y estará presente. Esta nueva ley lo que hace es ampliarlo a toda la población y garantizar la impunidad de los ejecutores.

Estas dos cuestiones dejan a las claras el perfecto reparto del trabajo que conlleva el capitalismo en su estado actual, las corporaciones dirigen y los Estados reprimen. La combinación perfecta, ambos salen ganando. Por eso, resulta difícil imaginar una salida a través del propio sistema (y mira que se empeñan es hacernos creer que es posible).

 
A los que todavía creéis que esto no va con vosotros y que el mundo funciona estupendamente, sólo os digo que prestéis atención, que abráis los ojos y miréis a vuestro alrededor, pero sobre todo que os fijéis en aquello que más queréis (a vosotros mismos, vuestras familias, amigos…) y os paréis a pensar por un momento si de verdad es oro todo lo que reluce, si de verdad la vida se reduce a cumplir con el papel asignado.
Sabed que aquello que consideráis lejano ya está aquí, siempre lo estuvo pero ahora se ha convertido en algo cotidiano, palpable, real y que va a acabar con todo aquello que amáis, incluidos vosotros mismos.

A los que lucháis; a los que sentís la necesidad de hacer algo por cambiar el mundo que os rodea; a los que sabéis que las cosas no son como nos las cuentan; a los que no estáis dispuestos a consentir más abusos, más explotación, más muerte. A todos vosotros mi admiración, mi ánimo y mi apoyo para seguir adelante.

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miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Y SI TODO FUERA MENTIRA?



Desde luego sería muy duro admitirlo, significaría aceptar que tu vida es un engaño y gran parte de lo vivido como propio no sería más que una representación en la que no has pasado de ejercer un papel secundario.
Crecemos con toda una serie de concepciones acerca de nuestra vida que de manera prácticamente involuntaria nos transmite nuestro entorno, sin ni siquiera ser conscientes de que lo único que consiguen de esta forma es perpetuar esta rueda interminable. Se nos instruye en la verdad suprema de que nuestra libertad es incuestionable y que nuestra felicidad es el objetivo máximo al que debemos aspirar. Ahora bien estos dos conceptos sobre los que se basa la existencia humana, según se nos enseña, están absolutamente falseados y modelados en función de los intereses de los que ostentan el poder sobre la sociedad.

La libertad de la que se nos habla se construye sobre la base de que vivimos en un mundo libre donde lo que nos sucede es fruto única y exclusivamente de nuestras acciones y, por tanto, las elecciones que hacemos en nuestra vida condicionan nuestra existencia. Y es en esta misma base donde empieza a desmoronarse el relato tragicómico en el que se ha convertido la vida humana, al menos en lo que se denomina sociedad de consumo que es desde donde yo hablo y vivo.
Nuestra libertad empieza y termina exactamente donde la norma social nos dicta, una norma escrita e impuesta por el poder y transmitida a base de un condicionamiento permanente de nuestra forma de pensar y, sobre todo, de sentir. En muchas ocasiones hemos hablado sobre el adoctrinamiento y la manipulación de nuestra forma de pensar a través del sistema educativo, los medios de desinformación y los productos culturales de masas. Pero todo esto no podría anclarse tan profundamente en nosotros sin contar con el aspecto emocional como nexo de unión.
Es cierto que dentro de la sociedad capitalista se tiende a identificar libertad con capacidad de consumo y la libertad para elegir con la elección entre productos diseñados en su mayoría para satisfacer necesidades ficticias. Sin embargo, esto queda en la superficie del mecanismo que sustenta esta posible mentira. Todo eso no es más que una ilusión creada desde el dominio que ejerce el sistema sobre nuestra manera de sentir.

A través de un condicionamiento masivo ejercido durante años han conseguido crear un eje de coordenadas emocional basado en la supremacía absoluta del ego, un ego manipulado y ensalzado de tal manera que queda reducido a la siguiente sentencia: “estoy por encima de todos y de todo”. De esta forma este ego se convierte en egoísmo (ese sufijo -ismo que indica la cualidad superlativa del concepto). Al conseguir esto, se consigue que el eje de coordenadas emocional se fije con el único objetivo de satisfacer esa necesidad de agrandar el ego y, sobre todo, de hacérselo saber al resto. Esto implica de forma directa el fin de la capacidad de empatizar con el otro, de ponerse en su lugar y de aunar esfuerzos para alcanzar un objetivo colectivo.
Así hemos pasado de un mundo emocional centrado en la manada, en el grupo, la familia amplia... a otro donde nada importa más allá de uno mismo. Unas emociones absolutamente modeladas en todos los aspectos por un sistema social, que necesita del aislamiento antinatural que esta forma de sentir conlleva para poder funcionar a toda máquina. Este moldeamiento implica cambiar nuestros sentimientos y darles un nuevo significado.
Así fue necesario restringir muchas de las experiencias emocionales que caracterizan la condición humana, para lo que se impuso una nueva noción del amor, quedando recluido el amor universal como algo vergonzoso y, al tiempo, se sustituyó por esa idea del amor romántico, individualizado y absolutamente maleable que tanto daño hace en la construcción de los sujetos. También se modificó la noción de amistad hacia una absolutamente superficial, puesto que lógicamente al no poder universalizar el amor ya no era posible alcanzar ese nivel de empatía necesario para establecer verdaderos lazos de camaradería, llegando a la aberración actual por la que consideramos que la forma de tener y mantener amistades es a través de redes sociales (concepto perverso hasta en el nombre y que no es ajeno al tema que estamos tratando porque ningunea de una forma brutal lo que verdaderamente son redes sociales, es decir, grupos de personas apoyándose y ayudándose por el mero hecho de reconocerse como iguales). Esta forma de pensar y sentir nos lleva a ser absolutamente irresponsables de y con todo lo que nos rodea y sucede. No podemos olvidar que nuestro objetivo es la felicidad propia y esta forma de sentir nos hace ser ajenos a las consecuencias que pueda tener nuestra búsqueda para alcanzar esta meta.

Con este mapa emocional y de raciocinio nos enfrentamos a la vida en este mundo libre en el que creemos elegir nuestras opciones con la absoluta certeza de hacerlo sin ningún condicionamiento, sin querer ver que las opciones están marcadas y que las elecciones carecen de sentido, puesto que todas nos llevan en la misma dirección, a saber, en la dirección del enaltecimiento del ego y por tanto de la servidumbre, a un sistema desintegrador de la esencia humana. Los estudios, el trabajo, las amistades, la pareja… todo, absolutamente todo viene condicionado por el papel que nos tiene reservado el modelo social y el cambio de paradigma emocional tan sólo sirve para reforzarnos y reconfortarnos ante esas (falsas) elecciones, haciéndonos sentir que son las mejores para nosotros y para la imagen que tratamos de proyectar hacia el exterior, lo que resulta de vital importancia porque sirve para retroalimentar nuestro ego y facilitar la asunción de la mentira.

No somos libres, la felicidad no es posible en el plano individual. Es tan sólo una mentira más, una de las fundamentales si se quiere, de esta vida en la que creemos ser la causa de todo lo que nos sucede cuando apenas alcanzamos a comprender que vivimos atados de pies y manos a unas creencias emocionales y morales que nos vienen impuestas y contra las que poco podemos hacer si no empezamos por admitir la falsedad en la que vivimos. Creemos a pies juntillas que el ideal es trabajar en algo que nos guste, como si el mero hecho de la rutina laboral y la necesidad del salario no convirtiera cualquier empleo en algo abominable y que acaba por derrotarnos como personas. Admiramos a aquellos que dicen seguir sus ansias de libertad y abandonan su rutinaria vida por una llena de nuevas emociones cuando en el fondo aquello que admiramos no es más que una huida hacia adelante por la insoportabilidad de la realidad. Soñamos con poder realizarnos como personas sin siquiera pararnos a pensar en qué significa eso.

Siempre partimos de la misma base: yo. Pero ¿quién soy yo sin el resto? El sistema lo tiene claro, yo soy nada y en la nada debe sustentarse mi vida.
 

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