martes, 29 de diciembre de 2015

POR FIN TERMINA EL 2015

Termina el año y sé que carece de importancia pero necesito poner por escrito lo vivido y lo sentido desde la pequeñez de mi realidad cotidiana. No pretendo hacer un análisis político ni social, simplemente es una reflexión sentimental sobre lo que pudo ser, lo que fue y lo que ya no será, porque sobre todo, el 2015 ha sido un año de renuncias.

La renuncia a todo aquello que vislumbré hace ya más de cuatro años y que puso en primer plano de mi práctica diaria lo que creía postergado tan sólo al plano teórico. Tras un año de circo electoral, finalmente, se ha finiquitado el espíritu de las plazas y una vez más, todo ha terminado por la vía institucional que, cumpliendo con su cometido, acabará por fagocitar cualquier posibilidad de cambio.
Creí y sigo creyendo en que a pesar de llamarla democracia, no lo es. Sigo pensando que no me representan (no, los de ahora tampoco) sin embargo, acepto que mi forma de vivirlo no era, o por lo menos no es, el sentir de muchos con los que sentía que compartía camino. No importa, cada uno elige su ruta y lo importante es transitarla con conciencia, dignidad y compromiso. Lo único que espero es que todo esto que, este año, se ha dado en llamar “la nueva política” no sea el final del camino para nadie. Que no sea la renuncia final.

Sí, este año lo he vivido como la confirmación de la renuncia, de la negación de la fraternidad como elemento básico de cualquier cambio sustancial. En mi opinión el fundamento sobre el que se sustentan sus dos compañeros de viaje: igualdad y libertad. Sin embargo, siempre ha sido la gran olvidada en los discursos y, especialmente, en la práctica.
En nombre de fronteras, banderas, identidades, dioses... en definitiva, en nombre del beneficio y el poder, que es lo que se esconde detrás de todo esto, se enfrenta al ser humano con sus semejantes, se asesina física y moralmente y se pretende justificar lo injustificable.
La matanza de miles de seres humanos bajo el fuego que pretende imponer la libertad. El genocidio deliberado de cientos de miles a través de una hambruna impuesta por unos y consentida por casi todos.
Muertos a diario, expulsados de sus tierras, de sus raíces por la codicia de unos pocos y la estupidez de otros tantos. Muertos tratando de alcanzar un horizonte nuevo con la esperanza del que se cree a salvo, sin saber que les espera más miseria y humillación, más odio inculcado por los mismos que les obligaron a huir dejando su vida atrás.
Muertos porque simplemente sobran, entorpecen el correcto funcionamiento del mundo y su sacrificio es necesario.

La indiferencia es el fruto de la renuncia a la fraternidad como valor fundamental, esa indiferencia con la que aprendemos a convivir rápidamente y que nos impide ver el quehacer y los sufrimientos de los que nos rodean. En muchas ocasiones, es capaz de ocultar hasta el propio dolor.

También hemos renunciado a cualquier posibilidad de entendimiento con la naturaleza. Ni siquiera siendo conscientes del abuso tan dañino al que sometemos al planeta nos hace plantearnos la necesidad de un cambio en nuestro modelo hiperconsumista de vida. Digo lo de plantearnos porque nosotros podemos planteárnoslo, muchos no tienen esa opción. Simplemente, son las víctimas de nuestro furibundo apetito de posesión y nuestra forma de vida antinatural.

Como decía al principio, tan sólo pretendo reflexionar desde mi vivencia porque me siento sumergido en este año de renuncia. En lo personal, un año de renuncias a proyectos, ilusiones, esperanzas... Cada vez más acuciado por el intento de superar contradicciones, de no dejarse llevar, de tratar de no verlo todo desde la distancia (como si esa posición fuera posible), luchando por no caer en el convencimiento de la inutilidad del esfuerzo. Aferrándome a las personas y a las ideas que me han acompañado durante tanto tiempo, esforzándome por alejar esa maldita indiferencia que anestesia conciencias y facilita mantener una vida tan indolora como estéril.
Afortunadamente, existen muchas personas (muchísimas más de las que imagino/imaginamos) con la alegria intacta y con la conciencia despierta tratando de construir nuevas vías, explorando y recorriendo nuevos y viejos caminos hacia otras posibilidades y disfrutando de ese trayecto.
Son/sois esas personas, junto a las convicciones personales, por las que uno no acaba de renunciar nunca. Porque, a pesar de todo, sigo pensando y creyendo en ese otro mundo posible, y con todas mis dudas y contradicciones es hacia donde intento caminar.


Imprimir

lunes, 14 de diciembre de 2015

UNA ERA DE MATICES


Matiz:
5. En lo inmaterial, grado o variedad que no altera la sustancia o esencia de algo.

El matiz se ha convertido en una de las unidades de referencia básica en la actualidad. Concretamente, es una fuente inagotable de generación de conflictos que, como no puede ser de otra forma, jamás producen una alteración sustancial en la cuestión sobre la que se establece dicho conflicto.

Trasladando esto a la actualidad inmediata, podemos ver gran cantidad de ejemplos en los que se producen grandes disputas por matices.

Estamos metidos de lleno, queramos o no, en una campaña electoral en la que más partidos políticos que nunca están en posición de alzarse vencedores. Sin embargo, cuando descendemos al nivel de los programas electorales, vendidos como la plasmación de opciones ideológicas muy diferenciadas entre sí o, incluso, como antagónicas; vemos como en el fondo tan sólo ofrecen diversos matices en cada cuestión. A modo de ejemplo, tenemos la tremenda cuestión del alto número de desempleados y las posibles soluciones que cada partido ofrece: más o menos empleo público, diferentes tipos de contratación, diversas políticas de empleo y formación, mayor o menor cantidad de dinero dedicado a la investigación y el desarrollo, exenciones fiscales y un largo etcétera. Pero ninguna de estas “soluciones” altera la sustancia del asunto y del drama del desempleo. La fatalidad de no tener empleo, de no cobrar un salario es que precisamente el salario es la única opción que el sistema considera válida para que la inmensa mayoría de la población acceda a la riqueza (una riqueza que bajo ningún concepto puede considerarse propiedad particular de nadie). La dependencia absoluta del salario para vivir nos condena a tener que vender nuestra vida para poder vivirla. Esto es algo que ningún programa electoral ni medida gubernativa va a alterar. En definitiva, esto convierte toda esa retahíla de propuestas en meros matices que en nada alteraran la esencia de la esclavitud humana que comporta la dependencia del salario.

Más vergonzante es lo sucedido estos últimos días en la Cumbre contra el cambio climático acaecida en París. Podía parecer, por la dificultad de llegar a un acuerdo (han tenido que alargar la cumbre y con ello el teatrillo que estaban llevando a cabo), que se estuvieran debatiendo auténticas cuestiones fundamentales sobre la esencia del problema. A la vista del resultado y como cabía esperar, lo más que se estaba discutiendo eran medidas de maquillaje en el mejor de los casos (reducción simbólica de emisiones y demás) y el reparto de la tarta del nuevo mercadeo del capitalismo verde en la más probable de las circunstancias. En cualquier caso y nuevamente, matices. En ningún momento se trataba de ir a la sustancia y alterarla, bajo ningún concepto se intentaban socavar los dogmas del crecimiento infinito frente a la finitud de los recursos, el extractivismo, la explotación y el absoluto desprecio por toda forma de vida que no sea la suya propia, en los que se basa el capitalismo y que está en la raíz del asunto.


Más allá de las cuestiones que afectan a lo macro, parece lógico pensar que esta cuestión de matices también está muy presente en lo micro, en la cotidianidad de cada uno. Los matices nos mantienen ocupados en eternas disquisiciones que no nos permiten ahondar en la esencia de nuestros propios problemas y contradicciones. Funcionan a la vez como impulsores de nuestros actos y como excusas perfectas para nuestras omisiones. Nos convertimos en verdaderos profesionales del matiz para justificarnos ante nosotros mismos y ante los demás.

Sin embargo, no puedo olvidar que en la definición que encabeza esta reflexión se hace referencia a lo inmaterial. Personalmente, identifico esto con un ideal al que me gustaría acercarme al menos y si no; por el que intento luchar de la mejor forma que puedo o entiendo. Pero es imposible obviar que vivimos en un mundo material, con necesidades materiales que hay que resolver día a día. En este territorio es imprescindible saber navegar entre los matices, sólo aquí cobran sentido siempre que seamos capaces de vislumbrar cuál es la sustancia del asunto en cuestión y no perder de vista hacia dónde se pretende caminar. Se puede trabajar sobre los matices, pero jamás considerarlos como opciones finalistas porque esta es la estrategia que conduce directamente al eterno carrusel reformista. Lamentablemente y desde mi experiencia, no hemos sabido manejar esta circunstancia y esto se ve reflejado en una existencia cada vez más alejada de lo sustancial, más alejada de la esencia de todo ser. Incluso cuando, desde un sentimiento de injusticia e insatisfacción con la sociedad de la que formamos parte, decidimos organizarnos colectivamente para denunciar/actuar en pos de construir algo mejor, nos vemos irremediablemente arrastrados por los matices que generan eternas y terribles disputas entre personas y colectivos que si fueran sinceros en sus proclamas deberían estar sin duda en el mismo lado de la barricada.

Imprimir

viernes, 4 de diciembre de 2015

COP21: LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA CAPITALISTA

Durante estos días y hasta el viernes 11 de diciembre se celebra en París la COP21, la vigésimo primera conferencia de las partes de la convención marco de Naciones Unidas sobre cambio climático. Bajo este pomposo nombre se esconde la reunión anual que celebran los representantes de la gran mayoría de países del mundo junto a los representantes de la gran mayoría de megacorporaciones del mundo (estos últimos no constan en la lista de invitados por supuesto).
Como decía, esta conferencia se produce todos los años; sin embargo, la importancia de la actual radica en que oficialmente dicen que es la última oportunidad de llegar a un acuerdo para revertir los, cada vez más palpables, efectos del cambio climático. Al parecer la evidencia científica se ha acabado por imponer frente al negacionismo y hasta las grandes empresas que figuran a la cabeza de los culpables de la contaminación parece que están dispuestas a redimirse y, para demostrarlo, se han convertido en las grandes patrocinadoras de la cumbre. Hasta aquí la versión oficial.
Aquí, otra versión sobre los patrocinadores

Pero lo cierto es que parece poco probable que los que hasta la fecha han alentado e impuesto un modelo de vida devastador para el planeta de repente “vean la luz” y sientan la necesidad imparable de entonar el mea culpa y enmendar los errores cometidos. Es más que evidente que los catastróficos efectos del modo de vida capitalista y su mantra del crecimiento sin fin, basado en el uso de combustibles fósiles y la explotación humana, jamás ha sido una preocupación para los poderes fácticos que rigen el devenir de la actual sociedad.

Personalmente, me parece que la importancia que políticos y capitalistas dan a esta reunión se fundamenta en otros motivos mucho menos esperanzadores para la humanidad. Sólo hay que ver un poco por dónde van las posibles soluciones que se plantean para conseguir el objetivo oficial, a saber, que la temperatura no aumente más de dos grados hasta final de siglo (sé que es algo más complejo técnicamente, pero también sé que esta cifra es totalmente arbitraria y carente de fundamento científico). Estas soluciones pasan por reducir las emisiones de dióxido de carbono y, para ello, como no puede ser de otra forma en la lógica capitalista, se quiere poner precio a estas emisiones y mercadear con ellas (sólo un sistema absolutamente enfermo puede proponer algo así y conseguir la aprobación mundial). Además, se pretende resucitar el cadáver del capitalismo verde poniendo al frente a las mismas megacorporaciones que llevan envenenando el planeta durante décadas. Se está cocinando un nuevo pastel y todo el mundo quiere su porción.

Todo esto no es más que la apariencia formal de la cumbre. La realidad es que el poder es consciente de que el fin de la era del crecimiento ilimitado gracias a los combustibles fósiles está cercano. Es decir, el fin de la sociedad hiperconsumista se acerca y por tanto es hora de emprender nuevas formas de dominación y control porque, al fin y al cabo, se trata de eso. Ante esta certidumbre y en un primer momento, los intereses económicos apoyados por los Estados están tomando posiciones de cara a la lucha por tomar el control de la situación y exprimir hasta el último momento un modelo que les reporta unos beneficios económicos absolutamente demenciales. El panorama que esto nos ofrece ya puede verse en los últimos tiempos: guerras por el control de recursos y explotación sin límites de recursos naturales incluidos los humanos.

Más allá de eso, llegará el momento en que como decía, no será posible el consumismo que tan hábilmente se ha extendido por todas las capas sociales. El shock que esto puede producir en las sociedades capitalistas sumado al deseo de las élites por mantener un estilo de vida que llevan disfrutando desde hace muchos años, hace que la probabilidad de la aparición del modelo de sociedad que algunos han dado en llamar ecototalitarismos sea bastante alta. Prueba de ello es el conveniente estado de sitio decretado por el gobierno francés que está permitiendo reprimir cualquier intento en la calle de denunciar el teatrode la cumbre del clima y el secuestro de activistas por parte de la policía gala.

Es decir, nos encaminamos hacia una sociedad de control absoluto ante la necesidad de asegurar los privilegios de la clase dominante. En un futuro no muy lejano se acabarán las ilusiones mantenidas a costa de la explotación sin fin, que nos permiten “disfrutar” de todo tipo de bienes de consumo: viajes a cualquier lugar del mundo, todo tipo de comida en cualquier época del año, acceso a todo tipo de tecnologías y un largo etc. que entre otras cosas ha permitido un conformismo de las masas ante el orden actual.

El panorama es desolador. Nos enfrentamos a las consecuencias de un sistema económico y social que está llevando a la especia humana al desastre (porque no nos engañemos, cuando hablamos de consecuencias para el planeta lo hacemos desde el punto de vista de la supervivencia humana, el planeta vivirá perfectamente sin nosotros). Hambre, guerras, migraciones masivas… es decir, nos enfrentamos al fracaso absoluto como civilización, si es que no lo hemos logrado ya. Una vez más, se nos propone la solución sistémica de los acuerdos internacionales y la buena voluntad de Estados y corporaciones para revertir la situación. Esto jamás ha funcionado y ahora no va a ser una excepción. Da igual las soluciones que se propongan, todos sabemos que la única solución posible es decir adiós al modelo capitalista (pero a todos los modelos capitalistas, los neoliberales, los capitalismos de estado y todos los que se fundamentan en el crecimiento), porque de lo contrario nos encaminamos hacia el desastre a pasos agigantados. Iniciar el proceso de desglobalización: recuperar la economía enraizada en el territorio, en la comunidad; erradicar la explotación y recobrar el control sobre nuestras necesidades y su satisfacción más allá de lo que impone el sistema; cambiar el paradigma del crecimiento económico por el de crecimiento humano y social es tarea esencial para poder aspirar a tener un futuro digno de ser vivido.

Imprimir

sábado, 28 de noviembre de 2015

ATAQUES MASIVOS

Con la escalada del terrorismo organizado en los últimos tiempos se vuelve a apelar al miedo por parte de las grandes potencias para, nuevamente, justificar lo injustificable. Como es costumbre en estos casos se viene repitiendo hasta la saciedad que lo que está siendo atacado es el sacrosanto valor de la libertad, pilar fundamental de la fantasía democrática.
Como en tantas otras cuestiones el uso y abuso que el poder hace de este concepto ha acabado por vaciarlo1 para dotarlo de significados que ya nada tienen que ver con su verdadero sentido.
¿Qué libertad está siendo atacada? Es posible que sea la libertad de vivir con unas condiciones materiales que tan sólo son posibles gracias al exterminio de la naturaleza y de media humanidad, un estilo de vida totalmente ajeno a las necesidades vitales y absolutamente apegado a las necesidades impuestas por un sistema basado en el beneficio económico y la dominación de toda forma de vida.
Tal vez me equivoque y la libertad que está siendo atacada es la de elegir la forma que queremos que adopte el yugo que nos mantiene sometidos y nos obliga a ganarnos la vida (porque no basta con estar aquí, parece ser que la vida hay que ganársela, por supuesto produciendo beneficios económicos para unos pocos) para demostrar que no somos simples parásitos y merecemos consumir todos aquellos productos que libremente tenemos al alcance de nuestra mano.
A lo mejor, la libertad que está siendo atacada es la tan famosa libertad de expresión. Esa misma que lleva a diario a gente a los tribunales y a la cárcel, la misma que permite ensalzar el fascismo y criminaliza cualquier discurso que se salga mínimamente del orden establecido.
No descarto que la libertad de la que estamos hablando sea la de consumir todo aquello que nos permita el mísero salario o la limosna gubernativa (incluso más, gracias a que tenemos la libertad de endeudarnos).
Apelando a ese pozo de sabiduría moderna que es la wikipedia vemos el significado de eso que llamamos libertad: “Según las acepciones 1, 2, 3 y 4 de este término en el diccionario de la RAE el estado de libertad define la situación, circunstancias o condiciones de quien no es esclavo, ni sujeto, ni impuesto al deseo de otros de forma coercitiva.” 
¿De verdad pensamos que no estamos sujetos al deseo de otros o que vivimos en una sociedad donde no existe la coerción? Todas las condiciones que rigen nuestra vida son impuestas, nuestro moldeamiento como seres humanos es absoluto. Desde bien pequeños nos vemos inmersos en un modo de vida donde todo está ya diseñado: cómo debemos relacionarnos con los demás y con el medio, cómo debemos expresar nuestras inquietudes y cómo debemos canalizarlas, qué cosas debemos aprender y cuáles debemos olvidar en el momento en el que nos incorporamos a la vida adulta, cual es el sistema de organización social que nos proporciona una vida mejor… Ni que decir tiene la inmensa cantidad de formas de coerción existentes.
Porque seamos claros: ¡La libertad está siendo atacada! Y lo está siendo desde mucho antes de que cualquiera de los que podamos estar leyendo esto hubiéramos nacido. Las armas siempre han sido un recurso utilizado por el poder para atacar la libertad; pero ni mucho menos han sido el único. Su gran arma es la colonización prácticamente absoluta de nuestras mentes y, por tanto, de todo aquello fruto de las mismas: Sistemas educativos, religiones, medios de información, productos culturales… Todo sirve para ir construyendo un imaginario colectivo que conforma el marco de referencia para cualquier persona. En ese marco no cabe la libertad individual, no cabe la disidencia. En la mayoría de las ocasiones, ni siquiera somos libres cuando ejecutamos pequeñas elecciones en nuestra vida cotidiana porque las opciones a escoger están tan marcadas por nuestros valores y prejuicios, tan laboriosamente esculpidos por el poder, que todo se convierte en una pequeña ilusión de libertad.
La lucha por la libertad es primordial; pero nada tiene tiene que ver con bombardear y arrasar países más o menos lejanos. La lucha está en cada uno de nosotros, en nuestra forma de pensar y actuar, está en las acciones individuales y colectivas que podamos hacer. La libertad jamás podrá ser hija de la barbarie, será necesario ser capaces de imaginarla primero y poder pensarla después para saber hacia dónde debemos encaminarnos. Para ello, irremediablemente, deberemos aprender a esquivar y desarticular todo aquello que nos impida caminar.
 
1 Conceptos vaciados http://quebrantandoelsilencio.blogspot.com.es/2015/02/conceptos-vaciados.html

Imprimir

lunes, 16 de noviembre de 2015

FACTORÍA DE TERROR


Formamos parte de un mundo donde la barbarie y el terror son formas habituales de convivencia, son maneras de vertebrar sociedades y de imponer voluntades. Es lo que muchos llaman el orden criminal del mundo.

París ha sido uno de los últimos escenarios, que no el único, donde el terror ha interrumpido la vida de una forma brutal. Pero no nos engañemos: eso mismo sucede a diario alrededor del mundo. La diferencia en este caso es la espectacularización de los hechos. Cuando las matanzas se suceden en regiones remotas apenas ocupan un pequeño espacio (o ni eso) en los medios informativos de masas y, en consecuencia, ocupan un diminuto lugar en nuestro pensamiento que apenas merece un instante de nuestro preciado tiempo. Por supuesto, cuando el terror se produce entre nosotros debe ser espectacularizado para captar a las masas y preparar el terreno para la justificación de más terror (entrando así en una espiral de la que tan sólo se benefician los mercaderes de la muerte) y la implantación de un nivel superior de estado policial y de control social. No hay que olvidar que en los países donde existen las llamadas democracias formales se necesita vender todo esto como actos de justicia y legítima defensa para justificar toda la coerción y la represión venidera así como los ataques a todo aquel que se considere enemigo, aquí las formas son importantes para diferenciarnos de cualquier dictadura al uso aunque los fondos sean similares.

Francia, Siria, Líbano, Yemen, México, Nigeria, Palestina y tantos otros han vivido en las últimas horas el horror y el dolor que producen las guerras. Y en la guerra, sólo existe una lógica: es necesario que muchos mueran para que unos pocos sigan enriqueciéndose y puedan seguir haciendo girar la rueda en la dirección que más les convenga. Da igual en que bando estés situado, al final de una forma u otra acabas muerto a menos que seas de los que deciden.

Los asesinatos son tan sólo una expresión más del quehacer habitual de un mundo criminal. Si pensamos por un momento todo lo que conlleva esta forma de vivir podemos hacernos una idea más clara de que el terrorismo organizado y la muerte violenta son el pan de cada día necesario para que se mantenga esta locura a la que llamamos mundo civilizado.

A continuación un pequeño esbozo del mundo sobre el que se sustenta nuestro modo de vida: millones de personas condenadas a morir de hambre porque es más rentable producir comida para tirarla que para comer o, simplemente, porque alguien ha decidido que toda esa gente no es necesaria para el sistema. Millones de personas condenadas a morir por no poder beber agua potable porque es más rentable apropiarse de ella y contaminarla en favor de la extracción de cualquier mierda que ni se come ni se bebe. Millones de personas condenadas a morir porque es más rentable crear supuestos remedios para enfermedades inventadas que erradicar enfermedades en algunas partes del mundo. Millones de personas condenadas a morir porque es mucho más rentable fabricar y vender instrumentos de muerte que, simplemente,  permitir una coexistencia pacífica. La lista podría seguir eternamente y siempre nos encontramos con que los condenados son los mismos (da igual en que región vivan), somos siempre los desposeídos, los que nos vemos forzados a vender nuestra alma y nuestra fuerza para seguir viviendo. Así también nos encontramos con que los que condenan son siempre los mismos, los que se atribuyen la propiedad de todo lo existente: los grandes capitales, los Estados y todas las instituciones que crean y sostienen entre ambos para mantener el orden establecido. Vivimos en un mundo tan civilizado y racional que el beneficio económico se impone por encima de todo y de todos. En un mundo donde todo tiene un precio, la vida es el artículo más barato.

El bombardeo mediático, el espectáculo del terror permite que hoy el dolor se extienda por el mundo en respuesta a los asesinatos de París. Ese dolor genuino nos demuestra que todavía queda algo de humano dentro de nosotros; sin embargo no podemos obviar que todo esto es fruto de esa sobreexposición mediática. No obstante, sabemos que la capacidad de sentir sigue ahí, así que es posible que llegue el día en que todo el terror que se produce a diario nos duela de igual forma (sin necesidad de que nadie nos indique qué víctimas son merecedoras de nuestra empatía). Ese será el día en que estaremos en condiciones de afrontar una verdadera revolución. De iniciar una verdadera lucha por la liberación.

Imprimir

martes, 20 de octubre de 2015

DEJARSE LLEVAR ES TAN FÁCIL

  
Se nos dice repetidamente que hoy en día vivimos en una sociedad donde la información está al alcance de la mano, tenemos millones de datos disponibles, de historias, de noticias, informes… al alcance de un solo clic, cualquiera diría que estamos en condiciones de conocerlo todo. Sin embargo, al ver cómo actuamos como sociedad parece imposible de creer. Parece que no sepamos nada, o lo que es peor, que no queramos saber. Sinceramente, prefiero pensar que es lo primero y que se produce un efecto de saturación debido al exceso de información que hace que no seamos capaces de asimilar nada.
Aunque no es menos cierto, que resulta tan fácil dejarse llevar y tomar el papel de espectador que contempla todo lo que sucede a su alrededor como si no fuera con él. Desde luego, hay que admitir que es mucho más cómodo y fácil eso que ser consciente de la realidad, porque la consciencia te empuja hacia la necesidad de tomar parte y tratar de hacer algo contra aquello que te resulta inaceptable.
Desde luego, esta forma de actuar no es casual. La banalización de la injusticia, la pobreza, la guerra, la miseria y tantas otras calamidades que nos ofrecen a través de los medios de información (en el formato que sea) ayuda a no sentirse directamente interpelado; de hecho en muchos casos ayuda a sentirse afortunado de no ser el protagonista de la historia. Justo aquí radica una cuestión que me parece muy importante: ese no sentirse implicado es absolutamente falso ya que tanto por acción como por omisión cada uno de nuestros actos tiene sus consecuencias en la perpetuación o no del sistema. Tengo claro que es prácticamente imposible vivir dentro de esta sociedad y no cometer a diario actos que agrandan la miseria que nos han impuesto, pero la consciencia de ello nos ayuda a encontrar nuevas formas de funcionar, consumir, relacionarnos y sentir que deben situarse en la base de una nueva sociedad.
Como decía, el pretender mantenerse ajeno a todo lo que sucede no es un comportamiento casual. Además del papel de los medios de información, y como es habitual, todos los mecanismos de los que dispone el poder se ponen en funcionamiento. Así cumplen su función el sistema educativo, el judicial, el policial, el político-sindical y por supuesto el religioso con su proverbial resignación. Es un trabajo constante el que realizan con nosotros durante toda nuestra vida.
Personalmente, creo que el ser humano es empático y solidario por naturaleza así que no es nada despreciable el efecto que toda esta maquinaria de deshumanización despliega para obtener a personas totalmente ajenas al sufrimiento humano (a veces creo que incluso del propio). Este trabajo incide en varios aspectos que me parecen cruciales:
Desconexión de las personas entre sí. Es decir, se potencia la creencia de que cada uno debe preocuparse por sí mismo y que nadie va a ayudarle en un mundo donde lo importante es lo alto que puedas llegar y no cómo lo hagas. El individualismo egoísta es el valor supremo de una sociedad donde sólo el “progreso” y el “crecimiento” importa, da igual si para ello debamos asesinar de hambre a medio mundo o si debemos esquilmar el planeta hasta que ya no tengamos modo de sustentarnos (cuando hablamos de que el mundo se acaba debemos tener claro que en realidad lo que terminará será la especie humana, el planeta seguirá en pie como lo está desde hace millones de años).
Desconexión de la persona consigo misma, fortaleciendo el culto a lo externo, a lo que se ve y relegando el mundo interior al carácter de menudencia que es mejor no desarrollar por ser poco más que una pérdida de tiempo. Vivimos en la sociedad del espectáculo y por tanto el envoltorio lo es todo. La apariencia es fundamental en un mundo donde es imprescindible llevar constantemente una máscara para cada papel que representamos.
Fomentando la irresponsabilidad, haciendo sentir a la gente que nada de lo que le sucede y pasa a su alrededor depende de ella. Afianzando la creencia de que deben ser los elegidos (elegidos por el sistema) los encargados de dirigir nuestras vidas y el papel de la gente queda reducido a la aceptación. Así se establece el delegacionismo como método básico de funcionamiento social y como método de absoluto control social. Así tan sólo queda en nuestras manos aquello que queremos aparentar ser, es decir podemos elegir la máscara que queremos llevar.
Estableciendo la inmediatez como unidad temporal deseable. Acelerando el ritmo de la vida y encumbrando la medida del tiempo (el tiempo es oro, o al menos eso se nos hace creer) impidiendo la introspección y la reflexión de, sobre todo, aquello que tiene que ver con nosotros.
La coronación del dinero como valor absoluto y de la sociedad del trabajo como único medio para acceder a él, nos convierte en máquinas dedicadas en exclusividad a la consecución de los objetivos que la sociedad nos marca. Estas condiciones que nos imponen para sobrevivir obligan a centralizar la vida en la cuestión laboral, impidiendo cualquier consideración de importancia que no tenga que ver con esto. Lo que crea una cultura de lo inmediato en la que no tiene cabida el esfuerzo desinteresado ni la implicación personal en lo común.
Todo esto nos conduce a adoptar esa actitud acrítica que permite al sistema funcionar como un engranaje perfecto, acumulando poder y recursos en unos pocos elegidos y condenando al resto a una vida muy alejada de lo que podría ser teniendo en cuenta el potencial creativo de los seres humanos.

Imprimir

miércoles, 9 de septiembre de 2015

¿Y DESPUÉS?


Ando algo confuso, he estado una temporada un tanto desconectado de la red con la esperanza de ver en la calle toda esa ebullición de rebeldía y esa ansia de justicia, que constantemente inunda la pantalla. Aquí y allá se ven destellos, pequeños fogonazos de gente comprometida con aquello que creen justo, personas decididas a vivir sus vidas lo más acorde posible con unos ideales fruto de la reflexión crítica y su experiencia personal. Más allá de eso, el gran escenario de la protesta (uno de los que forman el teatro de la vida) donde todos los papeles pueden ser representados. La gran mayoría transitan por el escenario de forma bastante honesta, dedicando su tiempo y su esfuerzo a lo que considera necesario pero sin estar dispuestos (siendo o no conscientes de ello) a renunciar en última instancia a su privilegiada situación dentro del orden capitalista; sí, privilegiada aunque no nos lo creamos. En la lotería del sistema nacimos en el lado correcto del tablero. Las buenas intenciones nunca fueron suficientes. Hoy en día pueden llegar a ser hasta contraproducentes. Se requiere de mucho más para poder iniciar algún tipo de cambio sustancial que nos acerque al modelo de vida que cada uno desea pero que casi nadie se atreve siquiera a imaginar que algún día pueda ser real.

Es necesaria una actitud crítica ante la saturación de información que se recibe a diario. La enorme importancia que la red tiene en esto (para lo bueno pero especialmente para lo malo) hace imprescindible redoblar el esfuerzo por tratar de comprender todo lo que se esconde tras un llamativo titular o una imagen impactante. De lo contrario, se corre el riesgo de lanzarse en una carrera hacia la nada, protestando, exigiendo a las autoridades o difundiendo información que tan sólo conduce al desgaste y al posterior abandono toda vez que la urgencia informativa ha pasado y el compromiso por tratar de comprender y subvertir esa realidad concreta era más bien fugaz.

Existen cientos de causas en las que involucrarse y luchar. Todas ellas necesitan irremediablemente ser abordadas si queremos construir una sociedad mejor. Esto es algo incuestionable. Tanto que ni siquiera el poder lo hace; más bien lo utiliza a su favor dirigiendo la orquesta, filtrando la información y poniendo el foco donde considera oportuno en cada momento. Saben que la mayoría de la gente siente en mayor o menor medida la injusticia con la que el mundo actual funciona aunque no tenga mayor conciencia de las implicaciones y consecuencias que ese funcionamiento tiene sobre el planeta y sus habitantes. Así, a cada momento ponen sobre la mesa alguna cuestión que inmediatamente absorbe la atención y la energía de la gente, moldeando la futura respuesta que el poder espera de todas esas personas. Así vemos en los últimos tiempos cómo la llamada crisis de los refugiados sirios (que no es más que la consecuencia de las políticas criminales ejercidas en toda la región) ha sido puesta en primera línea informativa a nivel mundial. Por supuesto, la situación es terrible y nadie puede (ni debe) permanecer ajeno al dolor humano pero ¿por qué ahora? La masacre empezó hace más de tres años y creo que todos somos capaces de comprender que el éxodo empezó hace mucho. Nuevamente nos preparan  para justificar lo injustificable, una nueva barbarie en forma de acción militar en Siria. No dudan en apelar directamente a lo emocional mostrándonos imágenes a todas horas del éxodo de sirios. Repito la situación es terrible, pero ni mucho menos nueva y nosotros deberíamos saberlo ya, puesto que hemos vivido desde las dos orillas esto mismo. El poder necesita un nuevo golpe de efecto para convertir la injerencia en imprescindible y nos muestra una foto (que estoy seguro de que todos conocéis) que acaba por encender la mecha de la demanda social de una solución.

De esta forma se llega al punto que querían: el pueblo exige a sus Gobiernos una solución en forma de legalidad (aunque se pretenda disfrazar de justicia) para dar solución a una situación que ha pasado de ser secundaria para la inmensa mayoría a ser insoportable. Insoportable porque o se toma alguna decisión que descargue las conciencias del personal o nos enfrentamos a la cruda realidad. Y la realidad es que la muerte de ese niño al igual que las de tantos otros seres humanos (me pregunto por qué las fotos de los niños palestinos asesinados en un playa por Israel no tuvieron el mismo recorrido ni le importó a ningún Gobierno ni organismo internacional) es el precio que este sistema criminal exige para mantener la sociedad de consumistas en la que vivimos. Todo es mercancía y todo vale con tal de dominarla y sacar beneficio. Esas vidas truncadas son el fruto de la codicia de unos pocos; pero también de la conformidad de una mayoría dispuesta a no hacer demasiadas preguntas si a cambio puede mantener su estilo de vida, por más que esa vida sea totalmente artificial y prefabricada.

Si lo que se demanda es justicia debemos ir más allá de la asunción de las premisas que nos dan, necesitamos ir al origen, ser radicales y tratar de entender por nosotros mismos cómo funciona el mundo y qué no nos gusta de ese funcionamiento para poder organizar las respuestas y las alternativas. Si lo que se quiere es establecer una legalidad con nombres pomposos, dejemos que los Gobiernos sigan haciendo su trabajo y que el poder siga dirigiendo nuestras vidas.

 

Imprimir

jueves, 13 de agosto de 2015

¿QUÉ PASA CON LA CUESTIÓN MILITAR?

Recientemente se ha conmemorado el 70 aniversario de la masacre nuclear perpetrada por los EEUU en Hiroshima y Nagashaki. Siete décadas desde que se hizo patente que la capacidad destructiva de los ejércitos no sólo era enorme sino que a partir de ese momento se constató que era brutalmente rápida.
Desde entonces el movimiento antimilitarista adquirió una nueva dimensión y multiplicó su expansión alrededor del mundo.

En nuestro entorno, el movimiento antimilitarista tuvo su máximo apogeo en la lucha contra el servicio militar obligatorio y contra las bases militares y la OTAN y se vio articulada en los movimientos de objeción de conciencia y de insumisión y en cantidad de colectivos antimilitaristas. Sin embargo, desde la abolición del servicio militar la cuestión antimilitarista ha ido perdiendo peso en el argumentario de todos aquellos que luchan por la construcción de otro mundo.

En la actualidad el tema militar ha desaparecido de la primera línea de la mayoría de movimientos sociales (no hablemos ya de todos aquellos que hablan de tomar el poder vía partido político porque estos ya saben que, para mantener ese poder, necesitan al ejército y su industria de la muerte perfectamente engrasados); obviando voluntaria o involuntariamente que la mera existencia de los ejércitos y el negocio de la muerte de la industria armamentística es un pilar dentro del orden capitalista. Esto está muy lejos de significar que el estado español se mantiene al margen del militarismo y sus consecuencias. Más bien sucede todo lo contrario.

En ocasiones anteriores he hablado sobre el negocio de la venta/tráfico de armas y la posición que ocupa España en ese tinglado y cómo alienta y arma a Estados que utilizan el terror y la muerte como política fundamental (Israel, Barhein, Arabia o Marruecos entre otros) a pesar de que supuestamente las leyes españolas prohíben la venta de armas a países que no respetan los derechos humanos (claro que si acataran sus propias leyes el propio Estado español sería el primero que no podría comprar sus armas debido a las reiteradas violaciones de los derechos humanos que comete). Es de sobra conocida la relación tan estrecha que existe entre el Estado y las empresas de armamento a las que prácticamente subvenciona a fondo perdido, a la vez que son su mejor cliente y ejerce de representante comercial. El fenómeno de las puertas giratorias llega a la máxima expresión con el ministro Morenés, en su día consejero de Instalaza (esta empresa es la responsable de la muerte de miles de personas gracias a las bombas de racimo, entre otros artefactos, que fabricaba y comercializaba hasta su “teórica” prohibición. Después de esto, Instalaza denunció al gobierno español por lucro cesante. Este pleito se ha resuelto a favor de la empresa siendo Morenés ministro y encargado de pagarse a sí mismo y a los suyos la compensación económica) y MBDA (empresa que diseña, fabrica y vende misiles) Por supuesto, se movía en este mundo empresarial al mismo tiempo que ocupaba altos cargos en la administración como la secretaría de Estado de defensa en el gobierno Aznar.

Por otro lado, el Estado español forma parte de ese organismo represor a nivel mundial llamado OTAN, y no sólo eso, sino que alberga, entre otras cosas, en la ciudad de Bétera un mando de fuerzas conjuntas de la Alianza Atlántica donde se halla un ejército de despliegue rápido de la OTAN (hq nrdc-esp) Obviamente, esto incumple las condiciones que acompañaban al SÍ en el infame referéndum de entrada a la OTAN de 1986 y que decía explícitamente que el Estado español no se incorporaría a la estructura militar integrada. Pero, ¿a quién le importa?
Sobre todo teniendo en cuenta el patético servilismo ofrecido a los EEUU desde la dictadura franquista y que el actual Gobierno ha elevado a la máxima expresión, permitiendo que Rota se convierta en la base para que los portaaviones norteamericanos campen a sus anchas por esta parte del globo, y dejando que instalen en Morón el mando del AFRICOM, la fuerza de choque con la que los EEUU impone su ley en África. Llegados a este punto es preciso recordar, que todos los gobiernos “democráticos” españoles han apoyado y participado en las diferentes guerras por la paz y por la democracia que es como les gusta llamar a sus masacres.

No menos increíble resulta el gasto militar que año tras año despliega el Estado con todo tipo de engaños para que no veamos la realidad de un presupuesto creciente y desmesurado que contrasta con el continuo recorte en las partidas que supuestamente están en la base de un Estado social.

El poder es consciente de que los ejércitos y las guerras tienen un evidente significado negativo, por ello, trata de revestirlo de una capa de humanitarismo. Así es como tenemos que los militares, según se nos vende, desarrollan misiones de paz (armados hasta los dientes pero repartiendo paz), participan en rescates arriesgados, luchan contra los incendios, asisten en las catástrofes naturales... como si para hacer todo esto fuera imprescindible ser militar. Pero claro, todo esto bien acompañado de excelentes campañas de marketing como mandan estos tiempos en los que la imagen lo es todo y el espectáculo debe continuar hasta el infinito.

Pero por encima de todo esto (que no es poco) no hay que olvidar lo que representa el militarismo.
Los ejércitos son la quinta esencia de los valores en los que se fundamenta un sistema de dominación: la jerarquía, la subordinación al líder, la obediencia ciega, la consecución de los fines sin reparar en los medios... Los ejércitos están diseñados con el único propósito de mantener y, en todo caso, restablecer el imperio del orden y la ley, es decir, aquello que el poder considera oportuno en cada momento. Para ello no importa cómo se consiga. Carecen de valor las vidas humanas, no significa nada arrasar regiones enteras y convertirlas en eriales estériles durante generaciones. El poder militar no se detiene ante nada ni ante nadie, simplemente obedece a su dueño, es su brazo ejecutor.

El ejército representa el as en la manga de cualquier Estado como aglutinante patriótico en momentos en que la exaltación nacional consigue diluir cualquier otra cuestión y como amenaza en la sombra, como recordatorio. Sin ir más lejos, la Constitución española autoriza al ejército a tomar el mando en situaciones especiales y, por supuesto, son los representantes políticos del poder los que dirimen qué situaciones son especiales.

Los ejércitos sólo sirven para la guerra y la guerra sólo se hace para aniquilar al otro, al supuesto enemigo. La realidad es que las guerras son diseñadas y dirigidas por el poder pero ejecutadas y sufridas por el pueblo. Siempre perdemos los mismo sea dónde sea esa guerra.

Los ejércitos y sus guerras son incompatibles con un mundo basado en la libertad y en el apoyo entre iguales. Es así de simple.
Mientras existan ejércitos, existirá la desigualdad, la opresión y la humillación. Prevalecerá el imperio de la fuerza, el imperio de la muerte.


Imprimir

viernes, 24 de julio de 2015

ESPEJISMOS

Espejismo: Imagen, representación o realidad engañosa e ilusoria.

Ésta es una de las acepciones del término espejismo y, personalmente, me parece que explica con mucha precisión todo lo que sucede a nuestro alrededor en los últimos tiempos. Vivimos en un mundo lleno de espejismos. Y no solamente los espejismos que diariamente nos ofrece el poder a través de sus medios de desinformación de masas; sino muchos espejismos que vemos en los movimientos antagonistas e, incluso, los espejismos que nosotros mismos nos esforzamos por ver y vivir.

Nos ofrecen una realidad engañosa en la que la recuperación económica es un hecho, sin embargo, no comprendo demasiado bien qué significa eso porque la única dinámica económica que existe desde hace muchísimos años (tanto cuando se supone que las cosas marchaban estupendamente y atábamos los perros con salchichas, como ahora que la pobreza económica es la realidad de muchísima gente) es que una parte muy pequeña de personas acumula una parte cada vez mayor del pastel económico. Así ha sido y así sigue siendo, sin duda. Otro engaño similar es el que nos ofrecen con la supuesta revolución democrática que andamos viviendo, nuevos actores políticos “surgidos del pueblo” toman el poder con la intención de poner las instituciones al servicio de la gente (como si tal cosa fuera posible, como si esas instituciones no hubieran sido diseñadas y creadas exclusivamente para estar al servicio del poder) legitimizando una vez más este potente espejismo al que llaman democracia. Sólo hay que ver lo sucedido en Grecia para empezar a comprender la magnitud y la oquedad que la expresión “tomar el poder”, tan de moda últimamente, contiene.
La lista de espejismos que el poder ofrece es interminable pero uno muy importante es la ilusión del trabajo. Esta imagen funciona en varias direcciones. Por un lado, ofrecen a menudo datos (un espejismo más que no refleja ninguna realidad más allá que la que les interesa) que constatan la recuperación del empleo. Esto da a entender que hay más gente asalariada y, por tanto, en su lógica que vive mejor. Sin embargo, cada vez más la diferencia entre tener empleo y no tenerlo es más invisible. La pobreza económica ya no es exclusiva de los desempleados. Por otro lado, afianza la imagen de que el trabajo lo es todo, es lo que dota de sentido la vida y marca la diferencia entre alguien útil y un desecho de la sociedad. A pesar de esto, el poder muestra su magnanimidad con los desechos ofreciéndoles la subsistencia a cambio de la humillación burocrática.

Lo que sucede dentro de los movimientos antagonistas al sistema también tiene mucho de realidad engañosa o espejismo. Cualquiera que se mueva por las redes sociales puede observar la enorme burbuja revolucionaria que existe. Particularmente, me sucede que la mayoría de mis contactos en este mundo virtual (incluyéndome a mí mismo) nos consideramos de una u otra forma como parte integrante de esa oposición al sistema vigente y, de esta forma, estamos constantemente recibiendo todo tipo de noticias, invitaciones y escritos varios sobre todo tipo de acciones y grupos revolucionarios. Parece que a nuestro alrededor haya un magma revolucionario a punto de llevarse por delante toda señal del poder dominante. Sin embargo, la realidad es bien diferente. Lo que parece una acción multitudinaria se convierte en una manifestación de apenas mil personas en ciudades donde millones padecen las penurias del sistema. También sucede que se tiene la tendencia a etiquetar, nombrar, anunciar, redactar, en definitiva a crear todo un armazón virtual en torno a un grupo que apenas funciona o no pasa de ser una tertulia de amigos (por supuesto, nada en contra de estas tertulias que son maravillosas). También asistimos al eterno espectáculo espejista de los nuevos gurús que aparecen cada poco tiempo con alguna idea revolucionaria y susceptible de captar a la gente y que, en el mejor de los casos acaba convirtiéndose en una especie de alternativa personal más o menos al margen del sistema y en el peor convirtiéndose en algo totalmente reaccionario y peligroso.
Enlazando con esto, veo cómo en las dinámicas personales (muchas veces vinculadas a este mundo militante) el espejismo forma parte importante de lo cotidiano. Muchas veces necesitamos creer esa ilusión formada alrededor de un proyecto o grupo porque la realidad se nos antoja insoportable. Sabemos y reconocemos los espejismos pero nos entregamos a ellos con tal de tranquilizar nuestras conciencias pensando que formamos parte de la disidencia a una sociedad tan cruel e inhumana, y con la esperanza de poder superar el miedo que nos atenaza y poder ir mucho más allá de ese espejismo y empezar a construir algo en donde poder sentirnos humanos de pleno derecho.

Imprimir

miércoles, 8 de julio de 2015

DESOBEDIENCIAS

Desde la entrada en vigor de la ley Mordaza, el término desobediencia ha recobrado fuerza y está inundando el imaginario colectivo, especialmente, a través de la red (como casi siempre en estos tiempos de virtualidad). En concreto, parece recuperarse el concepto de desobediencia civil que popularizó Thoreau en su famoso ensayo. A saber, el no acatamiento de aquellas leyes consideradas contrarias a la justicia, es decir, injustas.
Además asumía que la no cooperación con lo que él denominaba el mal, que no era otra cosa mas que el gobierno, era un deber moral. Más tarde Martin Luther King añadió a esto que también era un deber moral cooperar con todo aquello que consideraba justo, esto último parece caer siempre en el olvido entre los que tenemos la tendencia al manifestódromo y los que hacen revoluciones a través de redes sociales.

Es muy importante en este sentido recordar la enorme diferencia que existe entre la justicia y la legalidad. Este tema estoy seguro que daría para debates y escritos interminables pero que aquí reduzco a una sencilla cuestión: ¿Es justo todo lo legal o  es legal todo lo que consideramos justo? La justicia se define como un principio moral que inclina a hacer respetando la verdad y dando y recibiendo cada uno lo que le corresponde. Por el contrario, la legalidad es el marco de referencia establecido por el poder imperante para la convivencia social. No hace falta ponernos técnicos para darnos cuenta de que una cosa son las leyes y otra lo que cada uno considera justo. De hecho, hay cantidad de ejemplos activos en nuestro entorno de desobediencia hacia leyes consideradas injustas, entre los que me gustan especialmente todo lo concerniente al antimilitarismo (la insumisión en su día o las campañas actuales de denuncia y objeción fiscal), al llamado derecho a la vivienda (el movimiento okupa, las asambleas vecinales...) y tantos otros relacionados con temas tan dispares como la educación, las migraciones, los impuestos, los transportes…


La desobediencia civil es una práctica imprescindible para mantener una mínima cordura dentro de un sistema tan demente como éste en el que vivimos.

Sin embargo, son necesarias más desobediencias, no sólo la referida a las leyes injustas. Es imprescindible empezar a cuestionar y desobedecer en lo individual todas aquellas servidumbres que nos imponen y que venimos arrastrando durante tanto tiempo y que tanto ayudan a mantener el orden establecido.
Desobedezcamos esa ley grabada a fuego que nos dice que la vida hay que ganársela y que la forma de hacerlo es a través del salario. Jamás podremos desarrollar nuestro potencial ni podremos construir una sociedad justa si la vida de cada uno depende de la oportunidad de obtener un salario y, sobre todo, depende de que alguien crea conveniente pagar un salario. Desterremos el dogma economicista que nos ha absorbido totalmente y hace que cualquier proyecto, cualquier acción se mida en función de si es factible económicamente.

Desobedezcamos esa moral capitalista que permite que millones de personas mueran de hambre y padezcan guerras diseñadas y perpetradas por las grandes corporaciones en connivencia con los Estados pero que condena y reprime cualquier intento de protesta.

Desobedezcamos el mantra del consumismo. Nunca seremos felices a través del consumo por mucho que sus maravillosos medios de propaganda nos lo hagan creer. Eso no pasará simple y llanamente porque no es posible, porque está diseñado para todo lo contrario: para mantenernos es la más absoluta de las infelicidades y de las impotencias a través de la continua inoculación del deseo de alcanzar algo mejor (que por supuesto se sabe que es mejor porque es más caro) mezclado con la obsolescencia programada con la que se produce cualquier artículo.

Desobedezcamos la imposición del ritmo, del tiempo a la que estamos sometidos. Tenemos el horario de nuestras vidas prediseñado: tantas horas para trabajar, tantas para consumir, tantas para descansar... y siempre de tal manera que nos parezca imposible el poder realizar algo, cualquier cosa que no esté marcada en ese horario. Eso sí, nos conceden nuestro tiempo de asueto y amablemente nos indican cómo debe ser nuestro ocio y dónde debemos pasarlo.

Desobedezcamos sus patrones culturales prefabricados y sus modas que nos conminan a vivir de una forma totalmente ajena a lo que nuestra forma de ser y sentir nos indica. Que nos homogeniza a partir de la falsa ilusión de que somos absolutamente diferentes al resto gracias a seguir determinados patrones y no otros.

Deberíamos hablar y, sobre todo, practicar las desobediencias en plural, empezando por las más personales hasta llegar a las colectivas porque oponernos a lo injusto es el primer paso, pero necesitamos seguir avanzando para poder colaborar y construir aquello que consideramos justo, pero no para nosotros solos sino para todos.

Imprimir

miércoles, 24 de junio de 2015

SOBRE COERCIÓN Y PERSUASIÓN



Entró en vigor la ley mordaza; aunque de manera encubierta lleve activa desde antes incluso de que ningún político se atreviera a formularla. Es una vuelta de tuerca más que considerable en la escalada dictatorial en la que andamos envueltos. Parece que definitivamente los tiempos de la zanahoria han pasado y se impone el palo como método de gobierno. Y esta vez, no sólo la gente comprometida y militante es la que se arriesga a sufrir todo el peso del aparato represivo, sino que cualquiera puede ser la víctima, especialmente esa especie tan desarrollada en los últimos años que centra su espíritu de lucha en el salón de su casa sentada frente al ordenador.

Cuando hablamos del palo y la zanahoria nos referimos a la típica forma en  que las élites ejercen el poder sobre el común de la humanidad. El ejercicio del Poder exige la coerción física (o su amenaza) y la manipulación psicológica. Con el despliegue del aparato represivo (policial, judicial, carcelario...) se ejerce una presión directa e inmediata sobre toda aquella persona considerada peligrosa para el orden social establecido y que además se atreve a demostrar su disconformidad de manera pública a través de sus actos. La coerción no es sólo a nivel físico (y eso que España es una de esas democracias donde la tortura y la violación de los derechos humanos están a la orden del día, tal y como saben todos aquellos que la sufren y tal y como lo denuncian organismos tan poco revolucionarios como Amnistía Internacional).
Otro nivel importante de coerción es el económico. Cada vez se apela más a la sanción económica como método para persuadir a todos aquellos que creen que tienen algo que conservar de que la protesta y la disidencia es un camino que conduce directamente a la desposesión y, por tanto, a la exclusión del sistema y aunque parezca paradójico esto frena a muchísima gente cuando parecería razonable vivir excluido de esta locura. Además de todo esto, tenemos la coerción psicológica que tiene muchas aristas pero que sin duda las políticas de dispersión en las cárceles son un claro exponente del inmenso daño que inflingen tanto a los presos como a sus allegados. Podríamos seguir enumerando situaciones donde los llamados ciudadanos libres (eso se supone que somos) nos vemos sometidos por la acción del palo, sin embargo, creo que todos las conocemos sobradamente.


Por otro lado, tenemos la zanahoria. Porque al poder le interesa una población sumisa pero contenta y agradecida por el tipo de vida que lleva. Así tenemos que para garantizar el control social se necesita ejercer la fuerza pero también desarrollar la persuasión. La persuasión es otra manera de denominar al adoctrinamiento pero con pequeñas diferencias, ya que la persuasión se consigue colonizando el imaginario colectivo. Poco a poco a través de la educación, los medios de desinformación, los espectáculos de masas y la cultura prefabricada se van imponiendo unos presupuestos básicos que acotan el mundo adaptándolo a las necesidades de las élites. Esta constante persuasión hace que vayamos construyendo un personaje que nada tiene que ver con nosotros pero que acaba dominando nuestra vida, porque la necesidad de adaptación a las exigencias del sistema hace que acabemos identificándonos, exclusivamente, con nuestra máscara social, necesaria para la supervivencia. Con ello se genera un vacío interior, se aniquila la propia vida y tratamos, entonces, de generar nuevas realidades a través de redes sociales cibernéticas o cualquier otro sucedáneo. Así la despersonalización queda consumada.

Lamentablemente esto se extiende también entre los que se consideran alternativos o contrarios al modelo social vigente. La persuasión que ejerce el Poder es tan intensa que parece imposible siquiera imaginar alternativas fuera del orden establecido. Alternativas que no conlleven en su misma génesis la fiebre economicista que todo lo envuelve o que no dependan del criterio infalible de unos cuantos elegidos, son rechazadas por la mayoría de contestatarios al calificarlas de utópicas. Todo las opciones quedan restringidas al marco teórico que el propio sistema nos ofrece. En consecuencia, nada de todo esto puede superar ese marco, nada nacido bajo las mismas premisas que rigen el sistema puede acabar con ese Poder establecido y ejercido, independientemente de la forma que adopte cada Estado.
  

Imprimir

viernes, 12 de junio de 2015

REFLEXIONES DEL AHORA

Desorientados o simplemente reorientados, una vez más, hacia la eterna promesa de la neutralidad de las instituciones, hacia la posibilidad de virar el rumbo del sistema, de hacerlo más amable. Nos negamos a aceptar que esta democracia tiene el timón trucado y siempre apunta hacia el mismo lugar por muchas vueltas que le des y cuando además de apuntar dispara: no hace prisioneros, tira a matar.
El poder de seducción del sistema es grande y su capacidad para crear nuevos actores en su espectáculo es inacabable. No sólo ha conseguido encauzar el descontento de mucha gente con inquietudes políticas sino que se ha superado a sí mismo: ha conseguido que aquellos desencantados que consideran que lo único que no funciona son los políticos ladrones encuentren a su nuevo paladín de la decencia encumbrado de la noche a la mañana y ni siquiera se han molestado en plantearse cómo ha sido posible esa aparición.

Es cierto que la capacidad de seducción es muy potente y cuenta con unos medios de difusión de masas que la hacen altamente eficaz. Sin embargo, no hay que menospreciar el factor miedo. Sí, ese miedo que a menudo oímos decir que “está cambiando de lado”; cosa ésta que no deja de tener su parte de verdad; pero que sigue habitando mayoritariamente en nuestro lado.

Por muchas razones diferentes tenemos grabado a fuego que la pérdida es dolor. Ese dolor nos aterra y, por tanto, cualquier posibilidad de pérdida nos da auténtico pavor.

Con este miedo es con el que juegan y casi siempre ganan. En la mayoría de ocasiones la posibilidad de perder algo que ingenuamente creemos poseer, ya sea algo tan etéreo como la libertad, la seguridad vital… o algo tan material como una vivienda o un trabajo nos impide asumir el compromiso necesario para sacar adelante aquellos proyectos o tomar las decisiones en las que decimos creer o confiar.

Por eso seguimos dejando que la corriente nos arrastre, que sean otros los que decidan cómo debe ser nuestra vida. Seguimos creyendo que la utopía basta con pensarla, que para vivir ya tenemos eso que llamamos la vida real y que en esta realidad sólo es posible tratar de mejorar nuestra condición sin tener demasiado en cuenta al resto porque si lo hacemos ni siquiera podemos mejorar la nuestra. Es la ley del posibilismo que nos imponen y aceptamos como dogma. Así seguimos asistiendo al espectáculo sin darnos cuenta que somos parte de él. Lo que sucede, incluido el teatro electoral y el posterior juego de las sillas, no nos es ajeno, estamos incluidos en él y es nuestra obligación tratar de revertir el guión de la obra porque el final está escrito y no es nada bueno. Pero no queramos cambiarlo sin salirnos del guión porque eso es imposible y una vez más... a la vista está. Mientras el cambio de cromos se hace visible y nos distrae al tiempo que nos polariza al más puro estilo futbolero (“que si yo soy de éste y tu de aquel…”) el sistema sigue afianzando sus bases y sigue avanzando en sus planes. Basten como muestra los diversos tratados de libre comercio (o libre esclavitud si hablamos con propiedad) que andan impulsándose alrededor del mundo o, en un nivel más cercano, el apuntalamiento del yugo militarista impuesto sobre África desde la base Morón. 

Mientras tanto, parece que todo queda en suspenso a la espera de ver si se confirma la hipótesis lanzada desde los medios de información acerca de que el tiempo de la nueva política ha llegado y el poder ha sido tomado por la izquierda (signifique eso lo que signifique) y todos volvemos a replegarnos en nuestros reductos en la eterna espera del momento oportuno. Tal vez el momento oportuno sea cualquiera y éste sea tan bueno como el que más. Pensémoslo. Hagámoslo.

Imprimir

viernes, 22 de mayo de 2015

ES TIEMPO DE REFLEXIONAR (o eso nos dicen)

Nos dicen que es el momento de reflexionar y, en mi opinión, deberíamos hacerles caso aunque sólo fuera por esta vez. Pero hagámoslo bien, pensemos en cómo es el mundo en el que vivimos, en la vida que llevamos y en cómo nos gustaría que todo esto fuera. Luego actuemos en consecuencia pero no sólo una vez cada cuatro años como les gusta que hagamos; sino todos los días. En cada acción, en cada decisión que tomemos deberíamos tener presente esa reflexión.

Guerras, hambre, enfermedad, miseria, explotación, exilio… en definitiva muerte. Ese es el panorama que vive la inmensa mayoría de los seres humanos, muertes todas ellas evitables fuera de un mundo regido por el lucro y la acumulación de riqueza y poder, es decir, fuera de un mundo capitalista. Por el contrario, todas esas muertes son imprescindibles dentro de él, son necesarias para mantener la maquinaria capitalista perfectamente engrasada. No hay alternativa, el sistema exige el sacrificio de una cantidad exorbitante de vidas cada día.

Miles de personas mueren cada día tratando de cruzar fronteras que tan sólo existen para proteger los intereses del poder, tratando de huir de una realidad atroz cuyo único horizonte es la muerte cercana. Otras tantas perecen a causa de unas guerras en las que, como siempre, los oprimidos luchan entre sí mientras los verdaderos causantes de la guerra observan cómo fluctúa su cuenta de beneficios según apuesten por uno u otro bando (aunque la costumbre suele ser apostar por los dos). Otras mueren simple y llanamente de hambre, mueren porque el sistema exprime sus vidas y el territorio que habitan sin importar nada más que la ganancia que de ello obtienen.  Muchas más malviven compartiendo su vida con enfermedades que no sólo son curables sino que, en muchos casos, se deben al comportamiento devastador del poder en la explotación de recursos naturales.
Es posible que se pueda sentir esto como lejano; aunque sólo si tenemos inoculado el egoísmo capitalista que impide ver más allá de las circunstancias personales, porque cualquier ser humano que no haya perdido del todo su “humanidad” es imposible que no sienta como propio todo este dolor en mayor o menor medida (a pesar de los innumerables métodos de distracción e inutilización de la conciencia de los que disponemos en las llamadas sociedades desarrolladas).

Lo que no podemos sentir lejano es nuestro día a día, nuestro modo de vivir. Reflexionemos sobre cómo la experiencia única de la vida se desarrolla dentro de unos límites impuestos tan estrechos (cada vez más) que prácticamente nos hemos visto reducidos a convertirnos en seres que luchan por la supervivencia en lugar de disfrutar y experimentar la vivencia. Hemos aceptado el camino marcado de sumisión a los poderes fácticos y hemos abrazado la única vía que el poder reserva a los oprimidos para poder sobrevivir: el salario. Así, nos vemos abocados a aceptar todo aquello que nos imponen para poder acceder a nuestro pedacito de pastel que rápidamente consumimos, para facilitarnos el acceso a aquello que consideramos esencial, sin tener la oportunidad de preguntarnos el cómo y el porqué de la situación. Negándonos, de esta forma, la ocasión de disfrutar de nuestra propia vida.
Reflexionemos como nos dicen, pero hagámoslo sobre todo esto y sobre tantos otros aspectos que condicionan y rigen nuestra vida. Hagámoslo  de verdad y, luego, veamos si un cambio radical es posible a través de los mecanismos que nos ofrecen.

No se trata de votar a tal o cual o de no votar. Se trata de comprender qué podemos esperar de cada una de esas acciones. Se trata de ver la posibilidad real de cambio que puede existir, de demoler este modo de vida criminal a través de mecanismos ofertados por el propio sistema. Pero, sobre todo, se trata de comprender que no existe razón alguna por la que la mayoría de las personas deban vivir miserablemente mientras unas pocas se apoderan de todo.

Imprimir

miércoles, 22 de abril de 2015

TODO POR HACER, PENSAR Y SENTIR



De nuevo ha empezado la carrera electoral y el circo se ha puesto en marcha desplegando todas las carpas y haciendo desfilar a todos sus actores exhibiendo sus mejores galas. Parece que se avecinan tiempos de cambios en cuanto a la aparente diversidad de partidos políticos que han saltado a la palestra y que gracias, entre otras cosas, al constante bombardeo mediático se han convertido en pequeñas ofertas de cambio lanzadas desde las cumbres para todos aquellos insatisfechos con el panorama actual y con el discurrir de sus vidas en general (por supuesto, para todos los que todavía creen que la vía electoral es la mejor opción de cara a poder vivir en una sociedad menos desigual y menos esclavizada).

Independientemente de la creencia sobre el hecho electoral es innegable que muchos nos cuestionamos el modelo vital en el que vivimos o, por lo menos, las injusticias sociales con las que se empieza a convivir con una cierta normalidad. Cualquier persona con un mínimo de sensibilidad hacia los demás comprende que lo que le sucede a otro en realidad nos sucede a todos porque para el sistema somos exactamente lo mismo, simples números, simples peones de un macabro juego donde todos sin excepción pasamos a la categoría de prescindibles en un abrir y cerrar de ojos.

Ante estas circunstancias parece claro que está todo por hacer, es decir, necesitamos de un cambio tan radical (ir a la raíz de las cuestiones) que prácticamente cualquier ámbito de nuestra vida y por tanto de nuestra sociedad necesita de nuestra actuación. Todo por hacer, esa consigna se repite una y otra vez en cualquier grupo con aspiraciones al cambio social y responde a esa angustia vital que se siente cuando comprendes que la vida debe ser otra cosa.
Siendo absolutamente cierto, es necesario comprender que esta necesidad de hacer debe nacer de la reflexión porque si no es así es más que probable que acabe conduciendo a un desgaste que, a la postre, resulte útil solamente a los intereses del poder ya que acaba por hacer renunciar a mucha gente que se recluyen en la esquizofrenia cotidiana que implica nuestra vida actual. La acción sin reflexión sólo puede darse bajo mandato ajeno (ya sea el partido, el colectivo, el líder…) o siguiendo dogmas, por muy antisistema que sean éstos, que nos conducen a ridículas disputas entre teorías decimonónicas que prácticamente nunca se han puesto en práctica y sobre las cuales no se admite discusión por parte de sus seguidores.

Por tanto nos enfrentamos al todo por pensar, porque sin desmerecer ideas y teorías ajenas con las que podemos simpatizar es imprescindible que cada cual reflexione (y dando un paso más allá, ponga en común esas reflexiones con el máximo posible de personas) y trate de comprender desde su propia vivencia el mundo que le rodea y cómo es su relación con ese mundo para poder ser capaz de visualizar de qué manera se puede incidir en el cambio que se considere oportuno. La reflexión es el paso previo que imprescindiblemente hemos de dar para que la acción no se convierta en una especie de trabajo (algo así como un activista profesional que anda en todas partes sin involucrarse en ninguna) rutinario donde la forma se imponga al fondo y, por tanto, se imponga una vez más la razón del sistema que propugna lo superficial y lo inmediato.

Sin embargo, el factor crucial de esta ecuación es desde donde se inicia ese proceso de reflexión. Aquí entra en juego la última parte del enunciado: todo por sentir. A mi modo de ver, la reflexión que no nace de un sentir el objeto de la reflexión como propio se queda en un mero ejercicio de intelectualidad y es, sin duda, el primer paso hacia una acción inocua. No podemos realizar ningún tipo de planteamiento sin ser plenamente partícipes, especialmente a nivel emocional, de aquello que pretendemos modificar. Sólo cuando una situación duele a todos los niveles tiene la suficiente fuerza para conseguir que las personas nos involucremos de manera relevante en un proyecto.
La cuestión es si en un mundo en el cada vez se vive de forma más superficial es posible sentir, empezando por sentirnos a nosotros mismos. En una sociedad donde la realidad se abre camino a través de una pantalla y la interacción cada vez se restringe más a las posibilidades que ofrece un teclado es más difícil comprender el significado de la palabra fraternidad que bien pudiera estar en la base de muchos proyectos emancipadores colectivos.

Imprimir