miércoles, 24 de junio de 2015

SOBRE COERCIÓN Y PERSUASIÓN



Entró en vigor la ley mordaza; aunque de manera encubierta lleve activa desde antes incluso de que ningún político se atreviera a formularla. Es una vuelta de tuerca más que considerable en la escalada dictatorial en la que andamos envueltos. Parece que definitivamente los tiempos de la zanahoria han pasado y se impone el palo como método de gobierno. Y esta vez, no sólo la gente comprometida y militante es la que se arriesga a sufrir todo el peso del aparato represivo, sino que cualquiera puede ser la víctima, especialmente esa especie tan desarrollada en los últimos años que centra su espíritu de lucha en el salón de su casa sentada frente al ordenador.

Cuando hablamos del palo y la zanahoria nos referimos a la típica forma en  que las élites ejercen el poder sobre el común de la humanidad. El ejercicio del Poder exige la coerción física (o su amenaza) y la manipulación psicológica. Con el despliegue del aparato represivo (policial, judicial, carcelario...) se ejerce una presión directa e inmediata sobre toda aquella persona considerada peligrosa para el orden social establecido y que además se atreve a demostrar su disconformidad de manera pública a través de sus actos. La coerción no es sólo a nivel físico (y eso que España es una de esas democracias donde la tortura y la violación de los derechos humanos están a la orden del día, tal y como saben todos aquellos que la sufren y tal y como lo denuncian organismos tan poco revolucionarios como Amnistía Internacional).
Otro nivel importante de coerción es el económico. Cada vez se apela más a la sanción económica como método para persuadir a todos aquellos que creen que tienen algo que conservar de que la protesta y la disidencia es un camino que conduce directamente a la desposesión y, por tanto, a la exclusión del sistema y aunque parezca paradójico esto frena a muchísima gente cuando parecería razonable vivir excluido de esta locura. Además de todo esto, tenemos la coerción psicológica que tiene muchas aristas pero que sin duda las políticas de dispersión en las cárceles son un claro exponente del inmenso daño que inflingen tanto a los presos como a sus allegados. Podríamos seguir enumerando situaciones donde los llamados ciudadanos libres (eso se supone que somos) nos vemos sometidos por la acción del palo, sin embargo, creo que todos las conocemos sobradamente.


Por otro lado, tenemos la zanahoria. Porque al poder le interesa una población sumisa pero contenta y agradecida por el tipo de vida que lleva. Así tenemos que para garantizar el control social se necesita ejercer la fuerza pero también desarrollar la persuasión. La persuasión es otra manera de denominar al adoctrinamiento pero con pequeñas diferencias, ya que la persuasión se consigue colonizando el imaginario colectivo. Poco a poco a través de la educación, los medios de desinformación, los espectáculos de masas y la cultura prefabricada se van imponiendo unos presupuestos básicos que acotan el mundo adaptándolo a las necesidades de las élites. Esta constante persuasión hace que vayamos construyendo un personaje que nada tiene que ver con nosotros pero que acaba dominando nuestra vida, porque la necesidad de adaptación a las exigencias del sistema hace que acabemos identificándonos, exclusivamente, con nuestra máscara social, necesaria para la supervivencia. Con ello se genera un vacío interior, se aniquila la propia vida y tratamos, entonces, de generar nuevas realidades a través de redes sociales cibernéticas o cualquier otro sucedáneo. Así la despersonalización queda consumada.

Lamentablemente esto se extiende también entre los que se consideran alternativos o contrarios al modelo social vigente. La persuasión que ejerce el Poder es tan intensa que parece imposible siquiera imaginar alternativas fuera del orden establecido. Alternativas que no conlleven en su misma génesis la fiebre economicista que todo lo envuelve o que no dependan del criterio infalible de unos cuantos elegidos, son rechazadas por la mayoría de contestatarios al calificarlas de utópicas. Todo las opciones quedan restringidas al marco teórico que el propio sistema nos ofrece. En consecuencia, nada de todo esto puede superar ese marco, nada nacido bajo las mismas premisas que rigen el sistema puede acabar con ese Poder establecido y ejercido, independientemente de la forma que adopte cada Estado.
  

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viernes, 12 de junio de 2015

REFLEXIONES DEL AHORA

Desorientados o simplemente reorientados, una vez más, hacia la eterna promesa de la neutralidad de las instituciones, hacia la posibilidad de virar el rumbo del sistema, de hacerlo más amable. Nos negamos a aceptar que esta democracia tiene el timón trucado y siempre apunta hacia el mismo lugar por muchas vueltas que le des y cuando además de apuntar dispara: no hace prisioneros, tira a matar.
El poder de seducción del sistema es grande y su capacidad para crear nuevos actores en su espectáculo es inacabable. No sólo ha conseguido encauzar el descontento de mucha gente con inquietudes políticas sino que se ha superado a sí mismo: ha conseguido que aquellos desencantados que consideran que lo único que no funciona son los políticos ladrones encuentren a su nuevo paladín de la decencia encumbrado de la noche a la mañana y ni siquiera se han molestado en plantearse cómo ha sido posible esa aparición.

Es cierto que la capacidad de seducción es muy potente y cuenta con unos medios de difusión de masas que la hacen altamente eficaz. Sin embargo, no hay que menospreciar el factor miedo. Sí, ese miedo que a menudo oímos decir que “está cambiando de lado”; cosa ésta que no deja de tener su parte de verdad; pero que sigue habitando mayoritariamente en nuestro lado.

Por muchas razones diferentes tenemos grabado a fuego que la pérdida es dolor. Ese dolor nos aterra y, por tanto, cualquier posibilidad de pérdida nos da auténtico pavor.

Con este miedo es con el que juegan y casi siempre ganan. En la mayoría de ocasiones la posibilidad de perder algo que ingenuamente creemos poseer, ya sea algo tan etéreo como la libertad, la seguridad vital… o algo tan material como una vivienda o un trabajo nos impide asumir el compromiso necesario para sacar adelante aquellos proyectos o tomar las decisiones en las que decimos creer o confiar.

Por eso seguimos dejando que la corriente nos arrastre, que sean otros los que decidan cómo debe ser nuestra vida. Seguimos creyendo que la utopía basta con pensarla, que para vivir ya tenemos eso que llamamos la vida real y que en esta realidad sólo es posible tratar de mejorar nuestra condición sin tener demasiado en cuenta al resto porque si lo hacemos ni siquiera podemos mejorar la nuestra. Es la ley del posibilismo que nos imponen y aceptamos como dogma. Así seguimos asistiendo al espectáculo sin darnos cuenta que somos parte de él. Lo que sucede, incluido el teatro electoral y el posterior juego de las sillas, no nos es ajeno, estamos incluidos en él y es nuestra obligación tratar de revertir el guión de la obra porque el final está escrito y no es nada bueno. Pero no queramos cambiarlo sin salirnos del guión porque eso es imposible y una vez más... a la vista está. Mientras el cambio de cromos se hace visible y nos distrae al tiempo que nos polariza al más puro estilo futbolero (“que si yo soy de éste y tu de aquel…”) el sistema sigue afianzando sus bases y sigue avanzando en sus planes. Basten como muestra los diversos tratados de libre comercio (o libre esclavitud si hablamos con propiedad) que andan impulsándose alrededor del mundo o, en un nivel más cercano, el apuntalamiento del yugo militarista impuesto sobre África desde la base Morón. 

Mientras tanto, parece que todo queda en suspenso a la espera de ver si se confirma la hipótesis lanzada desde los medios de información acerca de que el tiempo de la nueva política ha llegado y el poder ha sido tomado por la izquierda (signifique eso lo que signifique) y todos volvemos a replegarnos en nuestros reductos en la eterna espera del momento oportuno. Tal vez el momento oportuno sea cualquiera y éste sea tan bueno como el que más. Pensémoslo. Hagámoslo.

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