martes, 20 de octubre de 2015

DEJARSE LLEVAR ES TAN FÁCIL

  
Se nos dice repetidamente que hoy en día vivimos en una sociedad donde la información está al alcance de la mano, tenemos millones de datos disponibles, de historias, de noticias, informes… al alcance de un solo clic, cualquiera diría que estamos en condiciones de conocerlo todo. Sin embargo, al ver cómo actuamos como sociedad parece imposible de creer. Parece que no sepamos nada, o lo que es peor, que no queramos saber. Sinceramente, prefiero pensar que es lo primero y que se produce un efecto de saturación debido al exceso de información que hace que no seamos capaces de asimilar nada.
Aunque no es menos cierto, que resulta tan fácil dejarse llevar y tomar el papel de espectador que contempla todo lo que sucede a su alrededor como si no fuera con él. Desde luego, hay que admitir que es mucho más cómodo y fácil eso que ser consciente de la realidad, porque la consciencia te empuja hacia la necesidad de tomar parte y tratar de hacer algo contra aquello que te resulta inaceptable.
Desde luego, esta forma de actuar no es casual. La banalización de la injusticia, la pobreza, la guerra, la miseria y tantas otras calamidades que nos ofrecen a través de los medios de información (en el formato que sea) ayuda a no sentirse directamente interpelado; de hecho en muchos casos ayuda a sentirse afortunado de no ser el protagonista de la historia. Justo aquí radica una cuestión que me parece muy importante: ese no sentirse implicado es absolutamente falso ya que tanto por acción como por omisión cada uno de nuestros actos tiene sus consecuencias en la perpetuación o no del sistema. Tengo claro que es prácticamente imposible vivir dentro de esta sociedad y no cometer a diario actos que agrandan la miseria que nos han impuesto, pero la consciencia de ello nos ayuda a encontrar nuevas formas de funcionar, consumir, relacionarnos y sentir que deben situarse en la base de una nueva sociedad.
Como decía, el pretender mantenerse ajeno a todo lo que sucede no es un comportamiento casual. Además del papel de los medios de información, y como es habitual, todos los mecanismos de los que dispone el poder se ponen en funcionamiento. Así cumplen su función el sistema educativo, el judicial, el policial, el político-sindical y por supuesto el religioso con su proverbial resignación. Es un trabajo constante el que realizan con nosotros durante toda nuestra vida.
Personalmente, creo que el ser humano es empático y solidario por naturaleza así que no es nada despreciable el efecto que toda esta maquinaria de deshumanización despliega para obtener a personas totalmente ajenas al sufrimiento humano (a veces creo que incluso del propio). Este trabajo incide en varios aspectos que me parecen cruciales:
Desconexión de las personas entre sí. Es decir, se potencia la creencia de que cada uno debe preocuparse por sí mismo y que nadie va a ayudarle en un mundo donde lo importante es lo alto que puedas llegar y no cómo lo hagas. El individualismo egoísta es el valor supremo de una sociedad donde sólo el “progreso” y el “crecimiento” importa, da igual si para ello debamos asesinar de hambre a medio mundo o si debemos esquilmar el planeta hasta que ya no tengamos modo de sustentarnos (cuando hablamos de que el mundo se acaba debemos tener claro que en realidad lo que terminará será la especie humana, el planeta seguirá en pie como lo está desde hace millones de años).
Desconexión de la persona consigo misma, fortaleciendo el culto a lo externo, a lo que se ve y relegando el mundo interior al carácter de menudencia que es mejor no desarrollar por ser poco más que una pérdida de tiempo. Vivimos en la sociedad del espectáculo y por tanto el envoltorio lo es todo. La apariencia es fundamental en un mundo donde es imprescindible llevar constantemente una máscara para cada papel que representamos.
Fomentando la irresponsabilidad, haciendo sentir a la gente que nada de lo que le sucede y pasa a su alrededor depende de ella. Afianzando la creencia de que deben ser los elegidos (elegidos por el sistema) los encargados de dirigir nuestras vidas y el papel de la gente queda reducido a la aceptación. Así se establece el delegacionismo como método básico de funcionamiento social y como método de absoluto control social. Así tan sólo queda en nuestras manos aquello que queremos aparentar ser, es decir podemos elegir la máscara que queremos llevar.
Estableciendo la inmediatez como unidad temporal deseable. Acelerando el ritmo de la vida y encumbrando la medida del tiempo (el tiempo es oro, o al menos eso se nos hace creer) impidiendo la introspección y la reflexión de, sobre todo, aquello que tiene que ver con nosotros.
La coronación del dinero como valor absoluto y de la sociedad del trabajo como único medio para acceder a él, nos convierte en máquinas dedicadas en exclusividad a la consecución de los objetivos que la sociedad nos marca. Estas condiciones que nos imponen para sobrevivir obligan a centralizar la vida en la cuestión laboral, impidiendo cualquier consideración de importancia que no tenga que ver con esto. Lo que crea una cultura de lo inmediato en la que no tiene cabida el esfuerzo desinteresado ni la implicación personal en lo común.
Todo esto nos conduce a adoptar esa actitud acrítica que permite al sistema funcionar como un engranaje perfecto, acumulando poder y recursos en unos pocos elegidos y condenando al resto a una vida muy alejada de lo que podría ser teniendo en cuenta el potencial creativo de los seres humanos.

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