miércoles, 16 de noviembre de 2016

LO ADMITO, NO SÉ DE TODO



Así es, no sé todo. Lo admito, me señalo y cargo con ello. No sólo eso, sino que además no tengo algo que decir ni (que) opinar sobre cada acontecimiento que me sitúan delante de los ojos los medios de comunicación o las redes sociales. Eso no significa que apoye una determinada postura por omisión; significa, simplemente, que no tengo nada que aportar sobre determinada cuestión por desconocimiento o porque no me gusta repetir argumentos u opiniones ajenas para conseguir la bendición de nadie.

Pensaba que el fenómeno de los “expertos en todo” se reducía a ambientes muy específicos. Lugares como los bares, los mass media y los escalafones de los partidos políticos donde habitan sus cabezas visibles… siempre han estado repletos de gente con una necesidad imperiosa de dar su opinión sobre todo (normalmente acompañan esta necesidad con la creencia de estar en posesión de la verdad, por supuesto, su verdad que es la única).
Pero hace tiempo ya, que este fenómeno se ha expandido de manera imparable alcanzando todos los rincones de la sociedad.

La ingente cantidad de ruido lanzado sobre nosotros a través de Internet y la velocidad a la que es posible asimilar y responder a todo eso, ha creado la ilusión de tener al alcance de la mano todo el conocimiento y la información disponible en el mundo. Automáticamente, esto nos ha convertido en potenciales expertos en cualquier tema por muy ajeno que éste sea a nuestra vida diaria.
No tengo nada en contra de que la gente nos informemos, más bien al contrario, me parece fantástico. Aunque estaría bien que, además, nos formemos y hasta incluso que tratemos de establecer algún tipo de relación entre todo esto y nuestra forma de desenvolvernos en el mundo. Intentemos hacerlo con algún tipo de filtro crítico y escéptico antes de dar por buena cualquier teoría o hecho y su contrario. Incluso, debemos estar dispuestos a admitir que hay cuestiones que nos superan (ni que sea de momento) y que por tanto no podemos tener una opinión sólida al respecto.

Esta proliferación de “expertos en todo” no me importa en absoluto cuando me la encuentro en reuniones familiares, en un bar, o en el trabajo.  He de admitir que incluso me divierte según cómo sea. Pero me parece mucho más preocupante cuando me la encuentro en ambientes alternativos donde se supone que el pensamiento crítico es algo importante. Me resulta especialmente triste constatar que en muchas ocasiones las personas con opiniones formadas sobre todo no hacen más que repetir argumentaciones y discursos ajenos que ni siquiera son capaces de explicar cuando se les pregunta. Lo sé porque seguramente leo las mismas páginas y los mismos textos que ellos.
Es justo en ese momento cuando todo suele terminar, porque es entonces cuando los expertos suelen acudir a los grandes tótems del asunto en cuestión que se esté tratando o, directamente, a las sacrosantas palabras de los grandes gurús de la ideología política que predomine en ese ambiente. Y claro, llegado a este punto también admito que no me he empapado las obras completas de ningún ser humano al que se le otorgue la autoridad máxima en cualquier –ismo. Así que una vez este dato salta a la palestra de una u otra forma, parece ser que automáticamente me invalida para cuestionar esos argumentos de dicho experto. En ocasiones, incluso, me convierte en sospechoso de colaboracionismo con el enemigo, reaccionario o pequeño burgués según de dónde venga la acusación.

En fin, hay tantos frentes abiertos, tantas cuestiones que nos afectan de una forma brutal y directa que resulta dificilísimo estar bien informado/formado sobre todo. Personalmente, no lo estoy pero me niego en redondo a que eso sea un motivo para tener que aceptar imposiciones argumentales o ideológicas.
Si no somos capaces de apoyarnos y fomentar la coeducación entre nosotros, si no es posible el debate sin miedo a ser excluido, si la capacidad de transmitir conocimiento y experiencia sólo se utiliza para colgarse medallitas absurdas en lugar de utilizarla para ampliar las posibilidades de revuelta, entonces todo queda reducido a la mínima expresión y nada puede suceder más allá del pequeño grupo de autoproclamados expertos.
Más o menos lo que sucede ahora.
 

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