martes, 13 de junio de 2017

ATRAPADOS


“Vivimos en el mejor de los sistemas posibles” esta sentencia o algunas parecidas son recitadas a diario de manera directa o indirecta desde cualquier altavoz de los utilizados para recordarnos lo afortunados que somos. Sin embargo, yo no veo esa “fortuna” por ningún lado. En mi entorno inmediato no consigo dar con personas satisfechas y contentas con sus vidas tal y como debiera ser según el libro de instrucciones de las democracias avanzadas de occidente que nos inculcan desde pequeños.
Obviamente, la culpa es nuestra. Esa es la única explicación razonable. No sabemos adaptarnos, no somos resilientes o no seguimos al pie de la letra las indicaciones que tan amablemente se nos brindan desde ese engendro llamado psicología positiva que tan en boga anda en estos tiempos o, simplemente no nos hemos topado con el coach adecuado. Cualquier explicación de esta índole o similar es suficiente porque, de lo contrario, nos veríamos obligados a cuestionarnos demasiadas cosas. Y, sinceramente, cada vez veo esto más difícil porque si algo caracteriza a la ciudadanía de esta sociedad tan perfecta es la progresiva precarización de la mente.

Ahora que está tan de moda etiquetar la pobreza, asignándole diversos adjetivos para rehuir hablar de la pobreza como tal, reivindico una nueva adjetivación: la pobreza mental. Por supuesto, al igual que cualquier otra forma que le queramos dar a la pobreza es fruto de un modo de vida y un sistema de explotación diseñado para la acumulación de riqueza en unas pocas manos cueste lo que cueste. Como cualquier sistema que se precie todo está enfocado y reorientado hacia su propio beneficio que no es otro que su conservación y perpetuación. Para ello, no duda en deformar todos los aspectos de la vida hasta hacernos partícipes de nuestra propia decadencia y destrucción.
Y así andamos, incapaces de darnos cuenta de que no tenemos ningún control sobre nuestras vidas a pesar de creer que elegimos, sin comprender que andamos atrapados en una corriente que no nos lleva a ninguna parte, que no somos más que hojas secas arrastradas por la corriente. Una corriente cada vez más intensa porque nosotros mismos la alimentamos con nuestro quehacer diario. Cada acción que realizamos lleva consigo de manera inexorable una huella ecológica, social, política… que va allanando más y más el camino para que esa corriente pase con más fuerza y, al mismo tiempo, sea más fácil para los que vienen detrás transitar por ese camino tantas veces pisado. Igual de fácil que nos resulta a nosotros gracias a los que nos precedieron. En otras palabras, cada vez necesitamos menos esfuerzo para vivir conforme a la norma imperante y al modelo actual. No necesitamos apenas movilizar recursos cognitivos, basta con dejar hacer y, sobre todo, dejarnos hacer. En realidad estos recursos los utilizamos en su inmensa mayoría para producir y consumir mercancías superfluas en trabajos inútiles, cuya única finalidad es mantener la corriente en marcha mientras seguimos atrapados en ella; completando un círculo vicioso que jamás permitirá satisfacer las necesidades reales de los seres humanos puesto que la insatisfacción permanente es imprescindible en esta cadena de despropósitos en que hemos convertido nuestras vidas.
Esto es lo que veo cada día a mi alrededor: gente resignada con una vida que al parecer le ha tocado como si fuera el resultado de un sorteo. Sin cuestionar nada más allá de lo que por momentos le aleja de mantener el ritmo de la corriente y que una vez reestablecido ese ritmo (una vez solucionados los problemas que pudiera tener para conseguir ingresos o techo o tratamientos médicos o lo que fuera) se sumerge plácidamente en la corriente hasta el próximo resbalón. Si, por el contrario, estos problemas no se solucionan siempre queda el derecho al pataleo; pero siempre en voz baja y entre conocidos mientras crece el desprecio hacia los que se mantienen dentro de la corriente. Y aunque cada vez este grupo va siendo mayor, seguimos sin desviar ni un ápice de nuestra energía a tratar de revertir ese círculo vicioso del que hablaba. En realidad tratamos con todas nuestras fuerzas de volver a él.
Imprimir