miércoles, 19 de julio de 2017

EL FACTOR ESTADÍSTICO



Hace unos días, en una de esas conversaciones con amigos típicas del verano, que se sabe cuándo empiezan pero no cuándo terminan; un buen amigo recordaba una sentencia de su profesor de estadística el primer día de clase: “La estadística es el arte de engañar con números”.

Y los números están por todas partes. Vivimos en un mundo donde todo se reduce a cifras, incluso las personas. Desde que el dinero y la propiedad privada son los pilares fundamentales del orden social, las personas nos hemos convertido en números, en meros apuntes contables. Lo hemos aceptado e interiorizado y dejamos que nos traten y nos usen de esta forma.

Así, la estadística se ha convertido en la forma habitual de referenciar cualquier situación social y, por tanto, la mejor forma de mantener el espejismo de este mundo insostenible.

Día tras día, se esgrimen estadísticas para demostrar las bondades del modelo socioeconómico y político del que formamos parte. Vemos cómo el factor estadístico nos dice que estamos en un momento de euforia colectiva a nivel económico y, sin embargo, cada día están más llenos los comedores sociales, los desahucios se multiplican, las puertas traseras de los supermercados en las que muchos esperan el sustento que no pueden conseguir por otros medios, se convierten en escenarios improvisados de la tragedia cotidiana de miles de personas.

La estadística nos dice que el salario medio en España ronda los 22.000 euros anuales pero apenas conocemos a personas con esos ingresos y, sin embargo, conocemos a muchísimos con trabajos precarios por debajo del salario mínimo.

También nos cuentan las estadísticas las bondades del capitalismo. Una de ellas es el aumento de la esperanza de vida a nivel global situándola por encima de los 70 años. Sin embargo, se olvida de mencionar los 3 millones de niños menores de 5 años que mueren de hambre cada año, es decir, seis niños por minuto. Al parecer no todos los números valen lo mismo ni necesitan ser conocidos ni difundidos.

Así, también en la política, vemos cómo el factor estadístico se impone al comprobar la manera en que los partidos políticos se apropian de la representación del pueblo por amplias mayorías al recibir vía votación el respaldo de, en el mejor de los casos, el 15% o el 20% de la población total.

Todo son estadísticas, números que justifican acciones causantes de muertes que, sin embargo, reflejan un supuesto bienestar social. Pero no sólo sirven para estas justificaciones sino que la estadística tiene un uso todavía más perverso.

El factor estadístico determina lo normal y, por tanto, establece las bases para la norma. Esto significa que se utiliza para determinar qué principios se imponen o se adoptan para dirigir la conducta o la correcta realización de una acción. Así, la estadística, justifica nuevamente la imposición de criterios de control y selección social. Esto se puede ver en cualquier ámbito de la vida.

En el ámbito de la educación, el criterio estadístico sirve para etiquetar (con su consecuente estigmatización) a cualquier joven en función de unos criterios establecidos única y exclusivamente para hacer prevalecer una estratificación social y un sistema de organización social firmemente asentado sobre la base de cada cual ocupe el lugar que tiene asignado. De esta forma, la estadística predice, señala y confirma el destino de cada uno a través de la constante reducción a factores numéricos de la compleja vida de cualquier joven.

En el ámbito de la salud, el factor estadístico decide quién tiene derecho a recibir un tratamiento y quién queda desahuciado. Determina quién debe ser considerado como sujeto de riesgo en función de si cumple con los criterios establecidos para actuar en consecuencia. Especialmente, en lo tocante a la salud mental (extendido a todo ese universo de las llamadas ciencias psi) es donde se manifiesta en toda su plenitud el factor estadístico. Permite clasificar a todos los sujetos en categorías, muchas veces totalmente inventadas con el único propósito de patologizarnos; la desfachatez llega al punto en que para decidir si uno sufre alguna enfermedad de este tipo se basan en una simple cuestión de número: si se cumplen un porcentaje aleatorio de criterios estás o no enfermo.

También en lo social muchas veces se impone el criterio estadístico. De esta forma se decide quién puede recibir la limosna del Estado o quién debe acudir directamente a la caridad religiosa. Se decide quién está en riesgo o no, o quién es apto para la vida en sociedad y quién no.

Todo se reduce a una cuestión numérica porque en eso nos hemos convertido. Esos números nos definen, nos catalogan y nos ubican en el lugar que nos corresponde. A través de este tratamiento estadístico se obtiene la uniformidad social y la estratificación bien definida que todo Estado necesita para su buen funcionamiento democrático. Es decir, que las ovejas sigan obedeciendo al pastor y que las que no lo hagan sean tratadas como lo que son: descarriadas y, por tanto, abocadas al ostracismo y finalmente, al matadero.
 

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