viernes, 28 de diciembre de 2018

FMI: 73 AÑOS AL SERVICIO DEL CAPITAL

Se acaban de cumplir 73 años de la creación del Fondo Monetario Internacional, creado el 27 de diciembre de 1945, un año después de la creación de otro de los grandes monstruos del capitalismo económico, el Banco Mundial. Estas dos instituciones junto a la Organización Mundial del Comercio forman la santísima trinidad de la dominación capitalista en el plano económico.

El Fondo Monetario Internacional nació de los acuerdos de Breton Woods tras la II Guerra Mundial con el objetivo de crear un fondo de ayuda a los países participantes. Para ello propusieron facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio internacional, impulsando la cooperación entre países y fomentando la estabilidad cambiaria. Qué bonito sonaba entonces cuando todos se las prometían muy felices. Sin embargo, el resultado hasta la fecha ha sido absolutamente devastador. Sólo con mirar el resultado de las actuaciones del FMI en países africanos (millones de personas muriendo literalmente de hambre), latinoamericanos (que se lo pregunten a Argentina o Bolivia por ejemplo) y asiáticos, sin olvidarnos de algunas naciones de Europa oriental (Lituania aún no ha levantado cabeza) y no tan oriental como Grecia, para darse cuenta de que esto no es lo que prometieron. En España no necesitan intervenir directamente, somos tan dóciles que acatamos sus recomendaciones a las primeras de cambio, sin más. Como todo órgano de dominación económica que se precie, la corrupción forma parte de su ADN y sólo hay que ver la retahíla de escándalos que se suceden entre sus directivos (los que se conocen claro) como nuestro insigne Rodrigo Rato a la cabeza. Además de los negocios entre dictaduras y directivos del FMI como los trapicheos que tenía montados Youssef Butros-Ghali, cuya vida laboral ha ido oscilando entre el FMI y el gobierno de Mubarak. Fruto de este sacrificado trabajo fue condenado por corrupción a treinta años de cárcel. Por supuesto, tras la caída de Mubarak, nada ha cambiado en Egipto y continúan bajo el yugo, renovado año tras año, del FMI.

Pero volvamos a nuestra historia. Rápidamente el FMI se convirtió en lo que es hoy en día: un potente instrumento de la dominación mundial de los Estados Unidos y, en consecuencia, de sus multinacionales y entidades financieras. La razón es muy sencilla, las decisiones en este organismo se realizan a través de votaciones de sus estados miembros (182 en total) y la cantidad de votos que cada país tiene va en función de su capacidad económica y sus aportaciones al fondo. ¿Parece lógico verdad? Siguiendo estos criterios EEUU tiene el 16.4% de los votos, países como Francia e Inglaterra poseen el 4.85% y España el 1.38% (esto representa nuestro poder real en la toma de decisiones en el organismo que regula el mundo económicamente hablando). Pero, ¿dónde está la trampa? Bien, cualquier decisión necesita un mínimo del 85% de los votos para ser aceptada esto implica que es imposible tomar una decisión sin los Estados Unidos. De ahí que lo que ellos dicen es lo que se hace.

La manera de actuar del FMI es a través de sus programas de ajuste, diseñados para lograr los objetivos arriba mencionados, no obstante, en los últimos cuarenta años la única cosa que han logrado (realmente es la única que querían lograr) es que los países del Sur sean solventes para seguir pagando su deuda externa y se vayan creando las condiciones adecuadas para que las grandes corporaciones los colonicen y expriman a sus anchas.

¿Cómo lo hacen?
Acuden al rescate de los países pobres con grandes sumas de dinero que ponen a su disposición a cambio de seguir unas normas que ellos estiman adecuadas para convertirlos en países prósperos. Podemos resumir esas normas de la siguiente manera:

- Saneamiento del gasto público. Esto es muy fácil de conseguir, basta con reducir a la mínima expresión el gasto social total gracias al FMI no lo van a necesitar porque les va a hacer ricos.
- Eliminación de subsidios productivos y reducción de aranceles. Esto es: no se puede subvencionar la producción autóctona (igualito que los EEUU o la UE) y no se debe gravar la importación. La consecuencia directa es la eliminación total de la economía local porque no puede competir con la extranjera.
- Aumentar la presión fiscal. Tan sencillo como crear nuevos impuestos. La lógica es simple: como van a ser ricos tendrán que contribuir más.
- Eliminación de barreras cambiarias. Así podemos sacar todas las divisas del país sin mayores problemas.
- Estructura de libre mercado. Del libre mercado mejor ni hablamos, ya sabemos como acaba: monopolio total por parte de las multinacionales.
- Desregulación del mercado de trabajo. Adiós a los derechos laborales, adiós al sindicalismo, adiós al empleo estable y de calidad.

Con todo esto se consigue que los países intervenidos por el Fondo Monetario Internacional se conviertan proveedores de mano de obra y materias primas a precio de ganga. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata. De dominar. Las fachadas de principios que este tipo de instituciones se construyen de cara a la galería, caen por si solas casi tan rápido como se crean. A día de hoy, nadie cabal puede dudar del daño hecho por el FMI. Sin duda, culpable directo de la muerte de millones de personas y de la pobreza de muchísimos millones más.


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miércoles, 14 de noviembre de 2018

EN LA DERROTA...

Ese parece ser el hábitat natural de todas aquellas personas con un mínimo de conciencia social.

A poco que uno quiera darse por enterado del mundo en el que vive, sabe que está involucrado en una batalla y que va perdiendo (a no ser que pertenezca a esa minoría que se lucra con el dolor ajeno y no le importa nada más que su situación actual). Al menos, esta es la sensación que tengo y creo percibir en muchas ocasiones a mi alrededor. No parecen buenos tiempos, de verdad que no.

Sin embargo, es en la derrota donde uno empieza a vislumbrar la esperanza. Sentirse derrotado sólo es posible cuando se ha emprendido la batalla, cuando se ha entendido que la lucha es un camino necesario, se desarrolle ésta en el lugar y las condiciones que sean. Por ahí es por donde se deja entrever una esperanza. Muchos son los que se sienten derrotados sin haber dado un paso, sin haber recibido un golpe, sea físico o moral, sin haberse atrevido a traspasar el umbral de la seguridad de su casa, de sus dominios al fin y al cabo por ínfimos que éstos sean. Eso no es derrota, eso es aceptación, acatamiento, resignación, humillación en cualquier caso. Todo, mucho peor que la derrota, porque ahí no hay esperanza, ahí sólo hay servidumbre, negación de uno mismo.

Es cuando entramos en conflicto con el mundo hostil del que formamos parte cuando florece la posibilidad. En la derrota se intuye la posibilidad de la futura victoria y eso, en no pocas ocasiones, es más importante, más exitoso incluso que lograr superar el propio conflicto. No nos engañemos, en casi cualquier lucha social siempre salimos perdiendo. Hasta cuando creemos haber ganado y logrado un objetivo marcado no podemos obviar que siempre es el poder el que nos lo concede y a la larga (o a la corta en muchos casos porque de las palabras a los hechos hay un mundo) lo único conseguido es reforzar un sistema del que presuntamente renegamos.

Pero, independientemente del resultado inmediato de la lucha, de la supuesta derrota o victoria, lo que subyace en todo ello es la experiencia vivida e interiorizada de cada uno, la red de vínculos tejida en el día a día de la lucha con personas afines que han estado codo con codo al pie del cañón, la constatación de haber encontrado sensibilidades capaces de funcionar de forma autónoma dentro del engranaje social… Y eso sí que es atisbar la esperanza, vislumbrar la posibilidad de construcción de otro mundo. Esa sí es una victoria.
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viernes, 19 de octubre de 2018

SU MIEDO, NUESTRO MIEDO

El miedo siempre está presente. Es una emoción básica y uno de los motores para bien o para mal, de las sociedades humanas.
Siempre he oído que hay que hacerlo cambiar de bando; pero el miedo está en ambos lados. Simplemente, unos tienen las armas y las herramientas para protegerse de sus miedos. Otros, nos las negamos.


El sistema basado en la acumulación de capital se tambalea, se dirige a su fin tal y como lo hemos conocido hasta ahora. No parece que nada mejor vaya a surgir de sus cenizas (al menos para nosotros). Sus dos principales fuerzas motrices se agotan y se están volviendo insuficientes para mantener la dominación capitalista.
La explotación a través del trabajo asalariado ya no sirve para mantener su tan necesaria paz social. Por muchos trabajos inútiles que inventen ya no son suficientes para emplear a toda la masa obrera existente. Además los salarios de miseria hacen inviable el mantenimiento del nivel de consumo que necesita la maquinaria capitalista para mantener su función. Esto no tiene vuelta atrás por muchas motos que pretendan venderse desde el progresismo tecno-optimista oficial.
La depredación de recursos naturales y bienes comunes en todo el planeta ha llegado a límites insostenibles literalmente y las catástrofes se suceden y seguirán haciéndolo. Nada importa si reporta beneficios.

Esto es una bomba de relojería y lo saben, lo saben desde hace mucho tiempo, tal vez desde siempre. Nosotros, apenas empezamos a intuirlo. Ambos tememos la explosión de la bomba. Pero ellos siempre han tratado de controlarla y lo consiguen una y otra vez.

A golpe de leyes, de educación, de comunicación de masas, de sistemas de representación vacíos e inocuos… Siempre consiguen retornar las aguas a su cauce consiguiendo mantener esa paz social tan importante para poder seguir impunemente acaparando toda la riqueza. Al fin y al cabo se trata de eso. Cuando todo falla, siempre quedan los golpes. Es la única manera con la que logran dominar por completo su mayor miedo: el estallido de esa falsa burbuja en la que vivimos. La violencia es su bálsamo, su derecho, así lo dictaminan sus leyes.
Saben que la quiebra de esa burbuja sólo es posible si logramos desembarazarnos de esa falta de responsabilidad que nos han inoculado a través de todo ese entramado de representantes y gestores (partidos, sindicatos, iglesia, ongs…) que se encargan de nuestras vidas con nuestra complicidad. Hemos crecido bajo la premisa de acatar las acciones que hacen en nuestro nombre y aceptarlas como nuestras. Hemos aprendido a ser espectadores de nuestras propias vidas dejando que la voz cantante la lleven ellos. Superar el actual mundo depredador y formar parte de la construcción de un mundo mejor sólo es posible si lo hacemos en primera persona, sin intermediarios que nos digan lo que hay que hacer y cuándo hay que hacerlo, dando la cara a sabiendas de que eso implica dolor y represión. Y eso, sin duda, nos da mucho miedo. Un miedo que nos atenaza y nos hace creer que vivimos mucho mejor acatando y desahogándonos en el anonimato. Deseando, en la intimidad, que la eterna promesa de un mañana mejor sea renovada una vez más y nos permita seguir sin tener que arriesgar en demasía.


Lo siento, eso ya no es posible.

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martes, 18 de septiembre de 2018

DIPLOMACIA ECONÓMICA



En los últimos tiempos se ha encumbrado una nueva obsesión en el panorama político del país, la veracidad o no de los méritos académicos de los políticos. Al parecer no hay temas más importantes de los que preocuparse y, por supuesto, le ha faltado tiempo a todo el entramado mediático de masas para taladrar a la gente con esta cuestión.
La verdad es que me importa poco el asunto. Aunque no me extraña el revuelo montado porque la meritocracia hace mucho tiempo que se ha instalado en nuestra forma de pensar y, por tanto, parece de suma importancia que falseen estos méritos para mantener la ilusión ante su público. Tampoco debería sorprender demasiado que parte del sistema educativo se preste al juego. Esto ha sido, es y seguirá siendo así. Todo el mundo sabe que el que tiene pasta, tiene todas las facilidades del mundo para conseguir lo que se le antoje. Los que no tienen, a sudar y a esperar que se haga “justicia” con su derroche de esfuerzo y talento. Así es como funciona.

Sin embargo, en todo este asunto sí hay algo que me ha llamado la atención, por desconocimiento del asunto, y es el tema de la tesis del presidente del gobierno: La diplomacia económica española.
El Observatorio de Multinacionales en América Latina define el tema de la siguiente manera:
 Se conoce como diplomacia económica al conjunto de acciones de presión e intermediación que las instituciones públicas de un Estado realizan al servicio de los intereses en el exterior de las empresas multinacionales con sede en dicho Estado. Supone el despliegue del aparato diplomático y de la intervención de las más altas autoridades y representaciones del poder público con el objetivo de facilitar la internacionalización de esas empresas. Y es un ejemplo más del papel fundamental que el Estado juega en la expansión del capital transnacional y en la salvaguarda de los intereses de las compañías multinacionales, que priman sobre el Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

Después de leer esto empiezo a comprender. Básicamente, es lo que hace cualquier Estado para garantizar que el capital siga obteniendo beneficios sin importar nada más.
Así, proteger y amparar a los Florentino o Villar Mir de turno o a las petroleras para que sigan expoliando América Latina por encima de todo y de todos, forma parte de la diplomacia económica.
Mandar a la armada al cuerno de África para que la flota pesquera patria pueda seguir esquilmando aquellos mares forma parte de la diplomacia económica.
Afirmar que las bombas son inteligentes y no matan, forma parte de esa diplomacia para que puedan seguir lucrándose los fabricantes y los vendedores de muerte. Realizar continuos actos de vasallaje ante dictaduras como la Saudí forman parte de esa diplomacia.
Dar cobertura legal al fraude fiscal de las grandes fortunas patrias también es diplomacia económica.
Apuntalar la ocupación marroquí del Sahara mientras empresas españolas siguen sangrando sus recursos naturales, es diplomacia.
Auspiciar que la realeza y sus amantes ejerzan de agentes comerciales por el mundo (con sus consabidas comisiones por supuesto) también entra dentro de la diplomacia económica.

La lista es inacabable y en mi opinión, esto es lo que nos debería preocupar de este asunto de la tesis. El resto es puro espectáculo, entretenimiento para mantenernos ocupados y dividos.
 

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lunes, 27 de agosto de 2018

SÓLO CUANDO TE DETIENES…

Sólo cuando te detienes, ni que sea por un breve periodo de tiempo, y consigues apearte del ritmo habitual de una vida que se empeña en ir a toda velocidad, tienes la oportunidad de saborear y hasta casi entender muchas de las sensaciones que experimentas a diario y van conformando tu experiencia vital.


Me puedo detener porque no trabajo durante unos días, vacaciones. Me puedo detener porque por fin todos estamos en casa sin atender a más cuestiones que a las que nosotros queramos; moviéndonos, viviendo al ritmo que nos marcamos, desacompasados de la métrica habitual que nos acelera hasta hacernos perder el sentido de la realidad.

Estos pequeños oasis en el tiempo vienen a corroborar algo en lo que siempre he creído. El trabajo, la ocupación, esa ansia por mantenernos activos (más allá de satisfacer las necesidades que lamentablemente sólo podemos realizar a través del salario o su equivalente), es el verdadero enemigo de cada uno de nosotros. Esa centralidad del trabajo que se ha impuesto y que hemos aceptado en nuestras vidas. Ese seguimiento ciego del precepto religioso del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”… Como si la vida hubiera que ganársela, como si no fuera suficiente con estar aquí para vivir, ha permitido que, durante muchísimos años, cada vez un número mayor de seres humanos hayan renunciado a enfrentarse a la pesada carga del sentido y de la libertad humana.

Así es como estas cuestiones se han ido convirtiendo en abstracciones cada vez más alejadas de nuestra realidad hasta prácticamente desaparecer de nuestro horizonte intelectual y transformar sus significados en nuestro vocabulario habitual. Y como siempre sucede, lo que no se nombra, no se piensa y lo que no se piensa, no existe.

El camino ha quedado bien abonado para que crezca la semilla de una sociedad abúlica, incapaz de ejercer como tal y formada por seres con una falta absoluta de capacidad para, si quiera, imaginar una vida diferente. Y los pocos que sueñan con hacerlo (y los menos que tratan de vivir ese sueño) son considerados por sus propios congéneres como peligrosos y, por supuesto, unos completos vagos que no aportan nada al bien común. Esos mismos son los que idolatran a los héroes modernos, en su mayoría verdaderos parásitos sociales, y adoran a una clase dirigente que vive alejada del mundanal ruido defendiendo unos intereses ajenos a los de sus admiradores.

Cuando te detienes, puedes observar y reflexionar sobre ello. Sobre todo, puedes observarte y hasta tener el valor de reconocer que no te reconoces en tu forma de vivir. Puedes conversar, pensar, planear, soñar, tomar decisiones, amar… todo acciones consideradas peligrosas para el buen funcionamiento social. Por eso necesitan que no nos detengamos, que no tengamos tiempo de parar. Trabajar (sea en un empleo o en su búsqueda) es lo que debe hacerse hasta que nuestras reservas físicas y mentales queden bien diezmadas y ya no podamos ofrecer beneficios. A partir de ahí, pasar lo más desapercibidos posible y, a poder ser, no tardar mucho en morir no sea que resultemos una carga demasiado pesada para la sociedad. Esa es la vida de un buen ciudadano, un buen hombre. Ese es el sentido de nuestra existencia para el mundo en el que vivimos.


Por eso detenerse es malo, porque ofrece la oportunidad de empezar a vislumbrar otros mundos, otros sentidos de la vida.
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viernes, 8 de junio de 2018

UTOPÍA O DESASTRE






La lucha del hombre contra el poder,
es la lucha de la memoria contra el olvido.
Milan Kundera.

La mayoría de las crisis a las que nos enfrentamos son manifestaciones de un mismo mal: una lógica basada en la dominación por la que se considera que la mayoría de seres humanos somos simples cosas de las que se pueden prescindir. Esto mismo, se aplica al planeta mismo en el que habitamos.



En primer lugar, es necesario que seamos capaces de reconocer las conexiones existentes y los intereses que se esconden tras las guerras, las migraciones forzosas, el cambio climático, la absoluta dependencia de los combustibles fósiles, el racismo, la represión, la violencia contra el débil como forma de situarse en el mundo… Como decía, todo esto no son compartimentos estancos. Todo sigue una lógica y obedece a unos intereses.

Generación tras generación vamos aprendiendo a pensar en compartimentos estancos. El paradigma de la terapia rápida y centrada en la solución se impone y nos condena a prescindir del trabajo de largo alcance, de soluciones duraderas que nos parecen siempre inalcanzables.

La necesidad de recuperar el pensamiento utópico es acuciante. Cada año que pasa queda menos rastro, al menos en Occidente, de otra forma de vida que no sea la vivida bajo el capitalismo en cualquiera de sus diferentes formulaciones. Además, pronto ni siquiera quedará el recuerdo del llamado Estado del Bienestar, ya que las nuevas generaciones sólo conocen el yugo del capitalismo salvaje y competitivo que no ofrece ninguna contrapartida por mínima que sea. En estas condiciones es difícil poder llegar a soñar, ya no digamos pensar y realizar, una alternativa que evite el cataclismo hacia el que nos conducimos.

Estamos totalmente integrados en el esquema del capitalismo, somos sus hijos y sus perpetuadores. De esta forma, la capacidad de exigir nada que no sean pequeñas reformas o reajustes al marco actual se nos escapa. Mantenemos la capacidad de decir NO; pero cada vez nos queda más lejos la posibilidad de proponer. Entre otras razones, es esto lo que hace tan maleables y fáciles de aplacar los movimientos de protesta surgidos en las últimas décadas.

Hemos perdido la capacidad de imaginar, la facultad de soñar se nos ha extirpado a fuerza de ir reduciendo el marco dentro del cual somos capaces de pensar. El esquema mental del capitalismo se ha impuesto y queda lejos cualquier concepción de sociedad que no se base en la propiedad, en el salario, en la obtención de algún tipo de beneficio. Sin embargo, justo ese es el camino que nos está conduciendo al desastre a nivel planetario.

Hay que recuperar la utopía como fuerza que guía nuestro imaginario. Debemos hacer frente a esa enfermedad llamada pragmatismo que tanto daño hace a cualquier intento de transformación, que inevitablemente conduce a la filosofía del mal menor y al apuntalamiento de aquello que queremos transformar.

Es necesario leer, escribir, hablar, recuperar las palabras que representan los conceptos que nos mueven. Si no usamos las palabras, dejaremos pensarlas y si eso sucede ya no las podremos sentir. Y eso es el final, porque si algo no nos conmueve, no nos interpela; simplemente desaparece de nuestra vida.
Pero al mismo tiempo hay que construir en la vida diaria, sin descanso. Cada vez es más urgente. La emergencia aumenta por momentos, la situación requiere recuperar la utopía frente al desastre que vivimos y frente al que nos está esperando a la vuelta de la esquina. 
 

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martes, 22 de mayo de 2018

IMPUNIDAD

Definida como la excepción de castigo o escape de la sanción que implica una falta o delito, falta de sanción. Sinceramente, creo que va mucho más allá y sus implicaciones son devastadoras.
Sobre todo, la impunidad es un rasgo característico de los que se saben en el lado del poder, de aquellos que lo encarnan y de los que se encargan de defenderlo y perpetuarlo. La impunidad es una prerrogativa de los vencedores, siempre lo ha sido.
En el lado de los vencidos, de los perdedores, que es el mayoritario, se sufren las consecuencias de esa impunidad. Dolor, humillación, enfermedad, esclavitud, muerte… y todo aquello que el ser humano es capaz de padecer. Porque la impunidad permite al poderoso hacer lo que le venga en gana, cuando quiera y, por encima de todo, a quien quiera. No hay contrapartida, si es bueno para sus intereses (sean de la índole que sean) se hace y punto. Así funciona el mundo. Como prácticamente todo en este sistema criminal en el que vivimos, la impunidad es jerárquica. Cuanto más alto sea el lugar ocupado en ese orden jerárquico mayor es el grado de impunidad del que se goza y menor la posibilidad de caer.

Los Estados como superestructuras carentes de rostro y alma son los encargados de mantener ese privilegio que supone la impunidad. Con su inmensa maquinaria bélica, judicial y burocrática. Al tiempo que Los grandes capitalistas parapetados tras sus enormes fortunas son los receptores del beneficio último que otorga el uso y disfrute de este privilegio. Ambos controlan, crean y ejecutan el sistema judicial que debe impedir esa impunidad y que, de hecho, se la impide a la mayoría de la población que no forma parte de su bando. Pero, a consecuencia de esto, ellos tienen las manos libres para ejecutar sus planes sin ningún contratiempo.
Además controlan a millones de mercenarios en todo el mundo (sean funcionarios públicos o no) que se encargan de ejecutar sus designios haciendo uso de la impunidad que se les concede por trabajar para el bando ganador.

A lo largo del tiempo, podemos encontrar miles de ejemplos. En la actualidad, por citar alguno, vemos cómo el Estado de Israel lleva masacrando palestinos desde hace décadas sin que nada pase. Estados Unidos monta y desmonta guerras y gobiernos allá donde le place sin que nadie diga nada. Pero no sólo ellos, cualquier Estado goza de la capacidad de arruinar las vidas de la gente si con ello obtiene algún beneficio.

Qué decir de las grandes empresas. Sólo hay que ver el desprecio con el que las multinacionales del petróleo, la energía o la minería tratan a la naturaleza y a las personas que forman parte de ella alrededor del mundo. Su sistema les protege.


La impunidad, al igual que muchos otros rasgos distintivos de este sistema, ha sido totalmente integrada y asimilada por la mayoría de la población. No se concibe como privilegio sino como consecuencia natural del devenir de la sociedad. Incluso se envidia y se desea. Porque en este mundo donde se premia el individualismo egocéntrico y descerebrado, la capacidad de poder actuar sin tener que asumir las posibles consecuencias, es un valor en alza, deseado por muchos.

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viernes, 20 de abril de 2018

ES CUESTIÓN DE TIEMPO QUE TODOS SEAMOS TERRORISTAS

Esta semana se ha iniciado el juicio por una de las mayores y más graves farsas orquestadas por el Estado en los últimos tiempos. Ocho chavales están siendo juzgados, acusados entre otras cosas de terrorismo, por una pelea en un bar a las cinco de la mañana en Altsasu (Navarra). Les piden hasta 60 años de cárcel, tres de ellos llevan ya más de 500 días en prisión preventiva.

Hay numerosa información y muchísima más desinformación sobre el tema, el que quiera averiguar que averigüe. No pretendo hacer una crónica de nada, sólo quiero tratar de aclarar algunas ideas y ordenar pensamientos que surgen ante este hecho que, desgraciadamente no es aislado ni mucho menos. Los montajes, la represión, la incesante necesidad de crear enemigos públicos… en definitiva, alimentar el miedo de la gente para justificar un constante fortalecimiento de las estructuras policiales y judiciales. Pilares básicos del Estado y garantes de su control sobre la población.

¿Cómo es posible que una pelea con resultado de fractura de tobillo y contusiones varias sea calificada como acto terrorista? Sencillo, en las últimas dos décadas se han creado las condiciones necesarias para ello.

En 1998, el héroe por antonomasia del progresismo nacional y eterno refundador de la izquierda, Baltasar Garzón introduce y asienta las bases, a través del conocido como sumario 18/98, de lo que a partir de entonces se conoce como la teoría del entorno o el manido “todo es ETA”. Bajo este paraguas, todo el mundo se convirtió en susceptible de ser juzgado bajo el paraguas de la lucha contra el terrorismo. Esto se vería refrendado en el año 2000 con la firma del pacto antiterrorista por parte de PSOE y PP.
Dando un salto en el tiempo nos encontramos en 2015, donde al calor de los atentados yihadistas se firma un nuevo pacto. Aquí se da una vuelta de tuerca a la definición de terrorismo, ampliando el rango a todo aquello que el Estado considere contrario a sus intereses y dejando la puerta abierta a lo que está sucediendo en la actualidad. No sólo en este caso sino en tantos otros donde cualquiera es susceptible de ser acusado de terrorismo. Anarquistas, comunistas, artistas varios, periodistas, miembros de movimientos sociales, activistas vecinales, tuiteros y un largo etcétera están envueltos en causas judiciales de este tipo.

Pero todo este proceso sólo ha sido posible por la permisividad de una sociedad constantemente bombardeada con terribles noticias y ensimismada en su felicidad consumista que ha recibido con los brazos abiertos cualquier medida en beneficio de su supuesta seguridad. Sin sospechar siquiera que cualquiera, por buen ciudadano que crea ser, es susceptible de convertirse en el enemigo si el Estado lo necesita para fortalecerse.
La imposibilidad de articular respuestas políticas potentes al margen de las estructuras de los partidos que siempre acaban por fagocitar todo movimiento social, ha hecho triunfar la lógica de la exigencia de más y más legislación para resolver cualquier cuestión que nos afecte. Esto facilita mucho el trabajo de cualquier Estado a la hora de promulgar leyes en defensa propia que, por supuesto, siempre son vendidas como beneficiosas para la sociedad.


Volviendo al caso de Altsasu, no dudo que esos chavales van a comer mucha más cárcel y que sus vidas y las de sus familias están jodidas para siempre. Ojala me equivoque, pero el juicio será una farsa absoluta sin posibilidad real de defenderse. Lo peor es que existe un amplio sector de la población que se alegrará de que esto sea así, sin ser capaces de entender la magnitud de las consecuencias que tienen para todos. Básicamente, si no estás con el poder puedes ser considerado un terrorista y, si es así, no sólo tú, sino todo tu entorno, sufrirá las consecuencias.

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martes, 13 de febrero de 2018

EL TRABAJO NOS DOMINA (y nos dejamos)


A colación de la última entrada publicada en el blog, hace unos días conocía un par de noticias que reforzaban mi sensación de sentirme totalmente fuera de juego con la sociedad a la que pertenezco.

Por un lado, me enteraba de una noticia que hacía referencia al aumento imparable de mujeres que en los últimos tiempos deciden congelar óvulos a la espera de encontrar un buen momento para ser madres. Esta situación se daba mayoritariamente en mujeres que se situaban alrededor de los 35 años y se calculaba que la intención era ser madre sobrepasados ampliamente los cuarenta. El motivo fundamental de la decisión era por cuestiones laborales. Incluso se mencionaba que grandes multinacionales habían empezado a financiar este “tratamiento” para sus empleadas. Las mujeres que aportaban sus testimonios para complementar la noticia decían que no podían permitirse el lujo de ser madres cuando sus carreras profesionales estaban despegando porque corrían el riesgo de perder todo lo conseguido tras años de estudios y esfuerzos.
 
La otra noticia correspondía a un estudio realizado en el que la principal conclusión que se establecía era que las personas con trabajos precarios e inestables, sufrían más situaciones de inestabilidad emocional y problemas de salud mental incluso que las personas sin empleo (incluidos parados de larga duración) Se destacaba el hecho de que esta era una tendencia que había surgido en los últimos años y que se mostraba en alza. Se concluía que la incertidumbre vital que provocaba la situación de precariedad era mucho mayor que la de aquellos que tienen la certeza de que su situación no va a cambiar y ya se saben en el fondo del pozo social.
 
Estas dos noticias y tantas otras relacionadas, orbitan alrededor de una cuestión que se ha convertido en vital en la historia de las sociedades contemporáneas: el trabajo asalariado. El paso por el mercado de trabajo es prácticamente la única formula legal que el sistema actual ofrece a la mayoría de la población para acceder a un mínimo pedacito de riqueza. Y necesitamos tanto ese pedacito para poder consumir y cubrir nuestras necesidades (que por supuesto están todas monetarizadas) y somos tan asquerosamente devotos de la legalidad, que aceptamos esta lógica sin rechistar.
Liberarnos del peso que significa tener que ocupar nuestra energía y nuestro tiempo en conseguir y mantener, cueste lo que cueste, un trabajo nos impide ver e ir más allá. El trabajo domina de tal manera nuestras vidas que acaba por absorber nuestra esencia misma y acabamos definiéndonos como personas en función del trabajo que desempeñamos (basta hacer un pequeño experimento, preguntad a varias personas cómo se definen, qué son y te contestarán diciéndote de qué trabajan). Ésta es una de las mayores locuras colectivas de las que participamos, vivimos nuestra vida en función del trabajo. Tomamos nuestras decisiones basándonos en lo mejor para nuestra vida laboral. Nuestra vida emocional se ve influida de forma apabullante por la cuestión del salario y todo lo que conlleva.
Iniciar la vía para romper el mito que une trabajo asalariado y acceso a la riqueza (es más, romper la sinonimia entre riqueza y dinero) es fundamental para poder liberar gran parte de ese potencial mal utilizado y que podríamos usar para tratar de acercarnos más a lo que deseamos que sea la vida y nuestra forma de pasar por ella.

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sábado, 3 de febrero de 2018

¿DESUBICADOS? YO, AL MENOS, SÍ


Así me siento. También perplejo ante mi incapacidad de entender lo que me rodea. La propia marcha de lo cotidiano se me escapa. No comprendo nada y, cada vez menos, a nadie.

Habitamos varios mundos en paralelo. Cada día vivimos varias vidas que las consideramos como nuestras y ya no estoy seguro siquiera de que alguna de todas sea verdadera.

Compartimentos estancos. El trabajo, la familia, las amistades, militancias varias… Somos personas diferentes en cada situación. Parece como si existiera una desconexión dentro de nosotros en cada ámbito. Lo que sucede en cada compartimento se queda ahí. No parece tener relación alguna con el resto. Nos engañamos pensando que es una buena estrategia, adaptativa. Buscamos entre las teorías de última hora algún término que nos convenza y lo conseguimos. Nos creemos inteligentes emocionalmente, socialmente adaptados, resilientes, empoderados o cualquier otra etiqueta que nos convenga. Lo que sea con tal de no ver la etiqueta que realmente arrastramos con nosotros, somos carne de cañón.

Tal y como vivimos, desconectados unos de otros sin ser capaces de ver las relaciones entre lo que nos sucede y lo que les sucede al resto, estamos destinados a ser como hojas secas. Caídas en el suelo y a merced del viento, moviéndonos al son que nos mandan y en la dirección a la que somos empujados.

Todos los campos de nuestra vida están interconectados. Las vidas de la mayoría están conectadas entre sí. Y no sólo eso, sino que además están atravesadas por decisiones tomadas por gente que nada tiene que ver con nosotros. Y lo peor es que les dejamos hacer y les damos la razón a pesar de que la mayoría de las veces, estas decisiones vayan en contra de nuestros deseos, nuestras aspiraciones e intereses.

Somos como camaleones que tratamos de adaptar el color que más nos conviene para pasar inadvertidos en cada situación, para no diferenciarnos, que no se fijen en nosotros por si acaso. La diferencia puede comportar el estigma y eso nos puede conducir a una vida vivida en los márgenes, haciendo inalcanzable los sabrosos frutos de una existencia consumista. Y al parecer, nadie quiere eso. Todos queremos disfrutar de ese modelo. Queremos experimentar la posesión de los objetos, hasta de las personas como fuente de felicidad.

Me siento desubicado en una sociedad como esta, no la comprendo. Sé que somos muchos así, algunos conscientes de su manera de sentir. Otros, la mayoría, todavía no. Saben que las cosas no son como les gustaría, que su vida no es la que habían soñado tantas veces de pequeños pero no logran identificar la causa de esa desazón, el porqué de esa sensación de vivir permanentemente desubicados, fuera de lugar.



Lo saben y nos ofrecen vías para canalizar esa inquietud, para mostrarnos que estamos equivocados y que no hay de qué preocuparse. Ocio controlado y diseñado para no sentirte fuera, para tener la sensación de pertenencia y de que valen la pena los sinsabores diarios, las penurias cotidianas. Ocio narcotizante que nos mantiene aferrados a una existencia irreal, una existencia que transitamos pero que no vivimos, virtual. Nos deslumbran, nos engatusan y nos hacen creer que eso es lo que debemos hacer. Ahí reside su concepto de felicidad, el que nos tienen reservado. Nos lo creemos y nos entregamos gustosos como autómatas programados para no pensar y no sentir nada fuera de lo predeterminado. Pero no es suficiente, nunca lo es. Puede enmascarar la realidad durante un tiempo pero a la larga sólo hace que aumentar la insatisfacción. Lo cierto es que de esa insatisfacción se nutren para mantener constante el flujo de personas aferradas a esa ilusión de felicidad.



Somos nuestras propias víctimas al aceptar esas vías. Hemos desplazado los puntos de referencia que nos permitían ubicarnos en el mundo de forma natural y los hemos sustituido por otros a los que hemos dado categoría de guías absolutos. El dinero, la acumulación, el consumo, el trabajo asalariado, la apariencia… Todos factores ajenos a nuestra propia naturaleza que han usurpado un lugar que no les corresponde y han engendrado seres desubicados, antinaturales. Con vidas donde prevalecen el egoísmo, el odio al otro, la competitividad, la falsedad…



La necesidad de reencontrar un eje de coordenadas que nos permita ubicarnos de nuevo como lo que realmente somos es acuciante. Seres que nos apoyamos los unos a los otros, solidarios, dispuestos a no dejar caer a ninguno de nuestros semejantes, sin miedo de mostrar nuestra naturaleza, orgullosos de ella.

Yo, al menos, es ahí donde estoy. Tratando de ubicarme de nuevo en un mundo de claroscuros pero con una gran cantidad de potencial dispuesto para iluminarlo y hacer que las vidas valgan la pena ser vividas a cada instante.


miércoles, 3 de enero de 2018

NO QUIERO SER COMO ELLOS


Cambio de año, tiempo de reflexión, de análisis y de nuevos propósitos para mejorar nuestra vida mientras seguimos dando vueltas alrededor del sol y acumulando experiencias y muescas en nuestro cuerpo y nuestra mente. Así es como año tras año se suelen plantear estas fechas.
No tengo lista de buenos propósitos, hace tiempo que dejé de leer cuentos de hadas. Tal vez debería recuperar esa costumbre, seguramente eso me ayudaría a soñar con más nitidez.
Para este año y desde hace tiempo sólo tengo clara una cosa: no quiero ser como ellos. Tengo la convicción de que a partir de ahí llegaré a saber, o al menos me acercaré a la comprensión, de lo que me gustaría que fuera y lo que deseo que sea.
No quiero ser como los que ven el mundo desde la óptica de la posesión y la propiedad. Los que consideran la vida una mercancía más con la que negociar y obtener beneficio, que creen que puede ser prescindible si con ello se consigue un beneficio.
 
No quiero ser como los que anteponen el análisis económico a cualquier decisión que deban tomar. Haciéndolo en función de la rentabilidad. Esos que desconocen o, simplemente obvian, sentimientos y experiencias como la belleza, la solidaridad, la alegría o el dolor.
 
No quiero ser como los que voluntariamente deciden obviar lo perverso y criminal del mundo en que habitamos para disfrutar de su vida material. Los que bloquean deliberadamente sus sentidos para no sentir nada, a excepción del gusto que utilizan para comprobar cómo cada día se alimentan y mantienen su estómago lleno.
No quiero ser como los que callan por miedo a ofender o al qué dirán y luego descargan toda su rabia sobre los que les rodean convirtiendo sus vidas en infiernos. Los que actuando de esta forma reproducen infinitamente el modelo que critican y perpetúan el dolor.
No quiero ser como los que se indignan sentados en el sofá, ante la tele o el ordenador y claman al cielo para que se haga justicia pero son incapaces de ver esa injusticia a su alrededor y de mover un solo dedo para remediarla.
No quiero ser como los que aseguran tener la verdad y critican a todo aquel que intenta actuar para modificar el orden y las circunstancias de lo que no le gusta, pero jamás mueven un dedo ni se arremangan para demostrar al mundo su tan preciada verdad.
No quiero ser como los que viven asumiendo que las cosas son como deben ser y nada se puede hacer para que ocurran de modo diferente. Los seguidores del fatalismo y la resignación, del orden establecido, en definitiva, no quiero ser como los que se conforman con recibir las migajas mientras otros sólo reciben muerte.
No quiero ser como los que a la primera encrucijada recurren a la seguridad de los medios, a las verdades construidas para defender intereses que les son ajenos. Los que jamás cuestionan la versión oficial y creen sin ningún tipo de remordimientos en todo aquello que les dictan al son de la música del poder.
No quiero ser como los que consideran unas muertes más importantes que otras, unas vidas más preciosas que otras. Los que justifican toda las atrocidades del mundo mientras no sean ellos los que las sufren y les permitan mantener una vida artificial repleta de paliativos que enmascaran la infelicidad galopante.
No quiero ser como los que renuncian a sus sueños porque llegó la hora de madurar y asumir que la vida no siempre es como uno desea. Los que se mienten diciéndose que es el momento de convertirse en un buen ciudadano y no asumen la derrota personal que están sufriendo, la claudicación.
No quiero ser como los que se lamentan del tiempo perdido y no ven que siempre hay tiempo. Los que dan por buena cualquier excusa para retrasar indefinidamente la toma del control de su existencia.
No quiero ser como los que dicen vivir una vida estupenda mientras se pudren día a día en sus trabajos, en sus casas, con sus eventos sociales y luego acuden a la red para dejar claro que deberían ser objeto de envidia y de admiración por parte de sus congéneres.
No quiero ser como los que se vanaglorian de ser empleado del mes, ciudadano modelo o esposo ejemplar.
Existen muchos ellos como los que no quiero ser. Pero estoy convencido de que hay muchos más con los que comparto camino y con los que acabaré coincidiendo a lo largo del trayecto. La dificultad y la belleza estriba en que ese trayecto está por hacer, en muchos casos hasta por pensar y, sobre todo, por recorrer. Pero quiero creer que sabiendo cómo no quiero que sea, poco a poco, el horizonte se irá aclarando y me permitirá ver con mayor nitidez la senda que voy construyendo.
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